Cástor Lata

Con ochenta largos años vividos le llegó la muerte al escultor Cástor Lata. Los últimos tiempos fueron de solitario retiro -con la siempre cariñosa compañía de su esposa- porque la salud no abundaba.

Se muere dejando un legado importante. Fue un magnífico escultor. Se formó en sus primeros pasos, en Compostela, al lado de Francisco Asorey y Manuel Miranda. Más tarde completó su formación en la Escuela Superior de Bellas Artes de Barcelona. En Santiago, además de su labor artística, llevó a cabo su quehacer docente como catedrático en el Instituto Rosalía Castro y en la Escuela de Artes y Oficios, de la que fue director. Ya en 1971 fue designado Académico de Número de Nuestra Señora del Rosario.

Pero, ante todo y sobre todo, fue un escultor, con un concepto de lo que cabía hacer en la plástica muy amplio, que le llevaba desde una valoración, muy académica, del naturalismo, hasta un aprecio por la abstracción, como un concepto, y hasta una filosofía, de libertad plena. Supo muy bien que la escultura podía servir a finalidades de orden religioso y, en ese sentido, realizó obras tan destacadas como el Cristo de la Unción del Colegio de la Inmaculada, en Santiago de Compostela; o el San Francisco Javier de la iglesia de los Jesuitas, en esta misma ciudad. En esta línea de trabajo destaca, entre sus últimas aportaciones, la Asunción de la parroquial de Sanxenxo.

Se ocupó de otras temáticas, y destacó en el retrato. La piedra, el bronce, el marfil, el azabache fueron trabajados con pasión y sabiduría por este escultor que, al lado del profesor Otero Túñez, dio nueva vida al Cristo de Conxo, obra maestra del gran Gregorio Fernández.

Deja Cástor Lata el buen recuerdo que se merece su singular trayectoria. Y en su honor hay que decir que la plenitud de su vida como escultor la desarrolló en un tiempo y en unas circunstancias que no eran las idóneas para llevar adelante una obra destacable.