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Compromiso inexcusable

    EN la vida política no hay casualidades, y si las hay, es que están bien preparadas, como dijo no sé quién. Estos días andan los cenáculos de la Corte haciendo cábalas (interpretaciones) y conjeturas (suposiciones) sobre ese soplo de aire fresco y novedoso que, de pronto, se ha metido por las rendijas de la convivencia para sosegar los ánimos, llevar al entendimiento e impulsar el compromiso político, ante el difícil horizonte que tenemos por delante, que obligará a tomar decisiones de gran calado institucional. "Intelligenti pauca", o sea, en román paladino, "al inteligente (bastan) pocas palabras". Todo hace pensar que el Rey, después de oír a unos y a otros, ha movido ficha, sin alharacas, discretamente, pero con la firmeza necesaria para que el entiendan y en ejercicio de su indefinido poder moderador, su autoridad moral y su incuestionable prerrogativa de árbitro. El Rey, dice la Constitución, es el símbolo de la "unidad y permanencia" del Estado. No gobierna, pero sí puede aunar voluntades para conseguir la concordia y el pacto, la avenencia y la armonía, con el objetivo claro de defender de la mejor manera posible los intereses superiores de la Nación.

    Ese clima de relajamiento en las tensiones políticas, que estaban poniendo en peligro incluso el éxito de la Transición, hay que saludarlo como bien venido, y que dure, sin que por ello tengan que abdicar los partidos políticos de sus programas doctrinales. Hay cuestiones de Estado que están por encima de los partidos, y es en ellas en las que la mano prudente y grave del Rey debe dejarse notar. El compromiso ante los intereses generales de la Nación y la estabilidad del país es una exigencia inexcusable.

    Abogado

    14 jun 2013 / 20:01
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