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XOSÉ Antonio PEROZO

"Me debilité mucho la primera semana y lo pasé muy mal; a partir de ahí remonté"

El periodista y escritor salió indemne de la sala de críticos...y lo cuenta

Xosé A. Perozo es conocido por sus facetas de escritor, periodista y columnista habitual de EL CORREO GALLEGO. Hoy lo vamos a convertir en noticia por otras razones. No acaba de presentar ningún nuevo libro y lleva ausente de la opinión de los periódicos un mes. Algo poco habitual en él. ¿Razón? Lo atrapó el coronavirus. Perozo acaba de regresar a su casa de Santiago desde el Clínico, donde ha estado internado desde el 17 de marzo peleando contra el virus.

¿Cómo empezó todo, sabe dónde lo pilló?

El día 9 de marzo me desplacé a Madrid para, como presidente de la OEPLI (Asociación española para el libro infantil y juvenil), asistir a unas reuniones inaplazables. El ambiente de temor ya estaba muy encendido, pero aún las grandes medidas no estaban totalmente en marcha. Parecía más la alarma que el peligro. No obstante, la primera sorpresa fue encontrar la Estación de Chamartín y el metro con muy baja ocupación. Podían verse algunos casos de histeria y exceso de precauciones. El viaje, y la estancia de dos días, lo narré en un artículo el 13 de marzo, en algunos periódicos donde habitualmente escribo. El regreso coincidió con el cierre de las Universidades y en el tren no cabía un paquete de palomitas. Ahí creo que me pilló. Estuve asintomático hasta el viernes trece por la tarde y ninguna de las personas con las que estuve en Madrid han caído.

¿Cuáles fueron los síntomas?

Pasados unos días. El viernes, 13 tenía sensación de estar a las puertas de una gripe. No tenía fiebre, ni tos, ni dolor de cabeza… Pero la percepción era inusual. Inmediatamente llamé a mi médica de familia, Rosario Vázquez, y tras contarle el estado le alarmó el que hubiera viajado a Madrid. No tardó un segundo en ponerme normas, darme recomendaciones y cómo comportarme. Enseguida movió los cauces habituales del Sergas y el sábado por la mañana vinieron a mi casa para hacerme la prueba y me incluyeron en el innovador programa O Portal Telea. Empezaba a estar bajo algún tipo de control, lo cual me tranquilizó a mí y, lo más importante, a mi familia.

¿La actuación fue rápida?

Sí. Rápida y eficaz, porque el lunes me comunicaron el resultado de ser positivo. Y, curiosamente, desde el domingo por la tarde la fiebre había comenzado a subir y la saturación de oxígeno basal, que podía medirme en mi domicilio gracias a un aparatito que me mandaron de Telea, bajó de modo preocupante. Empecé a perder fuerzas, no tenía apetito y me costaba mantener el nivel de beber agua aconsejado. El malestar se generalizó. El martes 17 no había concluido de desayunar cuando una ambulancia con dos profesionales me estaba recogiendo. A partir de ese momento todo fue rapidez, precisión y trato excepcional de los equipos profesionales de la quinta planta del Clínico.

¿Tendría miedo?

Si te soy sincero, no. Miro para atrás y puede parecer una inconsciencia, pero la decisión y firmeza con la que empezaron a hacerme los análisis, radiografías, me pusieron la primera medicación (quizás de choque), me dieron consejos y explicaciones… médicas, enfermeras, auxiliares… me transmitió una completa sensación de seguridad y tranquilidad.

¿Si tenemos en cuenta que en esos momentos la enfermedad (hoy aún sigue siéndolo) era un completo enigma, muy bien atendido habría de estar?

Viendo cómo actuaban intuía que le íbamos a ganar la batalla al bicho y a la neumonía que empezaba a atacarme. El trabajo profesional, desde las médicas más importantes a la limpiadora más afanosa, pasando por todo el equipo de enfermería, transmitía buen hacer, profesionalidad y una entrega a prueba de bomba. Los profesionales de la Medicina Pública Gallega están demostrando una valentía y profesionalidad en esta pandemia que desde la sociedad no podremos pagarles nunca.

¿Corren mucho riesgo?

Mucho. Con un estoicismo extraordinario. Es imposible describir el esfuerzo que realizan. Para que te hagas una idea elemental. Cada profesional que entra en tu habitación ha de revestirse con una indumentaria incómoda, gorro, mascarillas, protectores del cuello, viseras, guantes sobre guantes, batas, calzas… y antes de salir deben desecharlo absolutamente todo en un contenedor en la propia habitación. Aunque la estancia no haya durado ni diez minutos. Imagínate sumarle al trabajo profesional todo ese protocolo una y otra vez durante una jornada de trabajo, guardias incluidas, intentando librarse de una posible contaminación. Y aun así, ¿cuántas personas han caído? Ya te digo, impagable. Tenemos una sanidad pública profesional incomparable.

¿Cuál fue su peor momento?

Mi situación personal carece de relevancia. Los primeros seis o siete días me debilité mucho y lo pasé muy mal. A partir de ahí la recuperación fue paulatina. Estaban acertando y yo lo comprobaba. Igual sucedía con mi compañero de habitación, Francisco José Rodríguez, peluquero en Noia. Su recuperación fue más rápida que la mía y hasta se permitía hacer gimnasia en la habitación. Un tipo genial. Entre algunos pequeños experimentos, nos propusieron dormir boca abajo para integrarnos en un programa internacional en el que estaban colaborando, él lo consiguió. Yo fracasé, en cuanto cerraba la pestaña mi cuerpo se iba a la costumbre.

Me han dicho que protestaba mucho por las comidas.

(Risa) No todo había de ser perfecto. En el Sergas deben revisar, además de los pijamas y toallas, el sistema alimenticio. La comida no es mala, es pésima. Mi vecino de habitación consiguió elaborarse una estrategia para aprovechar el bacalao de las empanadas, tal que una pita picando el corral. Un día, contemplando el pan de la empanada decidimos que bien podrían haber sido galeras egipcias. Yo, una noche, debía de tener tanto apetito que soñé que perseguía una gran rodaja de mortadela (reminiscencia de las meriendas de la infancia) por la aldea de Rapunzel, versión Disney, claro. Quien se había apoderado del manjar era el caballo del amigo de la protagonista pero no lo conducía él, sino el bueno de Antonio Fernández Campa… Se quedó con mi mortadela. (Risa) Que por cierto, nunca hubo mortadela en el menú. En un par de ocasiones nos trajeron tortilla de patatas. En la pequeña carta se especificaba que “puede contener huevo o derivados”. Esto es, no contenía huevo… Por fortuna, las doctoras nos incluyeron en nuestro menú unos suculentos batidos extras, que las enfermeras nos traían fuera de horario, llamados Ensure. Gracias a ellos y al dulce de membrillo El quijote, vadeamos el temporal.

¿Se lo tomó a broma?

Naturalmente e, incluso, a medida que mejoré conseguí encontrar motivos para charlar con el personal sobre temas interesantes o coyunturales. Con Ángeles, enfermera, revisé todo el norte de Portugal, a donde a ella y a su marido les encanta viajar. A Sandra, limpiadora, originaria del barrio de San Lorenzo, casi la convenzo de que todas las noches me visitaban en aquella habitación dos señoras y un caballero difuntos. No reímos un buen rato…

Se le ve agradecido.

Ciertamente, sí. Si pudiera hacer una relación de todo el personal de la planta quinta del Clínico, la haría para agradecerles su impagable trabajo, cordialidad y afectos. No les pagaremos nunca lo que están haciendo y consiguiendo.

04 abr 2020 / 21:53
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