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Las dos caras de África

    DESDE EL pasado miércoles, Día de África, y hasta este domingo, han sido numerosos los actos que se han celebrado en diferentes puntos del vecino Continente para conmemorar aquel 25 de mayo de 1963 en el que en Addis Abeba, Etiopía, se fundaba la Organización para la Unidad Africana (OUA), que disolvía la anterior y restringida Unión de Estados Africanos (Malí, Ghana y Guinea), y que en 2002 daría paso a la actual e integradora Unión Africana (UA); una entidad que también absorbió a la Comunidad Económica Africana, fue diseñada a imagen de la Unión Europea y opera desde el Parlamento Panafricano. Muchos de los ideales sobre los que se creó mantienen toda su fuerza casi cinco décadas después, como su carácter representativo del Continente africano frente a la comunidad internacional, la promoción de la unidad y la solidaridad interna, o su lucha contra los efectos del colonialismo (recordemos las atrocidades cometidas por ingleses, franceses, alemanes, belgas e incluso españoles; estos últimos en Guinea Ecuatorial, por ejemplo). En los últimos años, se busca también consolidar su carácter legislativo en todo el Continente y fortalecer los acuerdos económicos entre los 53 Estados miembros.

    Llama la atención el poco eco mediático que ha tenido la efeméride en un año que debería ser especialmente significativo debido a las revueltas asociadas a la Primavera árabe acaecidas en el norte de África y al hecho de que desde el año pasado son numerosos los países que se han ido sumando a la celebración de los 50 años de su independencia de las potencias coloniales; un hito que no ha pasado desapercibido en el tercer Festival Mundial de las Artes Negras celebrado en diciembre en Dakar. Este año el lema del Día de África alude a los jóvenes (más del 70% de una población cercana a los 1.000 millones es menor de 30 años), a los que se anima a asumir una especial responsabilidad en el desarrollo sostenido del Continente. África debe emular el progreso histórico de los países avanzados para transformarse en un mercado productivo e industrializado y abandonar su papel de "despensa" de Occidente. Sus aspiraciones de democracia y libertad deben ir acompañadas de una decidida autogestión de su enorme riqueza cultural y de sus incuantificables recursos naturales y energéticos. Así, con la ayuda (que no injerencia) de los países vecinos, conseguirá confirmar su puesto entre los emergentes y socorrer a los más de 300 millones de personas que viven en la pobreza, a los casi 80 millones de niños sin escolarizar y a los cerca de 30 millones de enfermos de VIH/SIDA. Confiemos en que las voces de escritores como el nigeriano Ben Okri, o el keniano Ngugi wa Thiong'o, y la de premios Nobel de Literatura como el argelino Albert Camus, el nigeriano Wole Soyinka, o los sudafricanos Nadine Gordimer (experta en conflicto interracial) y John Maxwell Coetzee sirvan de inspiración.

    www.josemanuelestevezsaa.com

    30 may 2011 / 01:32
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