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de truHán a caballero GENTIL del congreso

Guerra, el látigo socialista

Alfonso Guerra está hoy en el ojo del huracán de la reforma autonómica, que atraviesa de parte a parte el laberinto español. Pero ahora, al fin, es todo un caballero que desde la Comisión Constitucional del Congreso contribuye a templar el ambiente. Antes fue, sencillamente, un truhán

Los más jóvenes del lugar quizás no le recuerden en su época más abrasiva, cuando ejercía como látigo de los socialistas y no dejaba títere con cabeza. El actual presidente de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados, Alfonso Guerra, es hoy un amable patricio de la democracia española que con sus buenas maneras y su ironía sevillana contribuye a suavizar el tormentoso ambiente que las reformas autonómicas han llevado a la política estatal.

Hace veinte años, en plena campaña electoral, contribuyó a dotar el florilegio de la vida española de alguna de las frases más corrosivas que jamás se hayan pronunciado sobre la escena en nuestro país.

Poco antes dejó muestra de su ingenio sobre las tablas: "Podría haber sido el tahúr de un barco del Mississippi con chaleco floreado o gerente de una whiskería", dijo de Adolfo Suárez. En junio de 1986, recibió la respuesta de Suárez: "Cada vez que habla, Guerra desestabiliza con el insulto la convivencia de los españoles. Se ha hecho vicepresidente del Gobierno, pero nadie ha conseguido hacerle caballero".

Para algunos fue el animador inteligente e indispensable de las campañas electorales. Para otros, un deslenguado sin educación ni crianza, el hijo de un porquero de Utrera que vulgarizó la vida política hasta extremos nunca alcanzados antes. Su fusta no ha conocido límites y entre las víctimas de sus zurriagazos se cuentan presidentes gallegos, estrellas de la cultura y representantes de todas las instituciones.

Una de sus salidas más ocurrentes, realizada al estilo de Groucho Marx, se la dedicó al ex presidente del Gobierno central Leopoldo Calvo Sotelo, con raíces familiares en Ribadeo: "La primera vez que le vi no sabía si saludarle o darle el pésame. Luego me di cuenta de que era como un decorado de teatro, tiene fachada, pero detrás no hay nada". Más tarde, insistió: "Es como Buster Keaton, pero en basto; si no lleva su piano blanco a la sesión de investidura, no tiene nada que hacer en la Cámara. Aburriría a las ovejas".

Con Manuel Fraga fue más allá: "Es terco, más que tenaz". "Se ha convertido en psiquiatra de los golpistas". "Representa el pasado, es un político cavernícola, retrógrado, anticuado, reaccionario". En junio de 1986 aprovechó la figura del león de Vilalba para meterse con el ex presidente gallego Xerardo Fernández Albor: "Albor", dijo, "es un conejo en la madriguera, y Fraga el hurón que anda por la región gallega a la caza de conejos". A continuación, hizo un cóctel: "La única diferencia entre Suárez y Fraga es que uno se peina con gomina y el otro va con los pelos de punta".

Una de sus frases más terribles e injustas se la dedicó a los trabajadores del sector naval, en la ciudad del Olivo. Estábamos en plena reconversión de los astilleros, una fallida operación del Gobierno socialista que dejó en la calle a millares de familias, y durante la campaña electoral Guerra protagonizó un mitin. Los obreros despedidos en Ascón y otras factorías de Vigo le increparon: "Lloraréis sobre los hombros de vuestros hijos", les gritó el vicepresidente del Gobierno central.

De Soledad Becerril, hoy desaparecida de la escena política española, dijo: "Parece Carlos II vestida de Mariquita Pérez". "Debe de tener llaga en los labios de tanto chupar del bote".

Nadie se libró de su vitriolo y entre sus especialidades figuraba la interpretación de las siglas partidarias. HB, por ejemplo, no era otra cosa que "hijos de Buda", "mánager de ETA" o "abernazis". El PNV, "partido para no vivir", cuyos dirigentes eran "chulos de barrio". UCD, en fin, se transformaba en "unión de caciques disfrazados". Y así hasta la extenuación, poniendo en cada palabra suya un poco más de insidia para caldear el ambiente.

Sus bufonadas nunca acabaron en los tribunales, aunque algunos lo intentaron. La inmunidad parlamentaria, el tiempo y la lentitud e inhibición de la Justicia, cuyos portavoces huían de la tensión política como gatos escaldados.

En Compostela, durante un mitin, empezó así: "Amigos, amigas, compañeros, compañeras, os habla un hombre malo". Sonrisas, aplausos, fue la respuesta de sus leales. Después, matizaba sobre el concepto que tenía de sí mismo: "Yo hago plástica con las palabras. He leído, estudiado y representado a Valle-Inclán y entiendo Doña Manolita o los cuernos de Don Friolera, y sé lo que es el esperpento: una ruptura del gesto, una deformación".

Y, al final, el esperpento era él. Un tímido agresivo que estaba conforme son su propia imagen: "Podría hacer un esfuerzo para combatir la imagen de bárbaro, radical y duro, pero sería baldío. Para colmo, el cliché funciona bien, es eficaz. Así que dejo hacer". Manuel Vicent dijo de él que tenía "la mala leche de los flacos" y que era "un inconformista con la urticaria de la cultura". Y Guerra estaba de acuerdo: "Yo utilizo el lenguaje de los bares, no soy versallesco. A mí se me entiende y digo lo que pienso sin cortarme. Para mí no hay off the record".

09 jun 2006 / 12:40
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