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tribuna

Hipócrates y la eutanasia

    LA defensa de la salud y de la vida tuvo en Hipócrates su más importante valedor. A este médico de la Antigua Grecia, llamado el padre de la medicina, se debe el Juramento hipocrático, que se convertiría en una declaración deontológica tradicional en la práctica médica. Este juramento obliga, entre otras cosas, "a entrar en las casas con el único fin de cuidar y curar a los enfermos", "evitar toda sospecha de haber abusado de la confianza de los pacientes, en especial de las mujeres" y "mantener el secreto de lo que crea que debe mantenerse reservado".

    Hipócrates fue un pionero en el campo de la medicina personalizada. A él se debe el sabio principio de que "es mucho más importante saber qué persona tiene la enfermedad a qué enfermedad tiene la persona". En esta reflexión se expresa la idea de que no hay enfermedades, sino enfermos.

    Todo lo anterior ha de resumirse en la trilogía humanista de "curar"; si no se puede curar, "aliviar" y si ninguna de ambas cosas es posible, "consolar".

    Ya los pensadores antiguos sostenían que las personas "tienen necesidad de la muerte como del descanso".

    Si el derecho a la salud y a la vida es esencial para el ser humano, también es exigible el derecho a tener una muerte digna y sin sufrimiento, que es, precisamente, en lo que consiste la eutanasia. Pero este derecho no puede exigirse sólo de la medicina, sino de la ética y la conciencia de cada paciente o, en su defecto, de sus más próximos familiares. En estos casos, la ciencia médica dictamina; pero es el paciente o sus personas más próximas las que tienen la última palabra.

    La eutanasia no consiste en quitar la vida a los que se encuentren en estado terminal o incurable sino a los que, si son conscientes, aceptan los medios paliativos que le ayuden a una buena muerte y, si no lo son, al consentimiento de las personas unidas por los lazos más entrañables del enfermo.

    No se trata de privar de la vida, sino de que el tránsito de la vida a la muerte sea lo menos traumático posible.

    Debe tratase de una enfermedad terminal o incurable y con el fin de evitar sufrimientos inútiles e insoportables al enfermo.

    En consecuencia, la eutanasia sólo se justifica si sirve para evitar el trato inhumano del moribundo o la prolongación artificial de su agonía, es decir, el llamado "ensañamiento terapéutico"; pero su riesgo o peligro reside en que pueda servir para eliminar, prematuramente, a los que no puedan valerse por sí mismos, lo que equivaldría a seguir el peor darwinismo social, a costa de los más débiles o incapacitados. En esto último consistía la eugenesia en la Antigua Esparta, que eliminaba a los recién nacidos, tarados o con alguna incapacidad, arrojándolos desde el Monte Taigeto a la laguna Estigia.

    Todo lo anterior se resume en el derecho humanitario de toda persona a tener una muerte digna.

    Jurista y exprofesor universitario

    22 may 2018 / 21:08
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