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La maldad y la inteligencia humana

    DICEN los que saben del asunto, que los mitos no son pura invención. Que tienen un fondo de verdad. Dicho en otras palabras, que cuentan hechos reales de forma simbólica. Por ejemplo, el mito de la expulsión de Adán y Eva del Edén. En él se relatan las consecuencias que tuvo la desobediencia de nuestros primeros padres a Jehová cuando, seducidos por la serpiente, comen del fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal (cuyo nombre ya es significativo). Una vez mordida la fruta prohibida, toman conciencia de su desnudez y se avergüenzan de ella.

    El pudor a exhibirnos desnudos era y es -al menos hasta no hace mucho- un sentimiento exclusivamente humano que nos diferencia de los animales. Jehová indignado, los expulsa del Paraíso y los condena a ellos y a sus descendientes, es decir a la humanidad, a toda suerte de padecimientos por haber cometido ese "pecado original" o primigenio.

    Yo creo que el mito sugiere que el pecado original, simbólicamente, no es otra cosa que la adquisición de la inteligencia humana inoculada por la fruta del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. La primera consecuencia reflexiva, imposible en los animales, y fruto de la inteligencia, es la profunda angustia que nos causa ser conscientes de que la muerte nos llegará un día u otro. Tal vez sea este el origen del ansia de trascendencia que tiene el hombre y del sentimiento religioso que lo acompaña, sea cual fuere la época y la cultura.

    La inteligencia alumbró la conciencia y por medio de ella somos capaces de discernir entre la bondad o la maldad de nuestras a­cciones u omisiones. También nos sirve para idear métodos con los que es posible hacer el bien o el mal.

    Si bien por tener inteligencia somos capaces de crear medios que beneficien a nuestros semejantes, también lo somos para idear refinadas maldades. Esto también nos diferencia de los animales, porque su limitada capacidad intelectiva los inhabilita para la construcción mental de sofisticados métodos de sufrimiento y muerte. Un animal, en un momento de cólera o de defensa es capaz de atacar a otro y matarlo de forma contundente y rápida. El humano, con su inteligencia, puede inventar los métodos más complicados y siniestros para alargar el sufrimiento antes de que se produzca la muerte. Puede crear los campos de concentración, el Gulag, o las checas, cuyos fines no se limitan a eliminar al semejante; es que muera después de que padezca el máximo sufrimiento posible.

    La maldad humana puede inducir a maltratar física y psíquicamente a ancianos indefensos por sus cuidadores, como hemos leído en los medios estos días. Los vídeos de sus fechorías han demostrado, que lo hacían mofándose de sus víctimas, sin sentir el menor sentimiento de piedad.

    En ocasiones para hacer el mal la inteligencia idea justificaciones frecuentemente de índole política o religiosa. A unos los induce a ponerle una bomba adherida al pecho a una persona que no les ha hecho nada y al que ni siquiera conocen. Otros, son capaces de ametrallar a una multitud de desconocidos. No es raro que los motivos sean banales. Puede darse que un grupo de forofos futboleros extremistas le den una soberana paliza o incluso eliminen físicamente a un rival porque lo elevan a la categoría de enemigo.

    Todas estas reflexiones vienen a cuento después de haber conocido por los medios el crimen que una mujer alemana ha perpetrado con una niña de cinco años. Si esta mujer no llega a pertenecer a la especie humana, estoy convencido de que no hubiera sido capaz de hacer lo que le hizo a una criatura indefensa. Es difícilmente explicable que una mujer educada desde la infancia en un ambiente cultural europeo, después de convertirse al islam, se traslade a Siria y se haga guardiana de la Sharia para reprimir a las mujeres incumplidoras de sus normas. Que compre una niña, como si fuera un animal. Y un día, porque, estando enferma, se orina en la cama, para castigarla, la encadene a pleno sol, hasta que muere deshidratada. Alguno catalogará esta conducta de inhumana. No, yo creo que un animal -un ser no humano- hubiera sido incapaz de semejante maldad simplemente por carecer de la inteligencia necesaria para idearla.

    La maldad refinada, precisa de la inteligencia humana para desarrollar métodos de sufrimiento que no son posibles más que después de una profunda reflexión. Y esto es imposible en los animales.

    Médico

    17 abr 2019 / 21:07
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