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DESDE AROUSA NORTE

Mis tres palacios

    Cuando yo era niño y no tenía ni libros, ni cuadernos, ni lápiz, ni pluma de ganso bien cortada -acabábamos de salir de la guerra civil que duró casi tres años, sin contar los prolegómenos de la Comuna de los mineros asturianos de octubre de 1934 que, tan duramente reprimió el ejército de la República a las órdenes del General Franco, que no se movió de Madrid, ni tener en cuenta las represalias del régimen vencedor tras el parte oficial del fin de la guerra - tuve, en cambio, la suerte de vivir y estudiar las Humanidades bachilleriles de entonces por lo menos en dos palacios de postín, cinco cursos en el Palacio de Infantes de Sigüenza (Guadalajara) y uno más en Ciudad Real, en el de los Condes de la Cañada.

    Cierto que pasamos frío y hambre; sobre todo, los colegiales mayores, de más cuerpo que yo, a los que, inmediatamente después del almuerzo, les ofrecían, como complemento matagusas, ollas con patatas cocidas, alias cachelos, con vistosos ojitos lánguidos de gusanos, fenecidos en el cocimiento.

    Aquella carne no era para mí. ¡Pobres compañeros! Por dejárles condumio a ellos, yo ayunaba y me entretenía calibrando quienes eran los más acuciados por el hambre. Si retiraban al muerto antes de comerse el ataud, era señal de que el hambre no apretaba tanto. Si, visto y no visto el gusano, lo enterraban garganta abajo, el hambre era verdadera, y, po fin, cuando se santiguaban antes del crimen, esos eran los campeones del concurso. Algunas veces llegué a aplaudir a los ganadores.

    La verdad es que me he perdido...¿Por qué se me ocurre contar estas cosas tan tristes y tan lejanas? Ah, sí, ya caigo. El otro día, cuando, en el telediario de mediodía, Ana Blanco reiteró las sentencias y condenas de los casi veinte responsables, ya más que presuntos, del atraco de los ERE andaluces, me acordé de Manolo Chaves, póbre él, a mi entender, sobrado de gestos ante la curiosidad de los mirones. Le faltó fortaleza, le sobró petulancia. Pero se entiende, ¿no? Y, mientras seguía, un tanto compungido, aquella letanía de años de condena y más años de inhabilitación, me fui con la memoria a otro palacio en el que no viví, pero sí trabajé durante once años, el Palacio de los Urquijo, en Barquillo esquina a Alcalá, de Madrid en cuya planta noble tenía mi despacho de director de Relaciones Externas de la empresa monopolio.

    Terminaba el mes de octubre de 1982 y el PSOE acababa de alzarse con el triunfo total en el Parlamento español. Cándido Velazquez, que había sucedido al embajador Gabriel Cañadas en la presidencia de Tabacalera, me llamó a su despacho, temprano como solía, para comentar la actualidad con los diarios sobre la mesita del tresillo. Cándido era un personaje entrañable, salido del Colegio Mayor San Pablo con ideas sociales de renovación y ya militante del PSOE. "Hay que echar una mano a Manolo Chaves, me soltó sin más. ¿Tienes algún amigo importante en Sevilla?, me preguntó sin darme tiempo a tomar asiento?" -¿En Sevilla, dices? ¿Pero no sois los dos andaluces-él de Ceuta- y amigos de tanta gente?, pregunté sin darle respuesta a su pregunta. "Lo está pasando muy mal. Como abogado laboralista, en Sevilla encuentra poco trabajo y la familia tiene que comer... A veces le llega algo de Ceuta, donde nació su madre, poca cosa. Yo he mareado los teléfonos de media Andalucía . No tengo ni una opción laboral para él, Todas son buenas palabras.

    Tengo buenos amigos en la tierra de María Santísima, pero se han ido a Holanda o a Inglaterra a trabajar. He buscado lo que queda en oferta y casi todos van despejando personal de asesoramiento para los despidos. Sólo mi viejo amigo Nicolás de Bari gran "Influencer" sevillano -entonces no se usaba semejante palabra -se tomó en serio encontrar algo digno de un muchacho que había hecho la carrera de Leyes, incluída la tesis doctoral, a pulso y con mérito. Pero, en Sevilla, como me dijo otro amigo, éste del barrio de los Remedios, cuando te miran a los ojos, no falla: "Te doy mi vida o a mi mujer -si ella quiere, claro- pero no me pidas trabajo".

    Manolo Chaves González, a sus setenta y cuatro años, ha sido condenado por haberse excedido en la parte de tortilla de los ERE, mucho más suculenta que la que se repartieron en la merienda del Pacto campestre del Betis. Manolo Chaves estuvo casi veinte años viviendo en el Palacio de San Telmo, a cuerpo de rey, sin humedades ni frío. El otro día, cuando lo veía con pequeños gestos de desafío, me dio mucha pena, nunca tanta como cuando pienso que esos cientos de millones de dinero público hay que desenterrarlo y devolverlo a sus destinos sociales, que no están, precisamente, en los tablaos ni en los prostíbulos de Sevilla.

    30 nov 2019 / 20:56
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