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Presidente de la Xuntanza de gallegos de Alcobendas

Ovidio Cadenas Queipo: “Nuestros hijos no aprecian lo que significa el ahorro y el esfuerzo”

“Yo era el primogénito y por eso me tocaba sacar de muy pequeño el ganado, ir con las cabras. Tuve que espabilar...”, comenta

Esta es la historia de un hombre hecho a sí mismo. Es la sencilla vida de un hombre que encontró ese tesoro que todos los hombres buscamos en la vida: la serenidad, la placidez, el equilibrio… En definitiva: la felicidad.

La serenidad se la da ser el presidente de la Xuntanza de Gallegos en Alcobendas, que encuadra a la banda de gaiteiros y organiza la feria del marisco anual más importante de las que se conocen al Sur de Ourense, al Oeste de Pontevedra, al Este de Lugo o al Norte de A Coruña. La placidez la encuentra presidiendo la Federación de Asociaciones Gallegas, que le permite hablar con todo tipo de profesionales de la tierra en cualquier lugar del mundo. Ha conseguido unir bajo su presidencia a los centros gallegos de Alcalá, Móstoles, Tres Cantos, Fuenlabrada, Collado Villalba, Sierra de Madrid y Alcobendas. Su equilibrio está en presidir la Asociación de Taxistas Gallegos en Madrid, que es tropa enxebre y conocedora de bolsillos, ambiciones y braguetas de todos los estamentos de la capital del Estado.

Si hubiera que resumir la vida de Ovidio Cadenas Queipo, tendríamos que trazar un arco que partiera desde la imagen de un chico de pueblo que, en una de esas tardes gallegas en que la lluvia está harta de sí misma, conduce el ganado al establo. Habría que cerrar ese arco con la imagen de un hombre de ciudad que es capaz de reunir a más de doscientas mil personas en la Feria del Marisco de Alcobendas que él mismo ideó para que los de la capital aprendiesen también que a Galicia se puede llegar por los cinco sentidos.

Los griegos, que casi todo lo sabían, hablaban del kleos, de la gloria que se alcanza con el trabajo, con el esfuerzo. Es el caso del también jefe de la unidad de Conductores y Parque Móvil del aeropuerto de Barajas…

“Recuerdo a mis padres trabajando, siempre trabajando. Para ellos no había otra cosa más que trabajar”
– ¿Siempre con sus manos?
– Casi siempre. Ya de mayores se desplazaron a Pumar, en la provincia de Lugo. Allí cambió un poco su vida. Había tractores, segadoras de hierba... Aunque ya era un poco tarde para ellos.

– Fuiste el primogénito…
– Por eso me tocaba sacar de muy pequeño el ganado, ir con las cabras... Recuerdo que mi padre se rompió el brazo yendo a una feria, yo sólo tenía doce años… Tuve que espabilar para cuidar, tratar, vender y cobrar…

– Te tocaba quedarte… pero te fuiste...
– Se estilaba mucho que el mayor se hiciese cargo de la casa. Lo que pasa es que como yo le veía tan poco futuro a aquello, ó me fui de allí.

– ¿Te costó?
– Sufrí mucho. Mi padre tenía la ilusión de que los hijos siguiésemos su camino viviendo allí. Llegó a escribirme una carta reprochándome que había dejado la casa abandonada.

– ¿Acabó entendiendo?
– Cuando vio que me había situado, sí. Pero al principio… En los pueblos se pensaba que cuando te ibas por ahí, nunca sabías lo que podía pasar, mientras que, si tu hijo se quedaba en casa, todo era más seguro, más cómodo. Eso era así, era costumbre.

– Quien diga que alguien en Madrid no conoce a Ovidio Cadenas, o que no le debe por lo menos tres favores, solo demuestra que nunca estuvo con los del oso y el madroño. Y es que aquel muchacho nacido en Nogueira, que llegó de Ernes a ganarse la vida poniendo todos los días balizas en las pistas del aeropuerto de Barajas, es la más grande bandera de Galicia en el territorio de las Aguirres y los Gallardones, de las chulapas y los manolos, de los chisperos y las guardias de corps...
– “Bueno, lo que yo soy de verdad es más humano que humanista, te lo digo en serio... Aprendí de contrastar en las miradas de la gente lo poco que pude leer en los libros…”

– Llegas a Madrid...
– Para hacer el servicio militar.

– Años de frío...
– Fue lo que más me afectó, el cambio de temperatura. Cogí una gripe tremenda, con una fiebre horrible...

– Pero te cuidaría el capitán médico…
– Me mandó a cavar hoyos para replantar chopos. Yo me decía: “¿Para esto me he ido de mi casa? ¿Para replantar árboles…?”

– Así que toda la mili plantando árboles…
– Bueno, no fue así todo. Nada más llegar tuve que poner la profesión para encontrar un cargo. Yo no sabía qué poner… En realidad no era nada… ¿Qué ponía?: ¿Pastor…? Me dije: no lo van a entender…

– ¿Cómo lo solventaste?
– Puse conductor...

– ¿Y…?
– Aprendí el oficio…

– Te hiciste un privilegiado…
– Fue en un día de maniobras. Me llamaron por el altavoz para un reconocimiento médico. Pensé: “¿Y ahora para qué… si ya estoy bien?” Resultó ser para hacer el curso de conductor. Al final saqué el número uno de mi promoción. ¡Sin saber lo que era un coche!

– ¿Tu maestro?
– Teníamos un teniente que, cuando conducíamos el jeep, nos daba en las rodillas con una vara si no lo hacíamos bien.

– No puedo entender cómo pasaste el examen…
– Yo me fijaba mucho. Tuvimos un mes de curso. La prueba consistía en que, cuando ibas por una recta larga, de repente te decían: “¡frena, frena, frena!”

– ¿Y fuiste quien frenó con más control?
– Yo creo que me dieron el número uno porque casi me salgo por el parabrisas...

– Como para decirte que la mili no era útil...
– Me destinaron a Capitanía General. No conocía la ciudad. Me mandaron a ser el chófer de un general… Lo pasé de maravilla.

– Y te hiciste taxista...
– Antes trabajé un poco en Tabacalera. Un primo me dijo que en el taxi se sacaba dinero. Había que tener veintiún años para sacarse el permiso de primera, no te valía el de segunda, por lo que me tocó esperar. Estuve cinco o seis años ejerciendo de taxista. Pero vi en seguida que eso no era lo mío...

– ¿Buena escuela para la vida…?
– Aprendí muchas cosas, sobre todo a respetar a la gente.

– ¿Qué has sido más en la vida: taxista o cliente?
– A mí siempre a donde me llevaran…

– ¿Así conociste a tu mujer?
– La conocí en el Centro Gallego... Mira que encontrarme allí con una segoviana…

– ¿Cómo fue aquello…?
– Yo entonces era piloto de carreras. Competía con un Renault 8, en el Jarama. Vinieron unos amigos a verme e hice un buen papel. Fui el sexto de cincuenta. Invité a esos amigos a comer en el Centro Gallego... Allí estaba ella, allí la conocí...

– ¿Te dejó seguir corriendo?
– A ella no le gustaba, además era muy caro... Pero yo seguí. Creo que hay que correr siempre...

– Te hiciste un experto...
– Siempre he sido un fanático de los coches.

– Tu coche favorito…
– Por tener, tendría un Ferrari.

– ¿Y por qué no lo tienes?
– Tengo un Audi, una marca que siempre me ha gustado mucho. Lo del Ferrari no sería necesidad sino capricho.

– Por cierto Ovidio…
– Oye, eso de “por cierto” imagino que no será una duda. Cuenta que todo lo que dije es verdad…

– Me dijiste que en el taxi aprendiste el respeto…
– Eso yo lo traía aprendido… La cosa del taxi te hace llevar todo ese respeto a toda la gente…

– ¿Conociste la soberbia de los hombres que pagan?
– Comprobé cómo existe en unas personas más que en otras.

– ¿Tu conclusión…?
– Que la soberbia es muy mala para quien la tiene, y que sólo se combate con la humildad.

– ¿Y la envidia?
– A esa se la gana con la generosidad, que para mí es muy importante.

– ¿Por qué coño todos los paisanos que conocí coincidieron en decirme siempre: “Ovidio es bueno...”?
– Mi abuelo siempre me decía que para saber, lo primero era andar mundo o leer. Él había estado en Cuba, en Argentina… No sabía apenas leer ni escribir, pero sabía estar. Sabía tratar a la gente. Sabía dónde estaba su sitio

– Y tú hiciste unos cuantos kilómetros de trato...
– Nunca fui de estudiar, entre otras cosas porque no pude. Me apunté a una escuela para sacar el título de bachiller y para aprender un poco de inglés. Yo veía que en el taxi era muy importante poder hablarlo... Te hacías conductor de los turistas.

– ¿Te duele no haber podido estudiar?
- Si hubiese tenido estudios sería un cargo importante en el aeropuerto de Madrid-Barajas. Empecé con un nivel nueve y llegué a un nivel tres... No pude ascender porque no tenía estudios.

– Pero eres listo...
– Medianamente inteligente.

– ¿Pensaste que al final encontrarías tu lugar y harías fortuna?
– Tengo sesenta y dos años y estoy muy orgulloso de lo hecho, sobre todo de mis asociaciones. Cuando voy por ahí y me preguntan los paisanos si no me canso con todo lo que hago, les digo siempre que lo que gusta nunca cansa. Yo necesito a mi gente, compartir un buen centollo con los amigos.

– Te fue bien la vida…
– Tengo a mi familia bien, una casa que me gusta, dinero suficiente y salud. Vivo en la capital de España, que es una de las ciudades del mundo con más gallegos. Quiero a mis paisanos y ellos me quieren a mí bien. Eso es lo importante.

– ¿Si te digo: desaliento?
– Nunca tuve tiempo para caer en ello.

– ¿Lo mejor de tu vida?
– Lo estoy viviendo ahora. Voy a jubilarme, después de haber trabajado mucho. He conocido todo lo que se puede conocer respecto a un automóvil. A nuestra edad, como dice el otro, vivir la vida lo mejor que podamos, disfrutar de ella y ya está.

– ¡Pero si sólo has trabajado…! ¿Te sentará bien la jubilación…?
– El jubilado no es un vago. Seguiré trabajando… Ahora podré dedicar mucho más esfuerzo a las tres asociaciones que fundé.

– ¿Hay una forma de trabajar en gallego?
– Hay una sola: esfuerzo y sacrificio. Y hay dos maneras: aquella que te impone otro o aquella que tú decides.

– La que más te gusta…
– En la que yo decido, que es la que estoy desarrollando ahora. Contando con el permiso de mi mujer, eso sí…

– La hiciste gallega...
- Se integró muy bien en la Xuntanza. Dicen los que la han visto que baila tan bien como una paisana…

– Haces la fiesta del marisco más grande que conoce Madrid…
– La hacemos entre muchos. Digamos que a mí me gusta mandar cartas para que la gente se entere y vaya. Ahora estamos ampliando la lista. Pepe Caballero, el alcalde de Alcobendas, me dice siempre: “Es que traes aquí a los mejores… y encima los traes gratis a comer el mejor marisco...”

– En eso tiene razón el alcalde del municipio más rico de Madrid…
– Pues como debe ser...

– Son unos cuantos…
– En una semana hemos llegado a meter más de doscientas mil personas.

– Marisco para más de doscientas mil personas…
– Lo traemos de O Grove. Viene en camiones frigoríficos, dentro de viveros.

– Así que quien quiera ser presidente de la Xunta se tiene que acordar de ti…
– Se tiene que acordar de la Xuntanza. Mi mujer me dice siempre: “Yo no sé cómo has aguantado tanto”. Ella ve que hay actitudes injustas, cosas que no pueden ser. Yo siempre me digo que no pasa nada, que ya lo arreglaremos como sea.

– ¿Las satisfacciones...?
- Tenemos veintiocho gaiteiros. Desde los diez años hasta los sesenta. Desfilamos en el día de San Patricio, en Nueva York.

– ¿Sabes lo que daría un político porque tú le juntaras a la gente de tus fiestas?
– Cada vez me fío menos. Date cuenta de que he tratado muchas veces con ellos.

– Pero en todas las familias hay siempre un político…
– Siempre hay alguien al que le gusta más el mamoneo, el mandar…

– Oye, ¿y si a tu taxi se sube Fraga?
– Hablo con él. Me merece mucho respeto.

– ¿De qué hablas?
– Le cuento cosas mías. Es un hombre con el que se puede hablar.

– ¿Y Suárez?
– Suárez es una persona que supo estar en su momento. Es un buen político. Pero creo que ha sido más inteligente Fraga, dando ejemplo de buen gallego.

– ¿Y a Beiras le habrías llevado?
– Sí, eso por supuesto, pero no hablaría demasiado con él. Beiras no es un político.

– ¿Y si hubieras tenido de viajero a Cela?
– Es un personaje que nunca me llegó a gustar del todo, te lo digo como lo siento. Hemos estado en su casa de Galicia en alguna ocasión… Yo le llevaría… claro. Pero nunca hablé con él de mis cosas.

– ¿Y si te pregunto por Fernando Ónega?
– Merece un gran respeto como amigo, como profesional y como todo.

– ¿Le cobrarías la carrera?
– Le llevaría como se lleva a un ilustre gallego y a un ilustre periodista...

– ¿El gallego es generoso?
– Pues depende. Por regla general sí.

– ¿Cuál es esa regla?
– De cien… tres o cuatro no lo son.

– ¿Eres creyente?
– Pero no practicante.

– ¿En qué crees?
– En algo que no sé qué puede ser.

– ¿Viste a las meigas?
– No creo mucho en ellas.

– ¿Se subió alguna en tu taxi?
– No, aunque a lo mejor es que no las conocía...

– ¿Creíste alguna vez que te la estabas jugando?
– Creo que nunca he estado en esa situación.

– ¿Alguna vez te asaltaron?
– En eso tuve suerte. A muchos taxistas les ha pasado, pero a mí jamás. Una vez tuve un problema, pero lo resolví. Soy cinturón negro de kárate.

– ¡No me digas...!
– Aprendí gracias a un amigo que estaba en un gimnasio. Me dijo: “Apúntate, esto para el taxi es buenísimo…”

– ¿Llegaste a pegar a alguien...?
– Impedí que me pegasen a mí.

– ¿Qué consejos le has dado a tus hijos?
- Que sean leales y legales en la vida. Que vivan y dejen vivir. Que sean en la vida lo más sociables que puedan y que nunca olviden que siempre puede llegar uno más pequeño y menos fuerte que ellos y darlos de leches.

– ¿Sientes la distancia entre generaciones?
– Siempre he creído que había que ahorrar. Hoy es distinto.

– ¿Se nos olvidó enseñarles lo que cuesta todo?
– No les hemos enseñado a luchar como tuvimos que luchar nosotros. No aprecian lo que en la vida significa el ahorro y el esfuerzo. A veces mis hijos salen por ahí y se van a cenar con unas amigas cuando mi mujer ya tiene la cena preparada para ellos. Quizá les estropeamos nosotros mismos.

– ¿Has llorado?
– Mucho, como todos los españoles…

– Me da que siempre llevas a Galicia contigo...
– A mi tierra la tengo siempre en el pensamiento. Yo me levanto por la mañana y pienso en mi pueblo, con todo lo olvidado que está. Y por la noche sueño con él.

Se llama Ovidio Cadenas. Ha sido pastor, corredor en el circuito del Jarama, taxista por las calles de Madrid. Conoce a las gentes del mundo y les habla en inglés de academia. Cada año organiza la fiesta del marisco en Alcobendas, el magosto gallego, la noche de San Juan, el festival de música celta, el encuentro de gaitas tradicionales gallegas, la sardiñada del día de Galicia, la romería del pulpo y el mejillón…

Sus ojos, ya embocando las penúltimas curvas de la carrera, han sido mudo testigo de mucha vida de noche… de mucha vida de día. Sin embargo, en su mirada hay un color especial, único: el de la emoción de quien sabe vibrar muy dentro ante el simple sonido de la gaita, del sabor a sal y a mar…. Lo suyo no es melancolía. Lo suyo es el triunfo de un hombre sencillo que, cada día, piensa y sueña en su pueblo.

MUY PERSONAL

¿Te arrepientes?
De no haber estudiado más.
¿Te enorgulleces?
De estar donde estoy
Una comida.
El pan gallego, el sabor de mi niñez.
Una música.
La de Juan Pardo.
Un coche.
El Seat 1500 que tuve.
Una película.
Cualquiera de cine de barrio.
Un piloto de carreras.
Fernando Alonso. Un fenómeno.

24 nov 2007 / 00:19
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