Roser y Raffaella, la más potente de las "vedettes" de la canción se transfigura

Roser Murillo, como todos ustedes ya saben, es una verdadera fuerza de la naturaleza. Buena prueba de ello fue aquella aparición en el Nou Camp, vistiendo los colores blaugrana, para cantar el Himne del Barça. Aún hoy se acuerdan todos los culés presentes en el estadio. Dicen que esa noche mágica se asemejó al famoso apagón de tres días de Nueva York.  Y que la población barcelonesa aumentó notablemente como consecuencia de esa inquietante visión erótico-festiva.
Pero, cuestiones de apariencia aparte, Roser es ahora mismo uno de los valores más firmes del pop español. Sin que eso quite méritos a que pueda, por ejemplo, lucir un cuerpo espléndido en el último número de la revista para caballeros FHM, donde, entre otras opiniones curiosas, cuenta como su hombre ideal ha de hacerla disfrutar, sí, pero por medio, fundamentalmente, de la risa. De hecho, Roser tiene una extraña alegría enormemente contagiosa. Uno daría algo por tenerla a mano con la suficiente frecuencia.
La cuestión es que acaba de editar su tercer disco. Se llama, simplemente, Raffaella. Y es, cómo no, un tributo personal a la magnífica cantante y show-woman italiana Raffaella Carrá, a quien todos ustedes recordarán con simpatía. Esa mujer siempre fue una bomba, capaz de fórmulas televisivas que resultaron ser grandes hallazgos mediáticos. Era ya la estrella de la televisión italiana y consiguió aquí el mismo éxito de crítica y público.
Es el tercer disco de la catalana. Hace tres años, en 2003, recién salida del programa Popstars, tuvo su bautismo con Desperté. Algunas de aquellas canciones permanecen aún hoy en la memoria de todos: No vuelvas, por ejemplo. La receta musical era la enorme simplicidad, la claridad. Uno intuía que la producción que la arropaba era magistral, y que, aparte de su hermosa, enérgica, voz, el manto orquestal estaba a cargo de verdaderos magos. Hasta que uno caía en la cuenta de que quien estaba detrás del armazón era el impagable Francesc Pellicer, una persona relacionada con algunas de las figuras más destacadas del panorama internacional, como Raúl, Christina Aguilera o Paulina Rubio.
El segundo, de mayo de 2004, era Fuego. Pellicer volvía a encargarse de todo, y, nuevamente acertaba. La canción que daba título al disco era una verdadera joya. Otras, como Boca a boca o La trampa eran, asimismo, de una solidez a prueba del tiempo.
Y, por fin, he aquí el tercero, que demuestra que Roser, a sus veintiséis años, ha alcanzado la más extraordinaria madurez.
Nos hablaba la cantante de su afinidad con Raffaella Carrá; de que, de alguna forma, le habría gustado ser ella. Y a nosotros nos da la impresión de que, en esta grabación pulcra, que ha dirigido Miguel Ángel Collado (el de Sergio Dalma o Bustamante), se convierte, como por arte de magia, en la italiana. Oigan, si no, En el amor todo es empezar (explota, explótame, expló...) o Rumore, y comprenderán de qué les hablo.

Un disco; diez temas

Este disco es un homenaje a lo retro, a toda una época, a una forma, también, de ver la vida. Un monumento homenajeando a otro. Hay versiones explícitas o calcadas a las versiones originales de la Carrá, como el citado ‘En el amor todo es empezar’. Pero, en general, los aires son de lo más variado. Desde los toques de guitarra flamenca de ‘Fiesta’ –un verdadero acierto y uno de los temas que, con toda seguridad, darán en el clavo en las listas de éxitos–, al pop simpático y dicharachero de ‘Rumore’. En medio, uno va de sorpresa en sorpresa. Como el tema ‘Caliente, caliente’. Uno juraría que aquí perdura el espíritu de la familia Jackson, sin especificar si Janet o Michael, o los Five. Un CD, al fin, realmente logrado.