El turismo de hacer un selfi y largarse

LOS ESTUDIOS realizados al respecto demuestran que el turismo que recibe Santiago está compuesto mayoritariamente por personas que solo pasan unas pocas horas en la ciudad. Lo justo para ver el Obradoiro, visitar la Catedral (en verano es misión casi imposible), dar un paseo apresurado por las rúas Nova y O Vilar y tomarse un pulpo en el Franco o alrededores. Los más tardones en irse a veces se llegan hasta el Mercado de Abastos y se paran un rato frente a San Martin Pinario, pero los excursionistas presurosos ganan por goleada a quienes pasan un par de noches en la ciudad. Y a los poquísimos que superan esa barrera casi dan ganas de hacerles la ola. Por todo ello, el Ayuntamiento de Santiago hace lo justo y lo necesario -como ha hecho el concejal Sindo Guinarte en Fitur- al intentar vender nuevas herramientas tecnológicas diseñadas para orientar a los forasteros sobre los numerosos monumentos y la infinidad de actividades que se pueden visitar y hacer en Compostela. La iniciativa es loable y ese es el camino a seguir para animar a los visitantes de todo tipo a prolongar su estancia en la capital gallega, pero se trata de una batalla complejísima de ganar debido al nuevo -y absurdo- estilo de hacer turismo que practica un amplísimo porcentaje de la población mundial. Un turismo que se basa en visitar el mayor número de lugares en el menor tiempo posible, como si de una carrera se tratase, y que muchas veces está alentado por agencias que diseñan circuitos en los que invitan a conocer -¿conocer?-cuatro o cinco ciudades importantes de Europa en apenas cuatro días. En definitiva: ahora se llevan los viajes maratonianos de selfis rápidos, que permiten presumir en las redes sociales ante amigos y conocidos, y los turistas pausados se han convertido en una especie casi en extinción. Pongamos coto a los primeros y cuidemos mucho a los segundos, porque son los únicos que merecen la pena.