El valor de la Filosofía

EN el plazo de quince días la filosofía española ha perdido a tres de sus grandes nombres: José Gómez Caffarena, Eduardo Polo y Eugenio Trías. Yo estoy seguro de que si esta frase la suelto en el bar de la esquina, mencionando únicamente los apellidos de estos tres intelectuales, quien más quien menos me hubiese preguntado en qué equipo jugaban.

De nada habrían servido las decenas de libros escritos por estos tres filósofos y profesores universitarios, traducidos en muchos casos a diversas lenguas. De nada sus estancias en el extranjero para impartir cursos y conferencias y mucho menos los doctorados honoris causa, los premios de ensayo y las menciones honoríficas que recibieron en España y en el extranjero.

Estoy por jurar, en cambio, que si muere el gato de Belén Esteban se entera todo el mundo. Pensarán ustedes que exagero. ¡Qué va! La filosofía no ha estado, por lo general, en el centro de las preocupaciones de la gente corriente. Y, sin embargo, las ideas de muchos filósofos han transformado el mundo y las seguimos valorando y estudiando varios cientos e incluso varios miles de años después de que las hayan pronunciado o escrito.

Por eso ni Caffarena, ni Polo, ni Trías han muerto del todo porque quedan sus obras. Cuando muera la gallina clueca de turno del programa de telebasura se escuchará un gran pedo y no quedará nada. Esa es la diferencia.

Catedrático de Filosofía