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OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (17) Gran jugador, ejemplo de buen compañero y buen amigo, Antonio defendió la camiseta de la entidad durante cuatro temporadas antes de ejercer de entrenador ayudante en tres etapas TEXTO Cristina Guillén

López Cid: la mejor definición para la palabra ‘generosidad’

  • 29 abr 2021 / 01:00
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Si a muchos de los protagonistas de la historia del Obradoiro CAB se les pidiese que cerrasen los ojos y dijesen qué primer nombre se les viene a la cabeza cuando se menciona la palabra generosidad, habría unanimidad: Antonio López Cid. Tras sus 1,93 metros de altura -“Bueno, ahora alguno menos que voy encogiendo”, bromea-, una de esas sonrisas tan sinceras y creíbles que siempre acaban por iluminar la mirada, un humilde discurso tamizado por el rubor cuando se le recuerdan sus hazañas, y la emoción imposible de contener cuando su charla echa la vista atrás para mencionar a quienes ya se han ido, está el amigo que todos desearíamos tener, el compañero más preocupado de aportar que de recoger, el escudero en las fiestas pero el primer y mejor aliado en los problemas, y hasta el rival que, por su honestidad dentro y fuera de la pista, siempre ficharías para tu equipo.

Antonio es parte vital del Obra en sus inicios (defendió su camiseta entre 1974 y 1978), pero en su faceta de entrenador ayudante (en tres etapas durante los años 80) y confidente, su presencia en el club ha sido una constante. “Al final, sólo se tiene lo que se ha dado”, escribía en uno de sus libros Isabel Allende y este ourensano de adopción, tan grande como bueno, tiene mucho... porque también lo ha dado.

En la llegada de Antonio López Cid (Salvador Bahía, Brasil; 1952) al club compostelano fue fundamental la figura de su padre quien, esperando sin éxito a su que hijo aprovechase su estancia en Madrid para estudiar, un buen día “me cogió de las orejas” y le trajo de vuelta a Galicia. “Yo no creo que fuese un jugador que prometiese, lo que pasa es que en aquella época media 1,93, era un chico alto y destacaba, por lo que me fui a hacer una prueba al Estudiantes. Ni siquiera estaba fichado”, comienza su relato. “En Ourense las aspiraciones eran mucho más pequeñas y era otro tipo de baloncesto, más tranquilo, pero en Madrid teníamos que acabar lo más alto posible, jugamos la Recopa -alcanzaron las semifinales- que ahora se ve lejos, pero de aquella jugar una competición europea era algo bastante inusual, para el propio club fue un logro y era su primera vez. También llegamos hasta la final de la Copa -entonces del Generalísimo- aunque nos pegaron una paliza de aúpa porque el Madrid era mucho Madrid (123-79 fue el resultado en aquel partido disputado en Valencia en la temporada 1972/73). Se fueron logrando cosas pero había ido allí a jugar y teóricamente a estudiar, porque me lo pagaban todo, y mi padre creía que eso del baloncesto estaba muy bien, pero que la otra parte no la cumplí así que tuve que volver”, se ríe ahora: “Él no entendía que me gustara tanto y que se pudiera incluso vivir del baloncesto. Era una época completamente diferente”.

Reclutado por Couceiro. Fue entonces cuando José Manuel Couceiro, hábil reclutador, aprovechó la oportunidad para incluir a Antonio López Cid en su proyecto para la temporada 1974/75. “Fue capaz de convencer a mi padre de que aquí sí estudiaría, que estaría más cerca de casa, que no era una liga tan profesionalizada y se lo creyó... aunque al final tampoco estudié mucho. Soy diplomado en Relaciones Laborales pero lo conseguí después de dejar el baloncesto”, aclara.

Su llegada coincide con la del maestro Alfonso Rivera al banquillo y la de otros cuatro compañeros: Andrés Caso, Alfredo Domínguez, Manuel Fernández Rey Pirulo y el primer americano en la historia del club, Dave Stockinsky. “No era mal jugador, pero la directiva pensaba que había fichado a una persona de dos metros pero al final resulta que medía 1,92 y claro, si planteas el equipo con un americano de pívot, pívot, y te viene un escolta, pues el tema es completamente distinto. Pero eso no solo le pasó al Obradoiro sino a muchos otros equipos, eran cosas de aquella época”, asume. Ese curso el equipo santiagués acaba cuarto en Segunda División pero el gran acontecimiento es el estreno del viejo pabellón de Sar. Adiós al cemento del Gimnasio Universitario.

“El Obradoiro siempre fue bastante peculiar, no tan profesional como podrían ser otros, y digamos que cuando llegamos nosotros estaba muy manido eso de que se ganaba en casa y se perdía fuera... pero llegó un momento como que no. Fue un momento de reestructuración en la Segunda División y quizás se hizo todo un poco más profesional. Se exigían una serie de cosas, entre ellas yo pedí que nos pagaran algo, y nos pagaron... pero durante 3 meses”, menciona con ironía antes de añadir: “Quiero decir que el Obradoiro pasó de jugar por aquí por Galicia a hacerlo a nivel nacional, con una serie de gastos y desplazamientos, y obligó a cambiar al club en muchas facetas”.

Pívot entregado y todoterreno, dice aún hoy que le cuesta describir su juego: “Yo salía de la zona y si me dejaban marchaba del campo (se ríe). Jugaba distinto, no soy muy capaz de definirme. Si me dejaban tirar, tiraba y ya no me metía en líos por dentro de la zona... pero también jugaba por dentro”. En su memoria siempre permanecen quienes más le enseñaron: “Recuerdo el nombre de todos los entrenadores que tuve, pero el que más me marcó fue el primero, Ignacio Pinedo, con todos los respetos a los demás. Sabía mucho, y tuve la suerte de estar un año con él en el Estudiantes. En la temporada siguiente ya estuvo Chus Codina”.

Su trayectoria se frenó en la siguiente campaña, cuando tuvo que cumplir con el Servicio Militar Obligatorio en Madrid. “No podía entrenar y llegó un momento en el que Alfonso me dice que tampoco venga ya a jugar y eso me fastidió porque me escapaba todos los fines de semana para poder hacerlo. Pero hasta era comprensible”, acepta.

Aunque volvió, y en su álbum, por encima de las victorias, de las derrotas, de los problemas, las fiestas o de las lesiones... están sus compañeros. “Desde el primer año aquel grupo de jugadores aún son ahora mis mejores amigos. Además del vínculo del baloncesto hicimos una amistad que aún perdura. Por eso decimos que el baloncesto de aquella época era más romántico, no teníamos una obligación tan clara con un contrato por el medio pero nosotros, por amistad, queríamos ganar”, sentencia Antonio López Cid.

LAS RECURRENTES LESIONES DE RODILLAS
Otra víctima del parqué de Sar

··· Como muchos de los jugadores de su generación, los problemas en las rodillas fueron el gran quebradero de cabeza de López Cid y una de las causas de que colgase las botas, después de una nueva etapa de cuatro años en el Bosco de A Coruña tras dejar el Obra. Las famosas tablillas colocadas en vertical del parqué de Sar fueron letales, como lo fue en su día la pista del Gimnasio con la que se topó Antonio en Santiago. “Cuando llegué les dije que me parecía una locura jugar en cemento. Yo venía como un ‘niño bien’ de la cancha del Estudiantes... pero si quería jugar me tenía que adaptar. De todas formas, yo en el Campus sólo llegué a jugar uno o dos partidos”, recuerda. Con varias operaciones de menisco, “cirugías abiertas no como ahora”, ya sin ligamentos cruzados en una de ellas asume que “ésta es una de las cosas que me dejó el baloncesto”. “A los 35 años me dijeron que me ponían una prótesis pero les dije que esperaran y hasta ahora. Pero tuve que dejar todo, ‘pachanguitas’ y todo”, puntualiza.

CON RIVERA, PEPE CASAL, BERNÁRDEZ Y PIRULO
Idas y vueltas en el banquillo

··· Antonio López Cid ejerció de entrenador ayudante en tres etapas diferentes de la historia del Obradoiro CAB. “Empecé con Alfonso Rivera, en la temporada 84/85. Había comenzado a trabajar en la Xunta pero tenía unos jefes maravillosos y cuando les planteé la posibilidad de ganar un dinero extra me dijeron que no había inconveniente. Fue el año que el equipo fue campeón de Segunda y ascendió”, relata. También acompañó a Pepe Casal en una de las múltiples ocasiones en las que el ahora presidente de la Fundación Heracles salió al rescate del equipo, y poco después sufrió desde el banquillo, primero como mano derecha de Julio Bernárdez y después de su excompañero Pirulo, el ‘play-out’ frente al Cajahuelva de la campaña 88/89 que se decidió en un dramático quinto partido en la ciudad onubense al vencer por 57-60. Continuó en la famosa campaña 89/90 del ascenso fallido en Murcia, pero no llegó a vivir el rocambolesco episodio de la serie final pues dejó el equipo a mitad del curso “porque tenía exámenes de la Diplomatura y al haber viajes no tenía mucho tiempo”.

“Era contundente con mis compañeros: a la hora de jugar, había que darlo todo”

Son muchos los jugadores que coincidieron en el Obra con Antonio López que siempre le señalan como el capo del vestuario, el líder que llamaba al orden dentro de la pista de juego. No rehuía la fiesta, pero exigía seriedad y responsabilidad al día siguiente. “Yo tampoco era un ejemplo para nadie, pero era bastante contundente con mis compañeros. Sabían que a la hora de jugar, jugábamos, y había que darlo todo, cada uno dentro de sus posibilidades, sin quejas, pero lógicamente después cada uno podía hacer lo que quisiera”, subraya y añade: “Pero para mí jugar y entrenar era sagrado”.

Asumía que era una cuestión de compromiso. “Dentro de las dificultades que teníamos, porque hay que reconocer que el Obradoiro ofrecía un dinero pero luego no pagaba, lo que sí tenía bueno el club es que todos los jugadores tenían un piso para vivir y la comida pagada, con lo cual ya era bastante. Ahí no falló nunca el Obra”, asevera. Incluso bromea cuando echa atrás la memoria y alude a cómo sus compañeros le restregaban, durante su año de mili en Madrid, lo bien que les trataban en el mítico Restaurante Vilas. “Era menú del día pero el Vilas era una institución en Santiago y todos me comentaban lo bien que comían mientras yo pasaba con tres cosas”, se ríe.

“Si había un problema o si alguien necesitaba dinero, se le daba, si había exámenes, no se iba a entrenar, pero en temas generales éramos un equipo profesional sin contratos. Eso vino después, cuando yo lo dejé, coincidiendo con los Juegos del 92, antes todos firmábamos una ficha y se acabó. Ese era tu compromiso con el club. Si surgía un trabajo se dejaba el baloncesto sin problema. Era otro mundo que la gente de ahora igual no entiende... ni se lo cree”, reflexiona.

Porque en ese concepto de baloncesto romántico como les gusta decir a los jugadores de su generación, el equipo lo era todo. “Nosotros vivíamos juntos, comíamos juntos, cenábamos juntos... era un peñazo auténtico. Estaba con mis compañeros todo el puñetero día y si había algún problema ahí estábamos, pero que no lo había ¡juerga!”, e insiste: “Y todos iguales, con el mismo contrato: no se pagaba a nadie”.

Llegó a ser tal la dependencia de este grupo, que cuando junto a Andrés Caso fichó en A Coruña, seguía viviendo en Santiago. “Fue cuando se inauguró la autopista. Uno conducía de ida y otro de vuelta. Nos dejaron un coche en el Bosco y entrenábamos bastante tarde, sobre las nueve de la noche, a veces cenábamos allí y llegábamos a Santiago en días normales sobre la una de la madrugada e íbamos directamente al Royal”, confiesa.

“Si me lo plantean cuando llegué, nunca pensaría que se alcanzasen los 50 años”

Para Antonio López Cid son muchos los personajes clave en la historia del club. Entiende que todos han sumado, de una forma o de otra, aunque a la hora de encabezar su particular lista no puede olvidar a José Manuel Couceiro -“Que tiene un mérito increíble porque el Obradoiro existió gracias a él y hacía de todo”-, a su inseparable Tonecho -“No soy quien yo para decir quién es, pero además de un jugador espectacular es un tío que ama al baloncesto y al Obradoiro por encima de todo. El Obradoiro sin Tonecho creo que no sería el Obradoiro”- o al propio Jose Caldas, El Indio, “que en aquella época de los inicios del club era una auténtica figura”. “Pero hay otros muchos”, insiste.

Pero ¿se imaginó que el Obra podría llegar a cumplir los 50 años de vida? “Si me dicen eso cuando vine, diría sinceramente que no, y después del tema judicial, de lo que se llama la travesía del desierto, creo que lo de este club es un milagro. No sé si a nivel nacional están muy enterados de lo que fue el Obradoiro, de lo que pasó y de lo que está haciendo ahora, ya con 10 años en la ACB trampeando, porque sigue siendo un equipo modesto... pero estamos ahí”, sentencia con orgullo.

Antonio no puede evitar emocionarse al echar la vista atrás y, sobre todo, se le quiebra la voz cuando rememora las cenas de veteranos y pasa revista a los que ya no están. “Comemos, bebemos, nos reímos y si hay alguien con problemas ahí estamos. Pero te vas haciendo mayor y hay pérdidas de compañeros que a lo mejor no eran tan mayores y recuerdas lo que has pasado con ellos... Pero estamos bastantes”, acepta deseando poder recobrar una cita ya tradicional cada junio.

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