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Zdravljica, un brindis

    • 01 oct 2020 / 01:00
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    EN LOS JUEGOS de Estocolmo de 1912 Rudolf Cvetko conseguía una medalla de plata para Austria en esgrima. Era la primera presea para un deportista esloveno. Cvetko había nacido en Kranj.

    En París 24, Leon Štukelj, fue declarado el mejor gimnasta. El más grande deportista esloveno de la historia consiguió seis medallas olímpicas pero se las arrogó el Reino de Yugoslavia.

    En México 68, Miroslav Cerar se proclamó doble campeón olímpico en caballo con arcos. Sus medallas contaron para la República Federal Socialista de Yugoslavia, a pesar de haber nacido en la capital eslovena, Liubliana.

    De la región meridional de los pueblos eslavos nacieron los eslovenos, objeto de constantes conatos de absorción por el ánimo imperialista. Desde los tiempos del Ducado de Carantania, Eslovenia desafió los sueños supremacistas con obstinación y singularidad. La de la dinastía Celje, del Mar Adriático y del monte Triglav.

    Esa homogeneidad étnica fue la que facilitó la brevedad de su guerra de independencia, de tan solo diez días. Los nacionalistas serbios no encontraron nada que reivindicar de la idiosincrasia eslovena que declaraba su independencia en 1991 con muchas razones. Deportivas también.

    Desde entonces se cuentan un total de 40 medallas olímpicas ganadas bajo la bandera blanca, azul y roja. Tres deportistas acaparan el cerca de un tercio: Iztok Čop -remo-, Rajmond Debevec -tiro- y Tina Maze -la más laureada con dos oros y dos platas en eslalon gigante, súper gigante y descenso-. No es raro que Eslovenia tenga a esquiadores entre sus mejores deportistas.

    En el valle alpino de Planica se encuentra la primera colina y reina de todos los saltos, construida en 1934. En ese trampolín permaneció durante 12 años el récord de Romoren, con 239 metros.

    Primož Roglič también saltaba y llegó a ser campeón mundial júnior. A los 21 cambió los esquís por la bicicleta. Y ahora nos ha brindado una magnífica batalla junto a Tadej Pogacar en la resolución del Tour 2020. En la Vuelta 2019 el del Jumbo se llevó el gato al agua. Un año después, la cronoescalada de La Planche encumbró al de Komenda. Llevamos dos años asistiendo a un duelo fraternal en el que dos ciclistas eslovenos se postulan como los mejores del mundo.

    Esta hegemonía no viene de ahora. Un chaval de 21 años bate cada temporada decenas de récords de la NBA, algunos superando a Jordan. La calidad infinita de Luka Doncicć junto a la experiencia de Goran Dragic dieron a Eslovenia su triunfo colectivo más importante: el EuroBasket 2017.

    Y el deporte rey no iba a ser menos. Ya no hay temor a equivocarse al decir que Jan Oblak es el mejor portero del mundo. En la Liga el meta del Atlético de Madrid ha dejado su marchamo con el Zamora menos goleado. Un promedio de 0,47 goles igualaba el registro de Liaño, 22 años después. Sus gestas en Champions se cuentan por miles, como la triple atajada al Leverkusen o las once intervenciones en Anfield.

    Eslovenia es uno de los países más pacíficos y con mayor biodiversidad. Y su deporte hace gala de ello. En la última etapa de la Grande Boucle no se produjo la clásica foto del brindis del campeón. Pogacar lo quiso así por respeto a su compatriota Roglic. En su lugar, el brindis que propuso el joven ciclista fue el del himno de su país: “Salud a las naciones que ansían ver el día en que de Oriente a Occidente ni un solo odio quede en pie; que la humanidad viva en libertad y las fronteras sean encuentro y buena vecindad”.

    Ese parece ser el secreto de la academia eslovena: admiración, esfuerzo y concordia para recuperar lo que antaño les quitaron, su identidad.

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