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Prevenir hoy para no lamentar mañana

  • 09 ene 2022 / 01:00
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Los peregrinos de todas las épocas cantaban, por dentro, por fuera o entre ellos en su camino a Santiago. Llegados a Compostela, todo invitaba al canto. Lo de las lenguas y la artificial división entre culto y popular, no deja de ser un modo de diferenciar tanta melodía de distinta procedencia.

En este doble año santo se repiten ritos que, intentando no romper con la tradición, se transforman para crear expectación. Se observa en la liturgia civil y religiosa -invariable en lo sustancial- y en la que está entorno a la catedral.

En la Traslación de 2021 ha sido grata noticia escuchar el O beate Iacobe y la Misa breve a ocho, dedicada ad piissimam Mariam. Fueron realizadas por dos maestros de capilla en momentos delicados, con intención de que primara la música en tan gran celebración.

No sin razón, uno que bien conoce el archivo de la catedral y fue el promotor de su rescate y ejecución, comentaba que la de este año debía llamarse “La Traslación de Tafall” o del “Discurso de Tafall musicalizado”. No hablaba en secreta clave: son palabras que tienen sobrada explicación.

El motete al Apóstol fue compuesto en 1896, al parecer, por Santiago Tafall (1858-1930). Fuentes solventes así lo creen, pese a no estar catalogado en el archivo de la catedral, aun siendo él escolano, músico, custodio y maestro de capilla del templo.

La misa breve a María es de Melchor López (1759-1822), músico al frente de la capilla compostelana casi 40 años, largo tiempo para hacer y deshacer a su gusto cuanto quiso.

Son obras que remiten a compositores con honra ganada a pulso y dedicación. Pero hay más. Explícitamente no se interpretó obra alguna de otro músico notable, del agrado de López y Tafall: el italiano Buono Chiodi (1728-1783). López copió y repuso muchas piezas de Chiodi. Tafall fue misericorde con él pese a detestar florituras y aspavientos de la música belcantista en el templo.

Forman una tríada que si los viésemos por separado difícilmente entenderíamos. Sólo estando en Compostela, sumidos en la estructura y hermosura de su arquitectura y el espacio, físico y etéreo, de sus muros y su entorno, termina por entenderse -o aceptarse como algo mágico- tan feliz constelación. Más que con palabras mejor se intuye lo dicho estando y respirando todo in situ.

Otro elemento que reseñó Tafall en 1918 fue la presencia de ciegos -solos o en coros- interpretando villancicos, coplas y romances en la Puerta Santa, de la que hace también un rastreo interesante.

Santiago Tafall, interesado en la música popular y culta, fijó su atención en esas melodías de los invidentes -acaso acompañados de violines, gaitas o zanfonas- y concluyó vagamente que procederían, al menos algunas, de los alrededores de Santiago. No las desprecia, pero tampoco ensalza ni atina a quién atribuirlas. Las deja en suspense: las letras -dice- podrían estar adulteradas por transmitirse oralmente y las melodías, bajo su prisma, las transcribió con ritmo libre o a su antojo.

Los ciegos y sus melodías desaparecieron del lugar, pero tienen una tradición musical y literaria tan fascinante de no tanto calibre que la historia de la capilla catedralicia y los cánticos de su interior.

Tafall se remonta a su infancia y cuenta la impresión que le causó a los 10 años, el 31 de diciembre de 1868, escuchar expectante lo que ya conocía por su incipiente erudición. Sin tener cabal conocimiento musical pidió a su hermano Rafael, organista de la catedral, que le ayudase a tomar nota de lo que se convertiría en una pasión: Esperaba yo la apertura de la Puerta Santa con toda la impaciencia y ansiedad del que va a presenciar algo desconocido... Efectivamente: la sorpresa y entusiasmo fueron grandes al contemplar aquella grave y lucidísima comitiva, aquella procesión solemnísima, en la que las tradicionales chirimías dejaban oír su acostumbrada tocata, y la orquesta de la Catedral ejecutaba una marcha hecha, así, a la primera manera de Haydn, por el abate D. Buono Chiodi ... Terminadas las vísperas al anochecer, ya estaban los ciegos entonando sus canciones ante la Puerta Santa. La curiosidad, y acaso también el deseo de burlarme, lleváronme a oírlos... trocáronse mis malas intenciones en sentimientos de benevolencia y simpatía.

Añade que en los jubileos de 1875 y 1880 aún cantaban los ciegos en ese recinto. En 1880 -jubileo extraordinario tras hallarse las reliquias del Apóstol- y 1885 decayó esa costumbre. En 1909 y 1915 no habiéndose anotado las melodías, escribe Tafall: solo queda el recuerdo de aquellos cantares en la memoria de los que vamos siendo viejos.

Lección da el maestro: salir al paso de lo supuestamente rutinario, insulso o irrisorio, so pena de no tener remedio su inevitable pérdida o mutación.

Lo dice el refrán: más vale prevenir que lamentar. Así se podrá mirar ese pasado como algo retro, vintage o reinvención. O quizás más y mejor, como patrimonio y tradición.

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