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y Cesáreo gonzález

  • 24 ene 2021 / 00:00
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Hn pasado ya sesenta años desde que mi querido Luis Sanz descubrió a Rocío Dúrcal, en plena adolescencia, en el famoso programa de TVE Primer aplauso, conducido por el irrepetible José Luis Uribarri al que le debo mucho en términos profesionales y con el que comenzaron los suspiros de muchos ruiseñores. La intervención de aquella niña cantando La sombra vendo de Llabrés y Gordillo le pareció al productor un auténtico prodigio. Su voz le sorprendió y su sonrisa le sumió en una irremediable fascinación, ya que era la de una auténtica estrella. Los aplausos se abrían paso entre los silencios de una vida en blanco y negro.

Sanz la retiró del concurso y convenció a sus padres para que firmaran aquel contrato en exclusiva con Época films después de unas pruebas cinematográficas magistrales en las que la artista mostró todo su talento como si fuera ya una verdadera profesional. La época dorada comenzaba a acariciar un rostro entre las oscuras nubes.

Marisol era ya una estrella que hacía largas giras por América y que actuaba en Ed Sullivan Show, Rocío sería una actriz adolescente con similitudes, por el perfil de los vehículos cinematográficos, pero muy distinta desde todos los parámetros interpretativos y musicales. Sanz le puso los mejores profesores y estuvo un año preparándola para el gran lanzamiento. El viento redoblaba abandonando el polvo de los caminos macilentos. Antes de rodar su primera película ya era la protagonista de numerosas portadas de revista y anuncios en el diario ABC donde se aseguraba el nacimiento de una gran estrella. Rocío Dúrcal tuvo una gran campaña publicitaria, como se hacía con las estrellas juveniles americanas, siguiendo, en este caso, la línea creada para Deanna Durbin, versionando, incluso, algunas escenas de sus películas de mayor éxito. Todos los espejos estaban intactos.

Canción de Juventud, un éxito rotundo. El lanzamiento de su primer film Canción de Juventud dirigida por Luis Lucía no pudo obtener mayor éxito. Rocío consiguió convertirse, desde el primer momento, en un fenómeno cinematográfico-musical para los adolescentes de la época que traspasó todo tipo de fronteras. Alcanzó en muy poco tiempo un gran reconocimiento en toda América donde era requerida en los mejores programas y escenarios. Muy pronto llegaría su segunda película, Rocío de la Mancha, también del mismo realizador, donde estaba acompañada de un jovencísimo Simón Andreu y del entonces niño prodigio Pedro Mari Sánchez que logró, posteriormente, una importante carrera en el cine y en el teatro.

Entre la respiración de las rosas recién cortadas llegó el momento de una importante propuesta para hacer Tristana de Luis Buñuel. Luís Sanz se negó a que realizara aquel proyecto porque decía que Rocío se podía traumatizar con un papel con ese registro dramático para el que la joven estrella no estaba preparada. Afirmaba, que su perfil en el cine tenía que ser otro muy distinto, el de ídolo juvenil. No sabemos lo que hubiera sido de Rocío interpretando ese personaje, pero su carrera hubiera sido muy distinta de la que hemos podido disfrutar.

El fascinante Imperio de Cesáreo González. En aquellos momentos el productor gallego Cesáreo González, creador de todo un imperio cinematográfico sin precedentes, ya había puesto sus ojos en aquella jovencita que le parecía fascinante como estrella de la pantalla. Pensaba Cesáreo que Rocío tenía la fotogenia, el carisma y el magnetismo necesario para ser una gran estrella. Estaba enamorado de su voz, de su espontaneidad y, sobre todo, de su capacidad para mostrar su delicada fragilidad matizada por una alegría que se salía de lo habitual. Cesáreo quiso trabajar con Rocío desde el principio, sufrió una especie de hechizo, como también le había ocurrido a Adolfo Marsillach cuando dirigió a nuestra estrella en Un domingo en New York de Norman Krasna, junto a Carlos Larrañaga y Paco Valladares. Marsillach aseguró posteriormente, y lo confirma en sus memorias, que no solamente había estado encantado de trabajar con Rocío Dúrcal, a la que consideraba una estupenda actriz, sino que, realmente, se había enamorado de aquella adolescente de 17 años a la que nunca le había comentado nada sobre sus sentimientos porque era una menor con la que todo era imposible por diferentes motivos. Posteriormente y muchos años después se lo confesó en una cena en la que ya no llovían las margaritas.

Después de los silencios. A Cesáreo le hubiera gustado contratar en exclusiva a Rocío para Suevia como lo hizo con Lola Flores, con la que rodaría títulos como “¡Ay pena penita pena!”, pero sus propósitos no eran posibles porque Luis Sanz tenía la exclusiva. Cesáreo había llegado al mundo del cine por casualidad, pero a principios de los sesenta ya llevaba veinte años en la profesión desde que comenzara con Polizón a bordo, dirigida por Florián Rey en 1941, con la que consiguió una de las recaudaciones más importantes del cine español. Después vendrían títulos emblemáticos como Violetas Imperiales, una producción hispano-francesa dirigida por Richard Pottier en 1952, protagonizada por Carmen Sevilla y Luis Mariano, con la que Carmen triunfó a nivel internacional. Tampoco podemos olvidar Camelia de Roberto Gavaldón con una bellísima María Félix, que le causó muchos trastornos a González, y Jorge Mistral... en esa versión mexicana de la Dama de las camelias de Alejandro Dumas. Entonces, antes y ahora la lluvia sobre los cristales del alma.

El aire de urgencia, como decía Álvaro Cunqueiro, era una característica de un Cesáreo que no dejaba de producir filmes de forma incesante dejando, en muchas ocasiones, lo comercial a un lado para ponerse al frente de producciones como Calle mayor dirigida por Juan Antonio Bardem que protagonizarían José Suárez y Betsy Blair en una versión libre de La señorita de Trevélez. Solamente por esta cinta Cesáreo se escribe con letras de oro en la historia del cine español.

Posteriormente, produciría grandes éxitos comerciales de Joselito como “El ruiseñor de las cumbres” o El Caballo Blanco y Ha llegado un ángel de Marisol, con la que consiguió un gran interés de la productora Columbia que quiso comprarle, por una gran fortuna, el contrato en exclusiva que tenía Goyanes con la estrella infantil. Cesáreo tenía ese ojo clínico para convertir todo lo que tocaba en oro. Sin embargo, no sería hasta casi el final de su carrera profesional cuando consiguió rodar una película con Rocío Dúrcal, Cristina Guzmán, dirigida por Luis César Amadori, una cinta con la que Dúrcal cambiaba de registro, dejando lentamente las películas de adolescentes que había protagonizado hasta entonces para pasar a la edad adulta con un resultado bastante satisfactorio. Los violines gritaban sus necesidades.

Cesáreo tenía muchos proyectos para Dúrcal, quería que protagonizara películas dirigidas por Bardem y Berlanga, pero su muerte prematura no lo hizo posible. Cuando falleció había firmado cuatro películas con Berlanga que nunca pudo ver. Podemos decir que Cesáreo González consolidó nuestro propio Star-System con proyección internacional. Películas con: Sara Montiel, Lucía Bosé, Carmen Sevilla, Sonia Bruno, Iran Eory, Maruja Díaz... Fue realmente un mago de la producción al que el cine español le debe mucho. En Galicia tenemos que sentirnos orgullosos y recordarle en el sitio que le corresponde. Los laureles deben adornar la irremediable sombra.

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