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Una tradición Autoritaria

y mandos

  • 03 abr 2022 / 01:00
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El KGB y el MVD eran en realidad ejércitos paralelos casi completos. Sus reclutas eran considerados de élite y obtenían privilegios en la asignación de viviendas, disponían de tiendas de alimentación y bebidas propias -esto segundo era muy importante en un país corroído por el alcoholismo- y tenían acceso a automóviles. El KGB tenía 175.000 efectivos, encargados del control de las gigantescas fronteras, que se dividían en distritos de 300 a 600 kilómetros de largo y 42 de profundidad. Gestionaban pasaportes, puntos de control, pero también se encargaban de su defensa con batallones de 3 compañías de fusileros, una de ametralladoras y otra de perros, que debían impedir las entradas en el país y las salidas de los disidentes. Disponían de tanques, helicópteros y se encargaban de la frontera más sensible, la China, estando bajo su vigilancia los silos nucleares e instalaciones de alta seguridad.

El MVD disponía de 260.000 efectivos que se agrupaban en 30 divisiones de infantería y básicamente solo reclutaba asiáticos, porque, como dijo un oficial, “se caracterizan por su obediencia, estupidez y crueldad. Hacen todo lo que se les manda sin rechistar y siempre respetan a los rusos”. Se les reclutaba además porque sus misiones eran muy impopulares, y el ejército nacional, que disfrutaba de un gran prestigio social, no quería mancharse las manos en ellas. Tras la caída de la URSS y su fragmentación, los tres ejércitos entraron en un período de decadencia, desorganización, y el hundimiento del estado y todo el sistema económico favoreció aún más la corrupción y venta de armas y toda clase de materiales. Miles y miles de familias de militares se quedaron sin empleo y vivienda, por ejemplo, lo que agravó la situación hasta el extremo, y por eso a partir del año 2008 se procedió a llevar a cabo una modernización y reorganización de los tres ejércitos, que sin embargo no acabó del todo con los problemas anteriores, que habían provocado la traumática derrota en un Afganistán ocupado por diez años, y luego las de Chechenia, Georgia, y quizás ahora Ucrania.

Primero se redujo el servicio militar de 24 meses a 18 y luego a 12. Pero la falta de especialistas hizo que se tuviese que crear la figura del kontrakniki, o soldado con contratos de 3 a 5 años. Esta primera reforma no fue suficiente y en el año 2008, por ejemplo, en la guerra de Georgia, la ineficacia del ejército ruso fue notoria. Georgia quiso acercarse a Occidente, siendo manipulada por él, del mismo modo que lo fue Uzbekistán, riquísimo país petrolífero situado en el centro de Asia y en el que los EE.UU. tienen bases militares, cuando quiso entrar en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), un océano cuyas orillas en Asia central suscitan algunas dudas geográficas.

En la guerra de Georgia de 2008, Rusia bombardeó aeropuertos en desuso, creyendo que eran de interés estratégico, erró en el tiro causando miles de bajas de sus tropas por fuego amigo, perdió los sistemas de comunicaciones y tuvo que acabar llamando por los teléfonos civiles. La logística falló estrepitosamente, faltaron municiones y se careció de buena información por satélite. Putin consiguió superar políticamente este problema favoreciendo luego la separación de Osetia del Sur y de Abjasia, que pasaron a ser países satélites “libres”, del mismo modo que ocurre en Ucrania y sus dos repúblicas separatistas.

Aprendida la lección, en 2012 se procedió a otra reforma del ejército, reducido a 1 millón de hombres. Ese ejército jubiló de golpe a 200 generales, pero el número de tenientes coroneles y coroneles superaba con mucho al de capitanes y tenientes. Se redujeron así a 45.000 los 250.000 oficiales y se comenzaron a utilizar oficiales y suboficiales de complemento en el nuevo ejército de Putin. Podemos llamarlo así porque Putin detenta el mando supremo personalmente. Decide la estrategia global y es quien toma las decisiones militares, pudiendo además nombrar y cesar a los mandos. El ministro de defensa y los estados mayores se encargan de la ejecución técnica de estos planes, que no parece que puedan discutir, lo que podría explicar la hasta ahora fallida ocupación de Ucrania.

El nuevo ejército se rearmó y mejoró los uniformes de sus soldados, su sustento, desarrollando nuevas armas y sistemas de comunicación, por ejemplo, con drones. Pero el problema esencial seguía en gran parte presente. Se trata de un ejército basado en parte en el servicio militar obligatorio, pero corroído por la dedovschina, es decir, la desmoralización y el robo y la apropiación indebida.

Hay un rechazo muy general al servicio militar, y uno de cada tres reclutas consigue librarse del servicio, según el coronel general Vladimir Mikhailov: “por incapacidad mental, drogadicción o por ser imbécil” (2008), dejando claro con esta frase, digna de un general zarista, el desprecio de los soldados por parte de sus mandos. Un desprecio que es una de las bases de la incompetencia militar, como demostró el general Norman Dixon en el libro en el que acuñó y describió las bases psicológicas de esa incompetencia, que ilustró con ejemplos. La exención al reclutamiento se consigue mediante el soborno y la corrupción. Pero es que además de ello la caída en picado desde hace años de la tasa de natalidad hace todavía más difícil poder cubrir los sucesivos reemplazos. Un batallón de infantería, por ejemplo, suele tener dos compañías de profesionales y dos de reclutas, y eso hace imposible su manejo con un mando eficaz, por la distinta experiencia de sus soldados.

Pero es que además las 85 brigadas de las que dispone el ejército de tierra ruso- Ucrania, por cierto, solo tiene 10: dos de montaña y 8 motorizadas - solo están listas para la intervención inmediata 40. En el total de ellas, 4 son acorazadas, 35 motorizadas, 9 de misiles, 9 de artillería, 4 de artillería antiaérea, 10 de apoyo logístico y 1 de guerra electrónica. El problema es que la dotación de sus armas depende del favoritismo de los generales superiores a los de brigada. Hay que tener influencias para que doten a la brigada. Esto hace que muchas sean poco operativas y que no se coordinen entre ellas; no se sabe a veces si es que para eso los generales tienen que llevarse bien o ser amigos de quien manda más. Y como ocurrió en la I y II guerras mundiales se envía ahora al frente a reservistas mal entrenados.

En el ejército de tierra en 2013 había 130.000 soldados profesionales y 230.000 de reemplazo, junto a 220.000 oficiales y suboficiales. La falta de soldados hace que se permita contratar por cinco años a extranjeros, a los que luego se les concede la nacionalidad rusa. Esto explicaría la utilización de chechenos y sirios en la guerra de Ucrania, y la formación de la Legión Extranjera, copiada de la que luchó contra la Revolución en la Guerra civil por parte de Zelenski. Una legión que, por cierto, algunos oficiales superiores ucranianos consideran perjudicial porque no se sabe quién se está alistando en ella, y porque sus soldados pueden ser indisciplinados, ineficaces, pueden desertar cuando les parezca, de la misma manera que llegaron a Ucrania, e incluso entregarse a todo tipo de actos descontrolados. El problema sería el mismo, ya que se quiere resolver con la cantidad la falta de coordinación y eficacia.

Siglos de tradición autoritaria y de corrupción política, económica y de clientelismo, favoritismo e incompetencia parecen seguir flotando como una negra nube sobre un ejército ruso que siempre obtuvo sus grandes victorias basándose en los ataques en masa de la infantería, en los bombardeos masivos y la destrucción de su artillería, y que desde su creación hasta ahora ha sido y continúa siendo un brazo del poder político, y además de un poder casi siempre personal: del zar, del secretario general del PCUS, o del presidente ruso renacido como líder carismático ahora, a la par que su homólogo ucraniano sobre el que parece pivotar todo el país.

Pero el problema que se le puede plantear al ejército ruso es el siguiente. La guerra actual es una mezcla de terrorismo de guante blanco- bombardeos con drones en cualquier lugar del planeta sin respetar fronteras-, de ciberguerra y guerra en las redes digitales, de propaganda política y de desinformación. La guerra de Ucrania es prueba de esto en Rusia,pero también en Occidente. Por supuesto que es injustificable y que hay agresores y agredidos, pero el sesgo de la información a veces roza el ridículo. Parece que todos los yates del mundo los tienen los oligarcas rusos, y que sus inversiones en la City londinense- conocida como Londongrado- o en los paraísos fiscales de todo el mundo se pueden controlar. Y además se quiere dar la impresión que son los únicos que utilizan esos medios financieros,o que compran clubs de fútbol, orgullo nacional de Inglaterra. Y que la prohibición de la importación de diamantes, vodka y cangrejo a los EE.UU. va a ser algo esencial en la crisis alimentaria en la que morirán millones de personas, según la ONU.

En todas las guerras desde la antigüedad cada bando exagera las pérdidas del enemigo y minimiza las suyas. Rusia no informa de sus muertos, Ucrania sí de los de Rusia, pero no de los suyos, y no deja de ser curioso que solo ella puede contar con tanta precisión las bajas del enemigo. ¿Es que las recoge? Es el eterno juego de la guerra desde hace 4.000 años. Pero ahora la información es más sesgada que nunca. Rusia censura los medios extranjeros, y Occidente los rusos. La cadena Rusia Today ha sido prohibida en los EE.UU. y Europa. Sería interesante escuchar sus versiones para contrastar datos, como se hacía en Europa en la II Guerra Mundial escuchando la BBC en Francia y Alemania, con riesgo elevadísimo, para contrastar las noticias de los grandes éxitos del III Reich y su “retirada estratégica” de tres años seguidos en el frente ruso. La retórica bélica siempre es la misma, y por eso contrastar la de las dos partes es esencial, y ahora imposible de hacer.

En las guerras actuales, junto a los medios citados, se utilizan armas convencionales de infantería, artillería, marina y aviación, armas electrónicas y cabe la posibilidad del uso de armas químicas, biológicas y nucleares. Cada bando acusa al otro de querer utilizarlas, pero hasta el día de hoy - y esperamos que para siempre - solo los EE.UU. han lanzado bombas atómicas en el escenario de una guerra. El uso de nuevas armas invisibles, como las financieras, los cortes de suministros y energía pueden hacer que las armas nucleares no se vuelvan a utilizar. El Gran Oso, como se conoce a Rusia, no parece querer hacerlo, pero su tendencia a resolver las guerras con altos niveles de destrucción no ayuda a tranquilizarnos. Sabemos que las dos superpotencias nucleares tienen medios para comunicarse y evitar su uso. Quizás por eso en este caso también su uso en la retórica bélica, destinada siempre a sembrar el temor y aterrorizar a los inocentes, es especialmente doloso e irresponsable.

Nota: los datos acerca de la historia reciente del ejército ruso han sido tomados del libro de Chris McNab: The Great Bear at War. The Russian and Soviet Army 1917-Present, Osprey,Londres, 2019.

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