Galicia
EN BLANCO Y NEGRO. Ilegales abatidos a disparos cuando faenaban, francotiradores nocturnos, enfrentamientos entre mariscadoras, antidisturbios en las playas, familias rotas... titulares habituales en los años ochenta TEXTO Antonio P. Fidalgo

Furtivismo: cuando la ley del más fuerte era la única que imperaba en aguas de la ría de Arousa

  • 20 jul 2020 / 00:00
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El Estatuto de Autonomía de Galicia adquirió carta de naturaleza el 6 de abril de 1981. Apenas tres meses después, en pleno verano, fallecía tiroteado en la ría de Arousa Guillermo Irago Fernández, un vecino de Vilanova que se encontraba faenando ilegalmente en la zona que correspondía a la Cofradía de Pescadores de Rianxo. Se convirtió en la primera víctima de una larga confrontación entre furtivos y anti-furtivos que sembró de sangre unas comarcas, separadas y unidas por ese mar que é de todos, condenadas a entenderse aunque cada uno estaba dispuesto a lo que fuera, incluso al uso de la violencia, para defender lo que unos consideraban que era suyo y otros defendían que los frutos de las rías eran de todos.

Fueron años muy duros en los que furtivismo y contrabando se mezclaban ante la miopía de las autoridades políticas de Madrid y policiales de Galicia, incapaces de detectar que de aquellos polvos iban a llegar los lodos del narcotráfico. Una temporada marcada con sangre que finalizó cuando la Xunta tomó impulso y la Consellería de Pesca impuso cierta cordura. Pero durante dos largas décadas, en los años 80 y 90, imperó la ley del más fuerte. Ramón Díaz del Río Jaudanes elegido por Xerardo Fernández Albor para ser el primer conselleiro de Pesca fue testigo y protagonista de un etapa muy dura en la que se pusieron las bases de la primera ordenación marisquera y pesquera cuando apenas había competencias y escaseaba el dinero.

Guillermo Irago fue la primera de las víctimas pero hubo más de las que deberían haberse producido. Pero esa es otra historia. En esta se trata de recordar unos hechos que forman parte de la crónica negra de ese Planeta Arousa, en afortunada definición del periodista Benito Leiro que, no obstante, para él y muchos más fue siempre Un lugar tranquilo .

Recordaba precisamente Benito Leiro en las páginas de EL CORREO GALLEGO que aquella guerra larvada se desató en el verano de 1981 cuando se produjo la primera víctima mortal de un enfrentamiento que hacía años se venía fraguando. A Guillermo Irago le abatieron a tiros vigilantes jurados de la Cofradía rianxeira que no dudaron a la hora de usar sus armas para defender lo que la viuda definió como “a comida para os meus fillos”.

“La gravedad de esta acción”, recuerda Leiro, “no podía augurar nada bueno” y los días pasaban entre escaramuzas de pescadores y mariscadores de las distintas localidades a ambos lados de la ría. “Una escuadrilla de planeadoras furtivas con sus tripulantes armados abordaron una lancha de vigilancia de la Cofradia de A Illa resultando gravemente herido uno de los guardas”, comenta el periodista de Vilanova.

Sin solución de continuidad, en la década de los 80, hay que consignar que otro guarda jurado (de aquella la vigilancia se encargaba a personal sin demasiada experiencia pero con uniforme), salvó la vida de milagro tras ser tiroteado en Ribeira desde embarcaciones furtivas, lanchas rápidas que se daban a la fuga con su tripulantes gritando de una forma desaforada. También resultó herido el joven Evaristo Pérez Cores quien al parecer faenaba en las inmediaciones del puente de A Illa. “Sus compañeros acusaron a los vigilantes de la cofradía isleña”, relata Leiro.

Tanto fue el cántaro a la fuente que la tragedia no tardó en estallar y lo hizo por partida doble. Rodolfo Alonso Romero, de apenas 23 años, caía muerto en la playa de A Ribeiriña, abatido por disparos efectuados desde el entorno de la Cofradía de A Pobra y a José Diz Santos lo mató un francotirador en Punta Capitán, cerca de Abanqueiro cuando faenaba ilegalmente en una concesión privada. Su sobrino Fernando González, 23 años, sufrió heridas gravísimas de las que se recuperó.

Eran tiempos en los que para frenar el fenómeno del furtivismo algunos tuvieron la idea de contratar guardas jurados armados en las cofradías para que ellos, a golpe de disparos, frenaran las acometidas de los furtivos, una situación que provocó la muerte de varias personas pero no sirvió para acabar con esta práctica ilegal que hoy, cuarenta años después, sigue presente como lo demuestran las últimas aprehensiones realizadas. Hoy los servicios de Gardacostas de Galicia hacen cumplir la ley. Y la cumplen.

LA BATALLA DE O CASTELETE. La historia en blanco y negro del furtivismo en la ría de Arousa quedaría incompleta sin reflejar lo que ocurrió en noviembre de 1989 en la playa de O Castelete, perteneciente al Concello de Vilanova de Arousa. Trataba la Consellería de Pesca de poner en marcha una reordenación marisquera ahora aceptada pero que entonces no contentaba a nadie. Durante varios días mariscadoras de San Miguel de Deiro (Vilanova) y de Corbillón (Cambados), muchas de ellas con lazos familiares que se rompieron y nunca máis volvieron a coserse, acudía a mariscar a una zona que cada bando consideraba como suya.

Los enfrentamientos eran diarios y la situación se puso tan tensa que hizo necesaria la intervención policial. Los efectivos de los cuarteles de la Guardia Civil más cercanos no podían hacer nada ante dos bandos dispuestos a todo, a pesar de ser mujeres, por lo que desde el Gobierno Civil de Pontevedra se decidió que había que enviar a una unidad completa de antidisturbios. Los agentes llegaron a la playa e intentaron poner paz pero aquello acabó en una batalla campal con policías cargando con sus porras y lanzando pelotas de goma a las mariscadoras que primero peleaban entre ellas pero después se unieron frente al enemigo común.

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