Galicia

Oubel, Abuín y Abet: los tres ‘monstruos’ gallegos encarcelados en Mansilla no muestran signo alguno de pesadumbre

Coinciden en el mismo penal sin remordimientos los tres peores asesinos de la última década // Dos condenados a prisión permanente y el tercero pendiente de juicio suman seis víctimas// El ‘sádico de Moraña’ tiene una mirada que hiela, el ‘Chicle’ se pasa el día a risas y burlas y el ‘asesino de Valga’ se jacta del triple crimen

  • 14 dic 2020 / 00:00
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David Oubel Renedo, el sádico de Moaña, decapitó a sus dos hijas, Candela y Amaia, menores de edad, con una radial; José Enrique Abuín Gey, el Chicle, secuestró, se ensañó, violó, mató y arrojó a un pozo a Diana Quer; y José Luis Abet Lafuente, el asesino de Valga, acabó a tiros con las vidas de su exmujer, Sandra Boquete, ex suegra, María Elena Jamardo y de su ex cuñada, Alba Boquete. Los tres coinciden en la cárcel de Mansilla de las Mulas, en León, y la mayor parte del tiempo lo pasan en el módulo de aislamiento, el destinado a presos de primer grado. Los dos primeros, Oubel y Abuin, con sentencia firme a prisión permanente revisable, mientras que el tercero, Abet, está pendiente de juicio, por lo que de vez en cuando goza de una mayor libertad.

Los tres volvieron a ser noticia en los últimos días por distintos temas. Oubel tras desvelar su exmujer, coincidiendo con el Día Internacional contra la Violencia de Género, las penurias (de todo tipo) que sufren muchas madres a las que les matan sus hijos por venganzas matrimoniales; al Chicle el Tribunal Supremo le cerró la última puerta para conseguir una reducción de pena al rechazar su recurso y confirmar el máximo castigo; y de Abat se conocieron unos audios que envió a amigos en los que, con tremenda frialdad, les contaba que ya estaba tranquilo y respiraba tras matar a tres seres humanos.

Son auténticos monstruos, los peores criminales gallegos en esta última década, que en prisión no han mostrado ni el más mínimo atisbo de arrepentimiento, según pudo comprobar EL CORREO con los testimonios de reclusos que estuvieron con ellos en las cárceles de A Lama y Mansilla. Coinciden en que apenas se relacionan entre sí y que no mantienen contactos más o menos estrechos con otros presos; que son como lobos solitarios enjaulados.

De David Oubel llegan las peores referencias: “Tiene una mirada que hiela la sangre”, recuerdan hasta tres personas distintas que estuvieron con él en prisión. “Anda siempre solo, se cuida mucho, pero evita el contacto con otros y son muchos los que lo evitan a él”, relata uno. “Es un monstruo vengativo que no se arrepiente de lo que hizo”, añade un segundo antes de que sentencie el tercero: “Quería vengarse de su mujer y lo hizo con toda la frialdad”.

Abuín Gey es distinto. “Anda siempre de risas y burlándose de presos y de los funcionarios, a los que muy a menudo desafía”, señala una de las personas consultadas. “Cuando sale al patio lo hace con chulería (sic) y desafiante”, mantiene otra. “Es como si quisiera demostrar que es capaz de todo, incluso dice que ya mató y que si hace falta vuelve a hacerlo”. “No da la impresión de que esté arrepentido del crimen de Diana y presume de la repercusión mediática que tuvo”, recuerda el tercero.

Abet Lafuente, que lleva menos tiempo entre rejas y solo coincidió con una de las fuentes que habló para este periódico, es más discreto, pero no menos frío que los anteriores. “Desde el primer momento que llegó a A Lama no dejó de jactarse de lo que había hecho, insistiendo en que ellas se lo habían buscado”, recuerda. “Eso sí”, añade, “siempre decía que le hacían la vida imposible y que no le dejaban ver a sus hijos. ¿Si volvería a matar? Seguro que sí. Da la impresión de ser de esas personas vengativas y que no perdonan. Muy frío”.

Las fuentes consultadas destacan esa falta de arrepentimiento que muestran y la frialdad con la que están encarando sus largas condenas. Y que si salen volverían a matar a alguien... si se diera el caso.

DAVID OUBEL
“reconozco los hechos”

El ‘sádico de Moraña’ demostró desde el primer momento del juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Pontevedra ese carácter egocéntrico y narcisista que le adjudicaron todos los psicólogos y psiquiatras que le trataron. En el inicio de su declaración fue tajante: “Reconozco los hechos. Reconozco los hechos de la acusación fiscal”, dijo ante la sorpresa de todo el mundo, ya que antes se habían negado a declarar ante la Guardia civil y en el juzgado en fase de instrucción. Añadió que “he hecho algo cuando estaba en una situación límite de lo que ahora me arrepiento, ya que no tengo forma de solucionarlo”. Fue más lejos todavía al aceptar el dictamen de los psiquiatras que lo reconocieron y que certificaron que no tenía ningún problema mental, con lo que echaba por tierra el único argumento al que podía aferrarse su abogado: el trastorno mental transitorio. Con toda la frialdad de que es capaz un ser humano que se enfrenta a la posibilidad de pasar el resto de su vida encarcelado desmanteló la línea de su defensa, ante la incredulidad de su letrado, que no entendía nada.

A partir de ahí apenas quiso añadir nada. Incluso renunció a su derecho a decir la última palabra en que pudiera añadir algo de humanidad a aquella inicial petición de perdón. Nada de eso. Ni pestañeó cuando ante él pasaron agentes, expertos y toda clase de testigos y no se inmutó cuando en la sala se expusieron los testimonios de los forenses describiendo, con todo lujo de detalles como acabó con la vida de sus hijas de cuatro y nueve años de edad. Parecía que la historia no iba con él. Oubel admitió todo como un sociópata pese a que los psiquiatras, y él mismo, ya habían demostrado que no es un enfermo sino un sádico asesino que planificó todo al mínimo detalle consciente del daño que iba a causar: a sus hijas especialmente pero también a su entorno.

José enrique abuín
“vi que no movía los ojos”

La declaración del Chicle en el juicio debería servir para ilustrar el ‘manual de contar nimiedades para no ir a lo importante’ a repartir entre los acusados que se sientan en el banquillo siendo conscientes de su culpabilidad. Abuín Gey sabía que había matado a Diana Quer y todos sus esfuerzos se centraron en amplificar su contradictoria (o desconcertante) personalidad: se negaba a dar trascendencia a la gravedad de sus hechos, exteriorizaba carcajadas y sonrisas que no venían a cuento, exageraba sus movimientos y hasta su escueto perdón dirigiéndose al padre de la joven madrileña sonó más a burla que a convencimiento. Durante toda la vista no dejó de gesticular ni en los momentos más duros. “Le eché la mano al cuello, la mano derecha”, explicó al juez lo ocurrido la noche en que se produjo el crimen. Y lo hizo tras haber cambiado de versión con total tranquilidad y como no dándole importancia. No dudó en desvelar que apretó el cuello de la joven hasta que “vi que no movía los ojos”. En ese momento, afirmó con total naturalidad como si no fuera consciente de la gravedad de sus hechos, “le di dos o tres golpes en la cara” para ver si reaccionaba y “vi que no se movía. Tenía los ojos en blanco, tenía los ojos abiertos y me miraba”,

Durante sus distintas declaraciones nunca mostró el menor atisbo de arrepentimiento, incluso llegó a bromear con su buena forma física: “Puedo levantar mi peso con dos dedos de una mano” para justificar que no le costó nada meter a la muchacha en el coche sin mayores problemas. Una frialdad absoluta. Sorprendió también la tranquilidad con la que contó que tras arrojar el cuerpo de Diana en el pozo de la nave de Asados se fue a dormir a su casa, que se levantó por la mañana y fue a deshacerse de las ropas de la chica y después... “supongo que nos fuimos a la playa”. Y se quedó tan tranquilo.

JOSÉ LUIS ABET
“ya están para enterrar”

José Luis Abet Lafuente todavía está pendiente de un juicio en el que tiene muchas posibilidades de seguir el camino de sus dos compañeros de presidio: el de la prisión permanente revisable. Si el crimen de Abuín fue deleznable y el de Oubel incomprensible, lo suyo fue una auténtica razzia perfectamente planificada. Durante meses urdió un plan para acabar con la vida de la madre de sus dos hijos y de toda su exfamilia política. Solo se libró el exsuegro que no apareció por la casa de Valga donde fueron abatidas a tiros la su exmujer, su exsuegra y su excuñada. Tres de una tacada con un revolver de seis balas que tuvo que recargar dos veces más.

Abet salió de su turno de noche y en vez de ir hacia la casa de su madre, donde vivías tras el divorcio, enfiló hacia la casa donde vivía Sandra Boquete. Era temprano y esperó a que saliera en su coche con los dos hijos de la pareja. Allí delante de ellos la acribilló como hizo con las otras dos mujeres. Lo primero que hizo cuando se marchó del lugar del triple crimen fue grabar unos mensajes de wasap que envió a un amigo. Lo que dijo demuestra que todo estaba planificado y que lo había hecho a conciencia. “A partir de hoy me voy al calabozo y ya no vuelvo más, pero a esta gente me la he sacado de delante. Ya me cansé de que me pitorrearan”, espetó en el micrófono de su teléfono antes de añadir: “Ya están las tres para enterrar, la madre, ella y la hermana”. “Ya veo porque matan a las mujeres; piensan que tienen siempre las de ganar y uno también se aburre. Ya está bien de tanta broma. Ella no me contesta y el abogado tampoco, así que tendré que tomar medidas. Esto ya no es broma, tendré que recuperar lo que es mío”, se grabó tras haber asesinado, delante de sus hijos pequeños, a tres mujeres. Y se quedó tan tranquilo. Todo con una frialdad que pone los pelos de punta.

en verano y DÍAS DE LUNA LLENA

··· Las noches del 31 de julio de 2015 cuando Oubel acabó con la vida de sus hijas; del 22 de agosto de 2016 en que José Enrique mató a Diana y del 16 de septiembre de 2019 en la que Abet cometió el triple crimen eran verano y había luna llena. Una doble coincidencia en los tres casos que no puede pasar desapercibida. ¿Tuvo algo que ver eso en su comportamiento? Los forenses que les examinaron coinciden: no tienen problemas mentales.

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