Hemeroteca
GENTE CON HISTORIA

Ángeles Luengo: "Cuando lo detuvieron de nuevo, el Jaro sintió que nos había fallado"

Luchó por reinsertar al protagonista de 'Navajeros' y a otros casos perdidos de la delincuencia juvenil de los 70. Con el mítico Jaro le faltó tiempo, pero su lugarteniente vivió seis años en su casa. Hoy es un padre responsable

  • 27 oct 2008 / 02:31
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego

Tres décadas después, Ángeles Luengo transmite la misma vitalidad, la misma sonrisa que refleja la vieja fotografía. E igual compromiso personal con un trabajo que dice todo de ella. Es casi el mismo tiempo –solo meses de diferencia– que ha pasado desde que el joven que muestra el disco de Los Chichos el día de su 15.º cumpleaños caía abatido por un disparo. Ángeles recuerda a José Joaquín Sánchez, alias el Jaro, como "un niño que jugaba a ser mayor", que creció y aprendió a vivir en la calle, sin oportunidades. El mismo que las hemerotecas retratan como un delincuente peligroso que trapicheaba, el pandillero que introdujo el tirón del bolso en la transición, el ladrón de los Seat 124 y atracador de chalés, el protagonista de Navajeros.

Ángeles Luengo, hoy catedrática de Psicología de la USC y creadora, entre otros, de programas de prevención y reeducación en delincuencia juvenil, llegó a Galicia en 1977 cuando a su marido se le confió la dirección del centro tutelado de menores Santo Anxo, en Rábade (Lugo). Hasta entonces los Terciarios Capuchinos se encargaban de la gestión de los centros de reforma para menores, con el castigo como la principal técnica educativa. Eran otros tiempos, pero también soplaban aires nuevos, impulsados por el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, quien trató de hacer de los reformatorios centros verdaderamente educativos. Ángeles, tras echar la semana en Santiago dando clases en Psicología, regresaba los jueves a su casa, el propio reformatorio. Allí, en colaboración con alumnos de Magisterio que actuaban como educadores, intentaron hacer una labor educativa diferente.

"El centro era de régimen abierto y en los dos años que estuvimos allí no se nos escapó ninguno, cuando era lo habitual en los cerrados. Aprendían a ser responsables, les hacíamos ver que estar allí no era un castigo sino una oportunidad a aprovechar. Se les enseñaba la toma de decisiones en grupo, les dábamos oportunidades y les mostrábamos que se pueden obtener recompensas", cuenta. Y funcionaba. Tanto, que empezaron a enviarles delincuentes de Madrid de la generación del Vaquilla, los casos perdidos.

Fue así como el Jaro llegó a Rábade, con todo un historial delictivo y de fugas de correccionales. "Se podría decir que tenía algunos rasgos psicopáticos. Era el líder de su banda, así que intentamos que fuese el líder del colegio. Cuidaba el estudio de los otros niños, a nuestro lado, y le dábamos un trato muy personalizado", explica.

Un mes después le escribió su novia comunicándole que estaba embarazada. "Teníamos dos soluciones a nivel educativo: dejarle ir, darle responsabilidad, o que se fuera sin permiso. Optamos por lo primero y le compramos un billete de tren de ida y vuelta. Estoy casi segura de que iba a volver, pero en Madrid lo fueron a buscar sus amigos y volvió a drogarse. Atracaron un chalé, al lado del de Calvo Sotelo, y lo pillaron rápidamente y lo hirieron".

Ángeles y su marido solicitaron al tribunal tutelar de menores que volviese con ellos, pero no hubo clemencia. "Fue una pena. El sentía que nos había fallado, fue lo primero que nos dijo cuando fuimos a verlo al hospital; habría sido un momento ideal para un enganche afectivo muy fuerte con nosotros", dice la profesora.

Rescatado bajo fianza

El Jaro volvió a la prisión de Zamora, a aquel apartado que en el franquismo se reservara a los curas rojos, y que entonces albergaba a los adolescentes a los que se les aplicaba la Ley de Peligrosidad Social, a pesar de no llegar a los 16 años. De nuevo en la calle, en enero de 1979, moría de un disparo durante un atraco a punta de navaja.

El sistema le negó la segunda oportunidad que quizás lo hubiese salvado, pero Ángeles rescató de la marginalidad al lugarteniente de su banda, con enganche afectivo recíproco. Con este joven, del que guarda el nombre, el tratamiento funcionó. "Tenía cualidades personales muy buenas, era de muy fácil interacción social". Cuando Ángeles y su marido dejaron el Santo Anxo para vivir en Santiago, el joven se escapó, volvió a robar y también a la cárcel. Aunque por poco tiempo: pagaron la fianza y compartieron bajo el mismo techo seis años, en los que le dieron las oportunidades y el afecto que le negó la niñez. De los 17 a los 23 años fue uno más de la familia. Ángeles fue madrina en su boda y el otrora joven delincuente es hoy un padre de familia responsable.

"Estos niños procedían de familias desestructuradas, pasaban el día en la calle, con muy pocas oportunidades y casi nunca se habían escolarizado, así que el primer objetivo con él fue que sacase el graduado y educarlo en un horario y en la responsabilidad. Lo levantábamos cuando nos íbamos a trabajar y le encargábamos tareas de casa y deberes. Después aprendió mecanografía y también se venía conmigo a la facultad, a encargarse un poco de la biblioteca", repasa.

Última vez en Carabanchel

Bajo su techo también vivió varias semanas otro delincuente mítico. El Guille llegó a Santiago, cuando en Madrid estaba en busca y captura, por mediación de un sacerdote madrileño. Pero en Galicia también lo cogió la Policía. Lo vio por última vez en Carabanchel, una de las prisiones que visitó para hacer su tesis. "Una pena el Guille. Acabó mal, de cárcel en cárcel, murió de sida (...) Me facilitó mucho la recogida de datos. Nos recibió en prisión con un beso y los compañeros estuvieron encantados de colaborar".

Desde entonces, la delincuencia juvenil es una constante en su profesión. "Si me puse a trabajar en delicuencia es porque viví todo esto", reconoce. "Las cárceles se han humanizado, pero aún hay presos que no son tratados con programas adecuados, y es justo en este tipo de delincuentes en los que la prisión tiene efectos más negativos. Hace falta más tratamiento educativo y psicológico", concluye convencida.

 

Tema marcado como favorito