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Al César lo que es del César

    • 18 may 2019 / 22:48
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    Es curioso, casi estremecedor, caminar entre los arcos de media punta de la catedral y verla vacía. Con toda la actividad religiosa trasladada a San Francisco, es cuanto menos sorprendente saber que lo que ha conseguido alejar a los fieles no ha sido Almanzor o el creciente laicismo sino la humedad, el polvo y los años.

    Así pues, la catedral permanecerá sin solideos ni botafumeiro y con cascos y andamios hasta 2021, año Jacobeo. Tras la renovación que costará más de diez millones de euros, será una joya reluciente por dentro y por fuera. Toda reliquia requiere de un cuidado para ser preservada, algo que no es precisamente barato. Solo para mantener el Pórtico de la Gloria abierto se necesitan tres gigantescos deshumidificadores y una temperatura constante las 24 horas del día. Por ello es fácil imaginar el número de ceros en las facturas del deán y difícil sufragarlos siendo la entrada a turistas gratuita.

    Los ingleses haciendo gala de su creación del liberalismo económico van un paso por delante en lo que a anglicismo y negocios se refiere. En catedrales como la de Saint Paul o basílicas como la de Westminster, la entrada a turistas cuesta 20 libras, un precio que millones de personas pagan gustosamente. En España son varios los edificios religiosos que han tomado esta medida, como en Sevilla, donde la entrada para no residentes ronda los 8 euros.

    Son muchos los historiadores y arqueólogos que escriben sobre el Coloso de Rodas o sobre la Ciudad de Palmira recientemente destruida. Creaciones en las que la ingeniería y el arte se unen casi de forma mística convirtiéndose en las maravillas de la raza humana. Sin embargo, como obras creadas por los hombres que son, no tienen garantizadas la eternidad. Seguramente el mejor de los ejemplos es la bella catedral de Notre Dame de París, que el pasado mes de abril terminó calcinada ante la atónita mirada de parisinos, turistas y cámaras de todo el mundo. Muchos fueron los que sintieron esta tragedia del país francés como propia y las donaciones millonarias para su reconstrucción no se hicieron esperar. Por naturaleza el ser humano no valora de forma justa lo que se le regala o lo que no consigue por sí mismo hasta que lo pierde. Por ello, no son de extrañar las pintadas que ha sufrido la catedral de Santiago en los últimos meses. Muchos no son conscientes del valor patrimonial y artístico de un edificio tan singular y creen con fe ciega que la catedral, con o sin intervención divina, se mantendrá intacta sin grandes esfuerzos.
    El hijo del trueno permanecerá en su cripta impaciente por ser abrazado de nuevo y anhelando una solución que en otros lugares ya es el pan de cada día. Y mientras en San Francisco le siguen dando al César y a Dios lo que les corresponde, muchos se preguntan quien se lo da a la catedral.

    1º de bachillerato C. MANUEL PELETEIRO

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