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Christian Villamide o la imposibilidad del paisaje virgen

Su obra no sólo imagina, sino que además concreta paisajes venideros, en los que el mañana se vislumbra como poco sano; así parece anunciar su serie Parterres

    • 16 nov 2019 / 23:44
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    Cada día percibimos en las nuevas generaciones mayor sensibilidad, preocupación e interés creciente hacia la dimensión geográfica, aunque a Christian Villamide (Lugo, 1966) esa inquietud despertó tiempo atrás.

    Su obra no sólo imagina, sino que concreta paisajes venideros, en los que el mañana se vislumbra como poco sano; así parece anunciar su serie Parterres. Pedazos de césped o de verdosas plantaciones depositados en un cajón dan cuenta desde la ironía de cómo a cada paso nos aislamos del espacio natural. Son piezas escultóricas que reflexionan sobre los muchos elementos que cada día la industria idea para acotar, delimitar y dirigir el crecimiento de flores, plantas o césped que nos hagan recordar la ilusión de un ensoñado edén.

    A poco que fijemos la vista en nuestro entorno diario apreciamos sustitutos realizados en hormigón o cemento, presentados como productos instantáneos susceptibles de abrirse, cerrarse, esconderse o tirarse como si de un objeto mobiliario más se tratase. Lucen en estructuras compactas, geométricas, estandarizadas y presentadas a modo de instalación como extraídas del proceso controlador y mecanizado del mundo globalizado.

    Con habilidad técnica el artista adosa a fuertes prismas de hierro trozos de vida anhelados en forma de palmerales o bosques de coníferas pero de plástico, porque lo artificial se está convirtiendo en un componente de nuestro entorno. Intenta así generar conciencia en el individuo atosigado cada día con un hábitat cada vez más explotado del medio ambiente.


    No es casualidad que nuestro artista haya bautizado su muestra en el CGAC, Landscape mode (En modo paisaje), porque la naturaleza se erige en toda su complejidad. La antropización, es la temática más recurrente en su trayectoria. El lucense revisa la idea decimonónica de lo natural intentando incorporar el concepto de la belleza sublime a través del efecto de luces y sombras o de abismo. A la vez hace evolucionar el término convencional de paisaje representado para convertirlo en concepto y en materia escultórica vía instalación. Mantiene una reflexión continuada y profunda sobre el territorio con un posicionamiento crítico afianzado al pasar los años, además se nutre del principio expandido de naturaleza del historiador Kenneth Clark.

    Le duele el territorio, ya lo vimos actuar como terapeuta en sus piezas bautizadas como Naturaleza discapacitada reconstruyendo, cuidando y modificando el bienestar del medio. Lo naturaleza que el artista crea es como las prótesis, un añadido artificial pues, la reconstruye como un taxonomista, ordenando sistemática y jerárquicamente grupos vegetales.


    A la desarticulación territorial aluden títulos como Naturaleza transportable, indicativo de ese desapego natural o el proceso de destrucción al que sometemos a nuestros bosques y mares con el ingrediente de una desenfrenada ocupación paisajística.

    Villamide pasea la naturaleza por él inventada y la adosa a una pared. Instalaciones delicadas, cuidadas y de acabado exquisito lucen irreales. De ello trata Inhumación II, ya que se entiende como añoranza de lo que quedó sepultado después de capas y capas de invasiva construcción urbanística. La acción humana soterra con sus imprudentes actuaciones el entorno vegetal, lo que no impide que ésta siempre intente florecer por cualquier recoveco de asfalto o en las grietas. Ya lo plasmo vía plástica en series anteriores, como Herbolarios, y lo sigue denunciando en estas inhumaciones, desde la pulcritud de unas piezas delicadamente concebidas.


    Formalmente la componen finas láminas de papel cebolla, en las que quedan envueltos bosques de coníferas realizados en plástico como anhelo de un entorno idílico. Toda una alegoría de la ilusión del paisaje sepultado bajo el estrato constructivo.

    La denuncia sobre la forma de vivir el paisaje en plan domingueros; el apremio sobre cómo las agencias de viajes nos venden la naturaleza empaquetada y servida como un producto de consumo más, totalmente adaptada a nuestros intereses mercantilistas, se delata en la pieza Mont Ventoux. En el afán de rentabilizar al máximo los recursos naturales del territorio. Enfrente de la librería del CGAC no es casual que luzca una escultura en formato mesa que alude a un paisaje orográfico preservado en estantería, una cosificación de una imagen de montaña metamorfoseado en tomo enciclopédico.

    Perturbacións sigue insistiendo sobre el futuro de un mundo acosado por los efectos de la industria, en este caso desplegando planos pétreos superpuestos o sujetos unos a otros con clavijas o artilugios como espejo de la sobreexplotación industrial.


    Christian apuesta por la experimentación planteando nuevos espacios naturales tanto privados como públicos, modelos un tanto utópicos que intentan paliar los conflictos surgidos en el seno de la sociedad, en los que atañen al abandono del paisaje. Invita a penetrar en su obra para entenderla. O a caminar por sus series, que priman la naturaleza, en un trabajo percibido como sociopolítico, económico y social.

    Caminar entre sus piezas es ir rastreando la tragedia del paisaje territorial expuesta en clave belleza, la destrucción de zonas montañosos de las que ya en el siglo II hablaba Plinio el Viejo en su tratado de arte y naturaleza. A la vez permite atisbar la magia y la sorpresa del renacer virginal del elemento vegetal entre el más mínimo recoveco de un pedazo de cemento o losa que paradógicamente se ha encargado de sepultarla, herirla y dañarla.

    El recorrido lo ha marcado la comisaria del proyecto, Paula Cabaleiro, apostando por las creaciones más recientes de un lucense que entra con fuerza en la zona denominada de proyectos del compostelano CGAC.

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