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{ TRIBUNA LIBRE}

Coronavirus. ¿Pararse a pensar?

    • 23 abr 2020 / 21:56
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    CUANDO AUGUSTE RODIN esculpió en 1881 El Pensador intentó transmitir en su obra el pensar universal. Así, en cierto modo, se considera que ese monumento representa la propia capacidad de pensar, aunque el nombre inicial de la escultura fuera El Poeta. A lo mejor por eso aparece sentado.

    Siempre me hizo gracia la expresión pararse a pensar, como si para pensar hubiera que estar parado. Ciertamente, todos los momentos, en marcha o en reposo, son buenos para hacerlo, aunque realmente lo que se necesita es tener la cabeza ordenada y algún tiempo disponible. Lo primero depende de cada uno, lo segundo en estos días nos lo facilita el confinamiento, que nos hace pensar, aunque no queramos.

    Grandes pensadores hubo siempre, incluso desde antes de Aristóteles, y también grandes poetas, y por supuesto ideólogos, politólogos, investigadores y políticos que, en momentos de lucidez, además de hechos, han dejado frases para la historia, como por ejemplo “no enseño, hago pensar” (Sócrates), “hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento” (Miguel de Unamuno) y muchas otras que forman parte de la esencia del “atrévete a pensar” (Horacio).

    En tiempos de pandemia, de confinamiento, de tristeza, de miedo y de cierto temor al futuro más próximo –antes se veía lejano-, además de criticar al sistema, de programar el año que viene, de comentar recetas de cocina y de lamentarse acudiendo al “no sé que va a pasar”, nuestra mente tiene espacio para pararse (¡je!) en otras muchas reflexiones con más o menos detenimiento. Reparemos en algunas de ellas.

    ¿Se han parado a pensar, por ejemplo, en la cantidad de actos religiosos, funerales, misas y homenajes que se celebrarán cuando se permita, después del estado de alarma? Creo que no bastará con asistir a los que, sin duda, van a concelebrar las altas jerarquías religiosas, ofrecidos en recuerdo de un número indeterminado de fieles (estos son fríos e impersonales); por desgracia a alguno más habrá que ir (al menos eso esperamos -entiéndaseme bien-, tal como está la cosa).

    También parece claro que tan pronto nos den permiso, lo primero que haremos los confinados, ya exconfinados, será mover en todo el país varios millones de coches. Párense a pensar en lo que subirán los carburantes, entre otras razones porque la imprescindible reordenación de los recursos exigirá más ingresos y esa vía, a la que ya nos acostumbraron, es fácil de utilizar, poco polémica y rentable.

    Reflexionemos sobre qué pasará con los miles de coches que no se vendieron durante marzo, abril y mayo. ¿Bajarán el precio para salir del problema? O por el contrario, la deuda acumulada de los fabricantes y concesionarios se absorberá por subidas de precio; o finalmente, se saldarán y se compensará la pérdida con la subida de repuestos y mano de obra a corto plazo.

    Más adelante subirán las tasas e impuestos municipales, habrá disculpa. Por cierto, puestos a ello, ¿pensaron alguna vez que el impuesto municipal de circulación tiene un nombre equivocado? Se paga, aunque no se circule. Es oportuno pensar que el gasto en mantenimiento de infraestructuras sufrirá considerables recortes, habrá más baches que generarán más averías.

    Y qué podemos pensar de la hostelería, aquí sí que nos tenemos que parar. Veamos, si este sector en condiciones normales se defiende gracias a los ciclos de consumo que origina el turismo, y en Santiago el curso académico y los estudiantes, ¿qué pasará después de dos o tres meses cerrados y con las más que probables restricciones de ocupación, si no cubren gastos? ¿Suben o bajan los precios? Sencillo: o suben los precios aun a riesgo de perder clientes o bajan los precios para atraerlos. Ni pensar en el cierre: ¡resistirán!

    En las universidades sí que piensan, es parte de su trabajo, llevan tiempo valorando los efectos de una posible reanudación de las clases presenciales y de cómo realizar los exámenes, bien por medios telemáticos o bien, presencialmente, en las aulas. Sin embargo, lo tienen más fácil de lo que parece. Son muchas la ocasiones en que la lucha del movimiento estudiantil cerró la Universidad y ahí están médicos, abogados, farmacéuticos, biólogos, etc., sin que se aprecie que, en su época, no tuvieron clase durante varios meses. Se les nota a algunos políticos, pero ese no es el tema.

    Pensemos en el paro, en los impuestos, en el previsible recorte de salarios y sueldos, en los funerales y actos religiosos de cuerpo ausente, en el IVA, en el millón trescientas mil sociedades anónimas y limitadas que existen en España, en los tres millones de autónomos, en los hospitales públicos y privados, en los guías de turismo, en los millones de euros que el Gobierno central y las 17 CCAA han gastado en mascarillas, guantes, equipos de protección y demás armas para hacer frente al virus, no piensen en lo que costaron los defectuosos, ni en la cantidad de reclamaciones judiciales que generará el covid-19, no piensen tampoco en los 5.500 millones de euros que se irán a la renta básica, ni lo que cuesta la renta de integración social, ni las pensiones no contributivas, ni se les ocurra pensar que el coste económico de todo eso se repartirá homogéneamente entre sectores, familias y empresas, piensen y acertarán, en que el idioma del futuro es, definitivamente, el chino y la profesión en auge, la de abogado.

    En fin, todas las reflexiones y pensamientos pueden ayudar a pasar estos días, pero hagámoslo con intensidad y eficacia, sin caer en el tópico piensa mal y acertarás. Ya se sabe que el que “dice lo que piensa, pero no piensa lo que dice” (G. Mistral) puede triunfar, o no.

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