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El día que murió la música: se cumplen veinte años del atentado en Clángor

El 11 de octubre de 1990 la emblemática discoteca compostela, referente clave para la 'generación de la movida', sufrió el ataque de los 'guerrilleiros' // Murieron tres personas y, desde entonces, las noches locas cambiaron de rumbo

  • 10 oct 2010 / 22:32
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A partir de aquella madrugada sangrienta, la movida nocturna de Santiago ya jamás volvió a ser la misma. La década dorada de los 80 no murió dulcemente entre efluvios de cubatas y acordes pop, sino de la forma más brusca que se pueda imaginar: a las 3.30 de la madrugada del 11 de octubre de 1990, cuando miles de universitarios y noctámbulos en general celebraban por las calles de Santiago el inicio del puente del Pilar, el estallido de una bomba convirtió la mítica discoteca Clángor en una maraña de cascotes, humo y polvo. Dentro, en aquel momento, había unas cien personas y tres de ellas no verían amanecer. Dos de los fallecidos eran activistas del Exército Guerrilleiro do Pobo Galego Ceibe, X. Ignacio Villar Arroyo y María Dolores Castro Lamas, ambos de veintitantos años, y la tercera se trataba de una estudiante que había salido a disfrutar de una noche de fiesta. Mercedes Domínguez tenía 26 años. El número de heridos, algunos de gravedad (se temió por la vida de otro estudiante), ascendió hasta casi el medio centenar. Muy pronto se sabría que el atentado fue organizado por la citada organización de signo independentista y que los dos activistas muertos no tenían ninguna experiencia en la manipulación y colocación de explosivos, de ahí que la rudimentaria bomba que transportaban les explotase prácticamente en las narices. También se supo, en cuanto comenzó la investigación policial, que el artefacto estalló a destiempo, precisamente estimulado por los excesos decibélicos de un altavoz cercano, y que el plan inicial consistía en volar el local horas más tarde, cuando los clientes, y lógicamente los propios terroristas, hubiesen vuelto a sus casas tras la noche festiva. Nada, sin embargo, ocurrió así y la madrugada acabó envuelta en aullidos de sirenas, carreras de ambulancias hacia el hospital y cientos de teléfonos echando humo. Detrás de las líneas, otros tantos padres nerviosos preguntando por el paradero de sus hijos.

Pero hoy no es momento de analizar el por qué del atentado y los errores cometidos por sus autores, sino lo que fue y significó el fenómeno Clángor en una Compostela que, de aquella, no dormía ni de día ni de noche desde el mismo lunes y hasta el sábado. Y es que, para muchos, la desaparición de Clángor supuso también, en cierto modo, la muerte de la movida, al menos tal y como se entendía entonces, y el fin de una época que estuvo marcada por una música muy peculiar y una forma muy especial de entender la noche, que casi siempre reunía a los mismos noctámbulos en los mismos sitios y a las mismas horas tras seguir una ruta fija, primero andando y luego en coche, por los locales de moda... Y la noche solía acabar en Clángor, en Ponte da Rocha.

Hoy, cuando se cumplen 20 años de aquella acción terrorista, un universitario que entonces servía copas en la discoteca propiedad de Fernando Pereira, Fran el de Ferrol, y una cliente habitual que fue testigo del bombazo, Carmen, recuerdan para EL CORREO GALLEGO cómo vivieron la madrugada del 11 de octubre de 1990 y qué significó para ellos la desaparición del Clángor. Carmen, echando la vista atrás, explica esta última cuestión de una forma un tanto sentimental: "No sabría explicar muy bien por qué, pero era muy diferente salir sabiendo que acabarías en Clángor y sabiendo que no. Sí, algo cambió desde entonces". Ella, como otros muchos miles de jóvenes, se echó aquella noche a la calle con unos amigos y sobre las tres y media de la madrugada ya estaban en Clángor tomando unas consumiciones y escuchando la excelente música que Fernando Pereira, dueño del local, pinchaba en su templo. De repente "escuché el ruido como el de un petardo de feria y pensé... vaya, algún gilipollas anda por ahí haciendo el gracioso. Giré la cara para ver qué había pasado y entonces sentí como el empujón de una gran ola que me tiró al suelo, a mí y a todos los que estaban cerca". Aquella gran ola no era más que la onda expansiva de un petardo que realmente no era tal, sino una bomba fabricada con gelamonita.

Entre cascotes. Tras levantarse del suelo y comprobar que podía caminar sin problemas, Carmen puso rumbo hacia la puerta de salida, que estaba totalmente abierta en el momento de la explosión. "Fue un momento de gran confusión. Estábamos pocos clientes en aquel momento y eso facilitó las cosas para salir. Algunos corrían y gritaban, pero no soy consciente de que se produjera una avalancha, con grandes empujones o pisotones, hacia la puerta. Salimos, sin más, y yo enseguida empecé a buscar a mi hermano. En ese momento solo me preocupaba él y lo que le pudiera haber pasado. Tanto es así que volví a entrar en la discoteca para buscarlo. Dentro había mucho polvo y cascotes caídos. Apenas se veía nada, pero sí pude ver tirado en el suelo a un joven que estaba totalmente ensangrentado". Aquel joven era el activista que portaba la bomba. Tras su búsqueda infructuosa, Carmen salió de nuevo de la discoteca y se encontró con su hermano, que andaba buscándola a ella. Allí vio a otros jóvenes que habían sufrido daños más considerables y se empezó a percatar realmente de lo que había ocurrido realmente: un atentado. "A mí, por fortuna, salvo el susto, no me ocurrió nada. Salí ilesa del todo. De hecho, al día siguiente fui a trabajar con normalidad".

Fran, el de Ferrol, que de aquella llevaba ya más de dos años sirviendo copas en el Clángor, recuerda también perfectamente que el estallido del explosivo no fue, en absoluto, el típico bombazo que te revienta los oídos. Curiosamente, al igual que Carmen, identificó el ruido como similar al de un petardo o traca de feria. " No fue atronador o espectacular, aunque sí fue lo suficientemente potente para que el falso techo de la discoteca se viniese abajo y dejase el cableado al aire, quedándose todo a oscuras". Por fortuna, la puerta de la discoteca estaba abierta y la luz exterior guió a los clientes hacia la salida. Fran sí recuerda a varios clientes abandonando atropelladamente el local y coincide con Carmen en que en aquel momento había aún poca gente dentro. "Estaríamos unas cien personas, porque la gente solía llegar a Clángor muy tarde. Pienso que si la bomba llega a estallar una hora después, las consecuencias hubiesen sido más dramáticas".

Él fue uno de los que ayudó a evacuar a los heridos y señala que varios presentaban cortes y magulladuras debido a que el explosivo convirtió en añicos una pared de ladrillo próximo y fueron estos trozos los que, al salir despedidos a modo de metralla, los que causaron más daños a los clientes. También coincide con Carmen en que, pese a que Clángor reabrió sus puertas justo un año después, "ya nada volvió a ser lo mismo".

El fin de las rutas nocturnas en coche

Tras el atentado en Clángor, los rituales de la movida compostelana, con fama en toda España, empezaron a cambiar. Varios accidentes graves en la ruta que unía las discotecas de las afueras forzaron a las autoridades a montar férreos controles de alcoholemia... y al final la gente optó por moverse a pie por el centro de la ciudad. Pronto empezaría la cultura del botellón, que aún dura.

Música recién traída de los garitos de Londres

Antiguos clientes del Clángor, que por lo general hoy tienen entre 40 y 50 años, recuerdan que el dueño del local, Fernando Pereira, realizaba viajes relámpago a Londres para traerse consigo lo que se pinchaba en los mejores garitos británicos. Por eso, los habituales del Clángor podían presumir de estar siempre a la ultísima en lo que música se refería. La sala también fue una de las pioneras en ofrecer conciertos en directo de bandas como Loquillo o Nacha Pop.

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