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Tras las huellas de Noé

    • 17 sep 2019 / 22:24
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    NO estaba entre las prioridades del viajero, pero las vueltas que da la vida. Javi, hijo de un primo a quien la parca arrebató en plena madurez, se casaba con una chica armenia, a la que conoció en Roma. Su padre, mi primo hermano, era para mí más que eso, por lo que no podía faltar a la boda. Así que cogí un vuelo chárter y en unas horas aterricé en Yerevan, la capital de ese hermoso país, enclavado entre Europa y Asia, que es Armenia.

    Años atrás, bastantes la verdad, visitando el Parlamento Europeo con estudiantes de la Facultad de Económicas compostelana, me había encontrado con el edificio rodeado de una multitud entre taciturna y reivindicativa, integrada por gente armenia que reclamaba el reconocimiento de su genocidio. Allí supe algo más de un hecho que me sonaba y no demasiado. En efecto, Turquía les había perseguido, en una acción de objetivos políticos claros, deportándolos a los desiertos de Siria, los que pudieron llegar vivos.

    Una desastrosa estrategia otomana en la primera gran guerra fue endosada a los armenios, supuestos colaboradores con las tropas del zar. Entre 600.000 y un millón pagaron con la vida su cristianismo y todavía hoy hay más de cinco millones dispersos por el mundo, uno de los más conocidos, fallecido hace poco, Charles Aznavour. España no reconoce oficialmente el exterminio, quizá por presiones de Ankara, decisión más que discutible.

    En poco más de una se-mana uno se puede dar idea de su arquitectura, los viejos monasterios, la orografía impactante, una población muy acogedora, una nueva estructura política más democrática y en guardia frente a la corrupción, su vinculación quizá inercial con Rusia, esa frontera cerrada con Turquía, en solidaridad con Azerbayán, que se elude por Georgia, su comercio con Irán...

    Armenia impresiona por su demografía dinámica, en una cultura ancestral. Lo contemporáneo al día, bregando con un desarrollo económico y social que se resiste. Amantes del cognac que ellos fabrican, escoltados por estatuas colosales, con la mirada en el monte Ararat arrebatado, con su Iglesia Apostólica y su lengua, orgullosos de que la naturaleza les regalase el espectacular lago Sevan.

    Sólo una advertencia: sus carreteras son el escenario de comportamientos al límite, no aptos para pusilánimes. Y como allí dicen, es que usted no ha visto cómo se circula en Georgia. Preferible ni imaginarlo. Pero ha merecido la pena conocer ese pueblo de "alma errante", "como una hoja de otoño, al capricho del viento", que escribió su poeta Kéléchian, lector de Verlaine. Cruce de todos los caminos, baluarte de su fe.

    Real Academia Galega de

    Ciencias. Grupo Colmeiro

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