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J.A. Mañas y la joven Mercedes Fisteus vencen en los Ateneo

Un año más, el Ateneo de Sevilla da cuenta de la magia del premio: consagrar al veterano y constatar la buena salud de la narrativa emergente

    • 04 ene 2020 / 23:35
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    Lo hemos repetido hasta la saciedad. El Premio Ateneo de Sevilla lleva siendo, desde el principio de su existencia, allá, en el lejano e icónico 1969 (el primer galardón fue en ese año, y se lo llevó Manuel Pombo Angulo por La sombra de las banderas), una sólida referencia en el panorama narrativo hispano. Esencialmente, lo que hizo fue moldear a los consagrados y descubrir nuevas vetas de inteligencia y oficio literario. Entre los primeros, hay algunos nombres descomunales: Torcuato Luca de Tena, José Manuel Caballero Bonald, Emilio Romero, Juan Marsé, Juan Eslava Galán, Luis del Val, Andrés Pérez Domínguez, Lorenzo Luengo, Vanessa Montfort o María Zaragoza. Y, ya en la que en cada momento fue la generación más joven, aparecieron ahí un buen puñado de revelaciones: Eugenia Rico, Espido Freire, Carmen Amoraga, Juan Soto Ivars, Blanca Riestra, Marta Rivera de la Cruz o Mado Martínez...

    Todos ellos, lógicamente, teniendo en cuenta las dos vertientes del galardón: el Senior y el Joven, desde que este último entró en funcionamiento en 1996.

    Y así ocurre que fue yendo en aumento en su papel de moderna exégesis, consiguiendo que haya ido ganando en cuanto a referencia o termómetro seguro para confirmar cómo van las cosas.

    Este año 2019 ha sido, por cierto, de lo más expeditivo (o demostrativo). El Senior recaía en un viejo conocido, que no ha dejado de tener miles de seguidores desde que se consagró, gracias a un novelón inmenso que luego iría a parar al cine: Historias del Kronen. Se trata de (ya saben ustedes quién es ese maestro) José Ángel Mañas. A pesar del resto de su obra (imagino que habrán leído, más o menos por aquellos años, la singular Mensaka, o, poco más tarde, Ciudad rayada, Sospecha, Todos iremos al paraíso, o incluso aquellas hechas junto a Antonio Domínguez Leiva, como El Quatuor de Matadero), este simpático, efectivo y truculento inventor de historias ha quedado marcado de tal manera por aquella pieza primeriza, que la gente no dudó en seguir insistiéndole para que hiciera una continuación...

    Sí. Es casi sistemático que cuando algo funciona bien de verdad, la gente pide a gritos más. Uno tiene que confesar que desearía (si pudiera ser, que no lo es) más capítulos de Colombo, o, sin ir más lejos, ya en nuestros días, de la notabilísima Bron...

    Pues bien. Nuestro hombre se hizo eco, por fin, de los deseos de sus lectores. Y, tras pensárselo profundamente, transcurridos más de veinte años (el Kronen se publicó en 1994), pasó a la acción. Y el resultado de esa reacción es La última juerga, el LI Premio de Novela Ateneo de Sevilla...

    He ahí una suma de virtudes. Esta consecuencia inevitable de aquella visión desgarrada de la vida de una pandilla de jóvenes dispuestos a quemar el Madrid de los noventa por la vía más truculenta, cuenta con el rescate de varios de sus personajes. El más despiadado de todos ellos, como ustedes recordarán, era Carlos, que de pronto recibe una noticia absolutamente nefasta: le anuncian un cáncer terminal y le pronostican unos meses de vida. Y decide tomárselo comme il faut: a lo bestia. Para lo cual recurre precisamente al más normal: a Pedro, que se ha convertido en lo que, a todas luces, es el moderno triunfador, de vida ordenada, con una familia estable y profundamente respetado por la Sociedad. ¿Lo malo? Que Pedro acepta...

    Acepta lo que sería tomarse unas copas. Y ahí empieza una aventura que no tiene nombre (ni apellidos, como se diría en el famoso chiste...). No diré nada al respecto. Sólo que se lo van a pasar... de muerte. Se lo juro.

    Dentro de dos años, de Mercedes Fisteus, fue la ganadora del Ateneo Joven. Sorpresa mayúscula. Originalísima, grandiosa, luminosa como pocas, esta novela nos descubre un nuevo y seguro valor en literatura de nuestros días. Basada en los juicios por brujería que tuvieron lugar en Salem, Massachusetts, entre enero de 1692 y mayo de 1693, que han dado lugar a ríos de tinta, y cuyo mayor exponente es Las brujas de Salem de Arthur Miller, nos ofrece una panorámica radicalmente distinta. No es que cambie la historia. Ni los personajes, pues aquí aparecen todos, incluídos la chunguísima Abigail Williams o el doliente y controvertido juez Sir William Stoughton. Porque juega en varios planos, y uno de ellos, de corte fantástico, que les apasionará profundamente. De esas novelas bendecidas por una luz incandescente de grandeza...

    Y los dos, claro, publicados ahora mismo por Algaida...

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