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José Luis Vivero Pol: “El 90% del hambre mundial hoy no está en las emergencias”

Cooperante ferrolano, coordinador regional de la ONG Acción contra el Hambre para Centroamérica

  • 09 jul 2010 / 23:44
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El ferrolano José Luis Vivero Pol supervisa en Guatemala y Nicaragua un equipo de 110 personas, 8 proyectos y más de 5 millones de euros como coordinador de Acción Contra el Hambre en dicha región. Cooperante desde hace catorce años, se dedica a ello, entre otras cosas, porque no comparte la filosofía del capitalismo: maximizar el beneficio y minimizar el gasto. Sin fecha de vuelta, al menos de momento, sí regresa cada año a Galicia para disfrutar del "olor de los helechos".

¿Cuánto tiempo lleva allí?

Desde octubre de 2009, cuando llegué con mi mujer y mi hija de cuatro años. Mi esposa, Carmen, trabaja conmigo en ACH como coordinadora adjunta.

¿Y como cooperante?

Mi primera experiencia fue en 1998, cuando ACH me envió como jefe de proyecto a Georgia, a la destruida capital de Mingrelia, para trabajar con desplazados. Dejé ACH y me incorporé a la Comisión Europea, en la Unidad de Seguridad Alimentaria de Etiopía. Hice consultorías cortas con Cruz Roja Española en Kenia, y de nuevo en ACH para evaluar un proyecto en Georgia. Pasé a la FAO para trabajar tres años en seguridad alimentaria en Guatemala. Estuve un año en la sede de la FAO en Roma y tres en la oficina regional en Chile, en una iniciativa que contribuí a crear, América Latina y Caribe sin Hambre 2025. Finalmente, volví a mi ONG favorita, ACH, para desempeñar este puesto en Managua. En total, 14 años, 12 en programas de lucha contra el hambre.

¿En qué otros lugares?

He estado en Georgia, Etiopía, Kenia, Guatemala, Italia, Chile y Nicaragua, con amplia experiencia profesional en países de América Latina y África del Este.

¿Por qué es cooperante?

Es algo que debes tener dentro de ti. Si la religión católica tiene la fe, la cooperación tiene una especie de llamada interior que te empuja a trabajar profesionalmente para hacer un mundo más justo. El ser humano vive en un mundo muy desigual, donde pocos tienen muchísimo, y muchos tienen muy poco. Tan poco que pasan hambre. Son mil millones de habitantes, una sexta parte de la Tierra, y no es una cuestión de alimentos porque producimos suficientes para todos, y más. Es una cuestión de desigualdad y falta de cohesión. Además, es una violación de un derecho humano: el derecho a la alimentación. Creo que la lucha contra el hambre es uno de esos objetivos esenciales para que nos podamos considerar "humanos". Sabemos cómo hacerlo, podemos hacerlo y, por tanto, debemos hacerlo. En cualquier caso, no podría dedicarme al sector privado, puesto que no comparto la filosofía que hay detrás del capitalismo: maximizar el beneficio y minimizar el gasto.

¿Lo más duro?

Dejar tus raíces y convertirte en expatriado. Dejas la seguridad de España y te aventuras a una nueva vida. A veces, los procesos de adaptación son complejos, crean tensión y no son fáciles para mi familia, pero son un desafío. Nunca hay aburrimiento.

¿Lo más gratificante?

Por un lado, el trabajo en sí mismo, especialmente en el terreno. Ahí es donde ves el valor de tu trabajo y nunca te cuestionas por qué estás en eso y no en otra cosa. Por otro lado, el propio cambio de países, culturas, supone un aliciente. Hemos vivido ya en más de diez casa diferentes, cada una la consideramos nuestro hogar y todas nos traen recuerdos. He tenido la suerte de haber disfrutado de amaneceres en la sabana keniata rodeado de animales, he visto caer glaciares en la Patagonia, y he escalado montañas donde pocos blancos han subido en Etiopía. Al final, lo pones en una balanza, y si ganan los aspectos gratificantes te quedas en esto como forma de vida. Mucha gente ha probado la cooperación y no le ha convencido como forma de vida. A nosotros, sí.

¿Su peor experiencia?

La verdad es que he tenido mucha suerte, aunque al principio, por descuido o inexperiencia, nos secuestraron por unas horas un contingente de soldados rusos en Georgia. En mayo de 1998 vi un éxodo masivo de 30.000 georgianos forzados por la guerra y la limpieza étnica. En Guatemala, me volví a sobrecoger al visitar a una madre y sus cuatro hijas en una choza de ramas y hojas. Gracias al trabajo de ACH vamos a poder construirle una casa de adobe y techo de madera y palma. No es un lujo, pero podrá tener cama, cocina de leña y puerta para que no le entre la lluvia.

¿La mejor?

En 2002, evaluando los proyectos de cooperativas en Georgia, vimos que los participantes habían recuperado su autoestima. Me produjo una enorme satisfacción. Te das cuenta de que merece la pena estar en esto. Otras dos experiencias muy gratificantes fueron al aprobar la Ley de Seguridad Alimentaria de Guatemala (mayo de 2005), y cuando los presidentes de América Latina endosaron la iniciativa América Latina y Caribe sin Hambre en la Cumbre de presidentes en Salvador de Bahía (diciembre de 2008). En ambos casos, había participado muy activamente.

¿Qué echa de menos?

Las reuniones familiares, como la de Celia –la matriarca de mi familia paterna–, hace poco en Ferrol. O el no poder estar en momentos difíciles de mi familia.

Ante catástrofes puntuales, la comunidad internacional se moviliza. ¿Qué efecto real tiene?

Toda ayuda es necesaria y bien recibida. La movilización social frente a las emergencias es muy loable, pero debería ser más permanente. En el mundo, el 90% del hambre actual no está en las emergencias, sino en los países pobres. Y lo mismo sucede con la pobreza. Nadie hace un concierto por los niños desnutridos de Guatemala (la mitad de la población), o por los pobres extremos de Honduras (el 60%). La miseria estructural parece haberse instalado como algo normal y fácilmente asumible por nuestra sociedad.

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