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DESDE OTRA VENTANA

Lleva el agua que deja

    • 09 feb 2020 / 21:22
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    EL 19 de enero se ha recogido en sí mismo don Celso Fernández Gómez como viviera: en paz. Nunca llegan tarde a la sepultura las alabanzas a una persona singular si las dicta la memoria del bien recibido, nada cuenta el corte de la pluma.

    Fue de profesión guardia civil, jubilado de coronel. Los miembros de la Benemérita suelen proceder de la clase humilde pero evitan el desclasamiento, lo que es traza de gente cabal y una de las causas de que gocen de las simpatías del pueblo llano. Don Celso atesoraba las mejores de sus virtudes acendradas por la disciplina del Cuerpo y por la experiencia, que por algo nuestro refranero declara madre de la ciencia.

    No es caso de hacer aquí relación detallada de las muchas que le adornaban, que se resumen en dos principales: disposición para la escucha amable y discernimiento certero. Don Celso hizo honor a su nombre de pila, que significa 'elevado, sobresaliente'; y así logró la recompensa especial que se guarda para honrar a quienes no trabajan por ella: ser amado por todos cuantos lo trataron. Privilegio de pocos, y estos muy escogidos.

    En un tiempo en que destacan las medianías que para medrar enseñan prendas mal habidas, es más de apreciar la regalía de que quien pone a rendir las muchas con que la naturaleza quiso agraciarle. Tenemos que felicitarnos de que la decisión de don Celso de ponerlas al servicio de la sociedad entera sin dar cuartos al pregonero fracasara: ni el silencio ni el olvido son maneras de respetar su impar modestia, señal cierta de calidad moral.

    Le cuadra el verso del poeta que reza en el título. Lleva, en efecto, el ejemplar desempeño de su parte y deja huella indeleble de su tránsito por la tierra. Que el dulce recuerdo de su entrañable humanidad sea para Laura, hijos y familia cireneo de la pena.

    Profesor titular de Latín

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