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'Las Marías de Santiago' de Áurea Sánchez

    • 17 nov 2017 / 23:19
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    MARUXA y Coralia Fandiño Ricart, Las dos Marías, formaron a lo largo de su vida parte tan entrañable del paisanaje urbano compostelano que acabaron mereciendo ser inmortalizadas en el paseo central de la Alameda. Un lugar al que se allegaban cada día, cuando el tiempo era bonancible, para hacer exhibición pública del disfraz de su dignidad herida, disimular su integridad pisoteada, evidenciar su pundonor inmarchitable y hacerlo de la única forma posible para no volverse loco; desde la integridad de espíritu y el arrojo suficientes como para tomarse a beneficio de inventario su propia condición de mujeres "infinitas en inocencia, millonarias en pobreza" como las describiera el recordado Diego Bernal.

    Las habladurías de una Compostela encorsetada en los pliegues del nacionalcatolicismo quiso ridiculizarlas hasta lo histriónico. Pero ellas supieron sobreponerse, muñecas rotas en su infancia, con la valentía y provocación de su colorista indumentaria y el rojo carmín en sus caras de decolorida porcelana. Una muestra de su atemperada rebeldía frente a la sociedad que, salvo muy nobles y anónimas excepciones, las dejó en la pobreza y marginación social pese a sus excepcionales dotes como bordadoras -de precisión y mimo conventuales- por haber nacido en el tiempo de las ideas equivocadas y las libertades pisoteadas.

    Su monumento de la Alameda, magnífica y certera obra de César Lombera, no es más que el debido tributo a esa parte más anecdótica y estereotipada del ritual de las dos en punto, desde la calle del Espíritu Santo hasta o Toural, justo donde -Ultramarinos Carro- la solidaridad anónima hacía cada día el milagro de los panes y los peces.

    Allí, a ese número 16 de la angosta casa de la calle del Espíritu Santo regresaban, concluido el paseo, a convivir con los fantasmas de un obstinado pasado y un no más halagüeño presente, víctimas propicias de la incomprensión y el fanatismo.

    Y es justamente esa más relevante parte, desde la infancia a la madurez conscientemente juvenil, la que da sentido a esa sólo imaginaria locura de carmín y bisutería forjada en persecuciones e indignidades, en humillaciones y perversidad, con la infructuosa intención de que rompieran un silencio que supieron mantener con el coraje de heroínas.

    A esa oscura pero fundamental parte de sus vidas se aproximó tiempo atrás la fina sensibilidad de Encarna Otero y en esa misma veta de emoción y justicia profundiza ahora, en homenaje digno de elogio, la periodista Áurea Sánchez con su libro Las Marías de Santiago. Una escritora que desde su firme militancia feminista ahondó en los últimos meses por todos los flecos de la memoria de quienes las conocieron para acercárnoslas, más próximas y cálidas, en las emocionadas páginas de un libro que gracias a la apuesta del micromecenazgo acaba por pasar de lo virtual a las librerías y que estos días se presenta. Será sin duda, y es mérito de su autora, la más leal y noble aproximación, el mejor homenaje a las entrañables Coralia y Maruxa y a su incomprendida lección de dignidad que algunos quisieron desvirtuar en clave de locura. Pero ese es demérito achacable sólo a quien quiso juzgarlas desde la ceguera de la ignorancia propia.

    jsalgado@telefonica.net

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