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O SAL DA TERRA

Más OCE-BR

    • 24 jun 2019 / 20:13
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    Escribía el pasado mes de febrero en estas páginas sobre el libro de Jordi Borja Bandera Roja 1968-1974. Esta obra quería recuperar una parte de la memoria de la lucha antifranquista pero lo hacía –cosa que es igualmente legítima- a partir de sus recuerdos personales, que acababan cuando una parte de aquel partido ingresó (o reingresó) no PSUC.

    En aquel mismo mes de febrero apareció en las librerías el relato del periodista y escritor Pere Meroño, Historia de Bandera Roja, 1968-1989 (Editorial Gregal). En este caso, la visión se amplía al conjunto de la trayectoria de la OCE-BR, hasta su autodisolución ya entrados en democracia.

    Meroño articulo este repaso de más de veinte años a partir de los cuestionarios contestados por 358 personas, casi todas antiguos miembros de la organización, lo que constituye, sin duda, un esfuerzo admirable. A ello hay que sumar la consulta de diversa bibliografía y de archivos que conservan material de aquellos años.

    Con independencia del resultado, esta obra puede servir de guía para que los futuros historiadores de las luchas obreras tengan fijadas qué empresas existían en el período narrado y el movimiento sindical que hubo en ellas y en las zonas donde estaban situadas. Empresas muchas de ellas ya desparecidas bien por cierre, bien por absorción o transformación. Empresas cuya actividad, en muchos casos, ha desaparecido por simple deslocación a China o a otras zonas con costes laborales e medioambientales más bajos. El elenco también es la historia de los sectores productivos de aquellos años.

    A diferencia del relato de Jordi Borja, este de Meroño da la voz a los protagonistas que, con mayor o menor fortuna, han fijado sus recuerdos en los cuestionarios contestados. Y en esa diferencia de relatos (forzosamente más restringido el de Borja), constatamos dos circunstancias. La primera, las tres etapas que tuvo la organización Bandera Roja: desde su fundación hasta la escisión de los “banderas blancas” que ingresaron en el PSUC (y en menor medida, en el PCE); la pérdida de los valores innovadores que consigo llevaban los escindidos, cosa que se tradujo en una mayor ideologización; y ya con la llegada de la democracia, pura supervivencia de un núcleo residual hasta la autodisolución.

    En el artículo de febrero me reconocía como miembro de la OCE-BR desde 1973. Tal condición llegó hasta 1978 y ya no participé de forma activa en las municipales de 1979. Sin embargo, en los meses posteriores coincidí –un par de reuniones, sin mayor trascendencia- con el sector disidente que se articuló en los llamados Col·lectius Comunistes de Catalunya, que participó en la fundación de Nacionalistes d’Esquerra en 1980, y en la que ingresé de manera individual después de las primeras elecciones autonómicas.

    En las declaraciones de los antiguos miembros de la OCE-BR no se percibe, en general, ni nostalgia ni sectarismo hacia otros colectivos. El formato de crónica impide, sin embargo, un análisis sosegado, con perspectiva, que será tarea para futuros historiadores o analistas de ciencia política. Así, se echa en falta una ubicación de la realidad de la organización en el entorno político de cada momento, especialmente en los años de la dictadura y de su continuidad en los años inmediatos tras la muerte de Franco. En ese sentido, quedan por responder algunas preguntas o cuestiones.

    Una de ellas sería las dificultades de análisis que la propia situación de dictadura (muy especialmente lo que concierne a la clandestinidad forzada) a diferencia de Francia, Italia o Alemania. Otra sería –y en el relato que nos ocupa aparece fugazmente alguna respuesta- qué hacía del análisis de Bandera Roja –especialmente en su primera etapa- un referente distinto respecto a otras fuerzas de la izquierda revolucionaria; muy especialmente, la no consideración del régimen franquista como estrictamente fascista.

    Era aquella una situación en la que el árbol nos impedía ver el bosque y cómo este se transformaba. Y una de las consecuencias fue que buena parte de los militantes de aquella izquierda antifranquista, más que comunistas, éramos simplemente demócratas de izquierda. Y eso también incluía a PSUC y a PCE, cosa que no supieron ver y que motivó su fracaso ya en 1977.

    Alguna conclusión que se puede extraer -y ya la apuntó Jordi Borja- es la condición de modernidad y de reflexión que Bandera Roja llevaba implícita, y la cualidad de sus cuadros (y que continuó a pesar de la ideologización que sufrió el partido después de la marcha de los “banderas blancas”). Por eso se hizo atractiva para renovar un PCE-PSUC burocratizados: su eurocomunismo llegó con los antiguos miembros de Bandera Roja.

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