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Tribuna Libre

Pasión y apasionamiento

    • 18 abr 2017 / 21:02
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    COINCIDIENDO con la última celebración, en el mundo católico, de la llamada Semana Santa o, más propiamente, Semana de Pasión, nos permitimos exponer algunas reflexiones sobre su significado, alcance e importancia. Para el cristianismo se trata de solidarizarse con el sufrimiento de Cristo, desde la traición de Judas y el Prendimiento de Jesús en el Monte de los Olivos hasta su Crucifixión y muerte en el Calvario. Ese es el Vía Crucis de la Semana de Pasión y ese es el verdadero sentir de lo que debe entenderse por pasión. Esa palabra se deriva del latín passio, passionis que significa acción de sufrir o padecer. Por eso, se llama pacientes a los que sufren.

    Dicho lo anterior, solidarizarse con el que sufre y su pasión, es sentir compasión por su sufrimiento y padecimientos.

    Ante esa realidad, no puede extrañarnos que despierte mayor corriente de fervor religioso el Cristo doloroso y crucificado que el Cristo glorioso y resucitado. Es evidente que conmueve y despierta más emoción y solidaridad el dolor que el éxito o el triunfo.

    Esa expresión de dolor se refleja en los versos del poema, de autor desconocido, pero que se atribuyen a Santa Teresa y que dicen "muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus afrentas y tu muerte". Con la Resurrección termina, propiamente, la Pasión y se abre un nuevo horizonte para el pensamiento católico, pues, como dice San Pablo, si no existe la Resurrección, toda nuestra fe es vana.

    Sentir la Pasión, vivirla y solidarizarse con ella es un acto de humanidad y sentido cristiano que no se debe confundir con el apasionamiento o fanatismo irracional.

    La pasión, aparte de su acepción como acción y efecto de sufrir, se expresa y manifiesta también por el vivo interés o admiración, que se siente o experimenta, en torno a una determinada propuesta, causa o actividad.

    El apasionamiento, en cambio, consiste en una pasión intensa que se siente por algo o alguien. En este caso, el apasionamiento busca apasionar, es decir, excitar o enardecer. Es un impulso, más visceral que racional, que nos impele a defender nuestras ideas, no como opiniones que deban debatirse, sino como convicciones que deban aceptarse, sin discusión ni controversia.

    La línea divisoria entre el apasionamiento y el fanatismo es débil, tenue y sutil; pero ambos suelen realimentarse recíprocamente, obnubilando la razón y demostrando falta de confianza en los propios razonamientos.

    Si, como es sabido, el exceso de luz deslumbra y ciega, el exceso en defensa de nuestras ideas resta lucidez a las mismas, pues si de la discusión nace la luz, defender con pasión no necesita del apasionamiento y la intolerancia.

    Jurista y exprofesor universitario

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