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Políticas inmaduras

    • 13 feb 2020 / 22:52
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    CUALQUIER política exterior que se precie ha de responder alguna vez como lo hizo Franklin Delano Roosevelt al ser preguntado por su inflexible apoyo al dictador Anastasio Somoza. Digamos antes de nada que Roosevelt fue uno de los presidentes más progresistas de su país, luchador incansable contra las desigualdades sociales, promotor del New Deal y empeñado en fortalecer a los sindicatos. De ahí que causara más extrañeza todavía su devoción por el tirano banderas nicaragüense. La explicó con una frase que sólo puede ser leída fuera del horario infantil debido a su crudeza descarnada. "Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".

    O sea, que el mandatario no dudaba de la villanía de su protegido y aun así lo protegía y lo recibía en Washington con todos los honores. La razón es que las empresas americanas y sus trabajadores obtenían grandes beneficios de la explotación de los recursos de Nicaragua y otros muchos países de la zona gobernados por sátrapas parecidos. Bajar el rasero moral compensaba. A cambio de mirar para otro lado había una contrapartida sustanciosa. Era una oferta que no se podía rechazar, como diría Corleone. Mucho llovió desde entonces pero la descarnada franqueza de Franklin permanece vigente, por más que no se manifieste con palabras tan malsonantes. Dicho de otra forma, todos los países tienen hijos de puta predilectos a los que miman para mantener una buena relación comercial.

    Por eso que lo más escandaloso de la política del Gobierno en relación con Venezuela no está en el cariño que se le demuestra a Maduro, algo que también hacen otros estados. Hasta ahí Pedro Sánchez podría equipararse perfectamente a Roosevelt. La principal obligación de uno y el otro no es ser buenos samaritanos de la democracia, sino obtener relaciones rentables que engorden el PIB nacional. Rasgarse las vestiduras por ello es tanto como confundir a un Gobierno con una oenegé, aunque ciertamente hay gobiernos que parecen oenegés y oenegés que actúan como gobiernos.

    Qué sucede. Que ese viraje que tiende la mano a Maduro y relega a Guaidó a la ficticia categoría de jefe de la oposición, no está acompañado por una declaración consiguiente anunciando no sé cuantas fragatas para Navantia, contratos de fábula para Repsol o la venta a precio de ganga de una ingente cantidad de barriles de petróleo. ¿Qué da Maduro, si es que puede dar algo, a cambio de la complicidad ideológica de Pablo Iglesias, las mediaciones de Zapatero y los cambios de rumbo de Sánchez? De momento nada. Se trata de un blanqueo gratuito. Gratuito para el dictador pero muy costoso para la imagen internacional de España, que por acercarse a Caracas se distancia de París, Londres, Berlín o de Ottawa.

    Tiene su gracia que el acercamiento a Maduro coincida con el anuncio de un futuro castigo a quienes ensalcen de palabra u obra a otro dictador, que ya no está en ejercicio y que últimamente anduvo de mudanza póstuma. Era de Ferrol. Pero por encima de estas contradicciones, de los bandazos y las citas rocambolescas en Barajas, está la gratuidad del apoyo al personaje. Maduro es quien dice "por qué no te callas".

    Periodista

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