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LOS REYES DEL MANDO

Sobre la vergüenza

    • 02 dic 2018 / 22:41
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    LA segunda temporada de ‘Vergüenza’ (Movistar), que acaba de estrenarse, es desde luego una buena noticia, aunque es cierto que, guste o no guste, se trata de una producción peculiar que a algunos les genera cierta incomodidad. Eso no es malo en la ficción: incluso parece algo necesario. La incomodidad no está muy bien vista en estos tiempos de pureza, pero sin eso la literatura se reduciría a unas cuantas cosas planas, y el cine también. No hay nada malo en que el arte ponga al espectador en dificultades: es decir, que remueva sus sentimientos, sus creencias, sus ideas y sus seguridades. Es, yo creo, una de las grandes virtudes del arte. Pero ya se sabe que vivimos un tiempo en el que preferimos que nos confirmen nuestras ideas. La gente goza con eso de “ya lo decía yo”, aunque no lo haya dicho. Se trata de confirmarnos, de contrastarnos en nuestra gran verdad individual y, por supuesto, en el gran error, que es siempre cosa de los otros.

    ‘Vergüenza’ provoca incomodidad porque nos podemos ver retratados en alguna circunstancia, o porque creemos descubrir actitudes que hemos visto en la realidad. No vale decir que lo que Javier y Malena representan en pantalla es muy exagerado y salido de madre (y padre), porque una serie, una novela, cualquier ficción, no tiene por qué parecerse a la realidad, si reflejar la realidad, ni seguir los parámetros de la realidad. Ya hemos oído mucho sobre esto. Y hay que ir enterándose de que en la ficción uno hace lo que le da la gana, se parezca a la realidad o al lucero del alba. Dicho esto, la serie puede llegar a ser realista. Y a lo mejor eso nos preocupa. No caeré en ese lugar común de que a veces lo que se nos cuenta parece la quintaesencia del cuñadismo exacerbado, aunque podría, porque más bien se asemeja a la mezcla entre la cara dura y la inconsciencia absoluta. Sentirse incómodo, ya digo, no es raro ni malo. Es duro ver cómo va a acabar alguna escena. La incomodidad brota como una de las bellas artes, pero hay películas en las que me tapo los ojos, por dolor, por vergüenza, por asco o por miedo. El arte está para sacudirnos, queridos.

    Comparado con otras comedias, que subliman de inmediato la vergüenza en humor, aquí hay un resabio hiriente, un algo de acidez. Esos rostros de Javier Gutiérrez y Malena Alterio ayudan, porque se tragan con estilo a personajes bastante intragables. Gutiérrez, representante máximo de esas escenas en las que dirías “tierra, trágame”, nos cae lo suficientemente bien como para que admiremos su capacidad de dar vida a un personaje que nos cae notablemente mal. Pero, ¿qué descubrimos en él que nos incomoda? ¿Atisbamos vicios culturales o tachas atribuibles a la condición humana? La vergüenza ajena sucede en la vida real, sucede de continuo, pero aquí lo hace con excelsa contundencia. Es un buen ingrediente para acidular la comedia, pero difícil de manejar, como una de esas especias imprevisibles. Es trabajar con material complejo, aunque Jesús, el personaje de Javier Gutiérrez, nos parezca simple y propenso a meterse en todos los charcos. Sorprende, sí, que en esta época de tanta corrección política, no haya habido mucha gente ofendida por esto o por aquello. Mejor así. Porque, después de todo, nada humano nos es ajeno.

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