Editoriales

Infierno y cielo en una jornada para no olvidar

  • 06 ago 2022 / 23:59
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El bien y el mal, la cara y la cruz, el haz y el envés, que diría el inolvidable Álvaro Cunqueiro. Las últimas 48 horas en Compostela y su zona de influencia se han producido dos situaciones bien distintas. La cara, haber disfrutado de la contagiosa alegría de miles de jóvenes que atraídos por la fe se unieron en la Peregrinación Europea de la Juventud. El presidente gallego, Alfonso Rueda, dijo de ellos que son los grandes embajadores del Xacobeo, que el Camino debe ser su ejemplo y que representan a la generación que menos cree en las barreras físicas, mentales, políticas y culturales. Monseñor Barrio acertó al definir este encuentro como un compromiso que permite asomarnos a un horizonte de esperanza de la que “queremos sea la Nueva Europa del Espíritu”. Y el cardenal António Augusto dos Santoa, obispo de Fátima, enviado especial del Papa Francisco, recordó las palabras del pontífice en el sentido de que los pueblos que caminan en tinieblas vean la luz, gocen con júbilo y fortalezcan la justicia y el derecho que necesitan. Y hablando de tinieblas –esta es la cruz– el cielo se oscureció ayer y anteayer de madrugada en el Barbanza por la enorme cantidad de humo originado tras el infernal incendio en una de las zonas más hermosas y visitadas de la ría de Arousa norte (A Curota), amenazando ya la ría de Noia-Muros. Alcanzó tal intensidad que a la hora de cerrar esta edición no se podían determinar la magnitud de las hectáreas devoradas por el fuego. Ostenta ya el triste récord de ser el peor de la historia en Boiro. Pese a los esfuerzos por controlarlo, las llamas cercaron el hospital del Barbanza, sembró el pánico a casi un millar de residentes en el Camping de Oleiros, que pasaron del temor al terror en tan solo cinco minutos, y dejó tras de sí la desolación más absoluta. La cruz, sí, para vecinos, brigadistas, visitantes conmocionados por la dantesca tragedia que encogió los corazones. Y las preguntas son inevitables. ¿Se pudo haber hecho más labor de prevención? ¿Seguiremos asistiendo cada verano a la maldición casi bíblica de incendios en nuestras montes? ¿Estamos condenados a resignarnos o tenemos que, como en Fuenteovejuna, plantar cara a tanta destrucción? ¿Es soportable que algo que tarda décadas sino siglos en regenerarse se destruya en apenas unas horas? Más terapia preventiva todos los recursos necesarios. “As paisaxes non se comen”, escribió Castelao, pero duelen en el alma cuando se destruyen. ¡¡Basta ya!!

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