Pasos de cebra que apenas se ven

EL COMPORTAMIENTO de viandantes y conductores ante los pasos de cebra daría para realizar un interesante estudio sociológico sobre el grado de educación de las faunas urbanitas. En lo tocante a los automovilistas, existen dos perfiles bien diferenciados. Por una parte, los impacientes y chulitos que solo se detienen si corren el riesgo de atropellar a quienes ya están cruzando, y por otra, los que paran a una distancia prudencial y esperan, de una forma más o menos paciente, a que el obstáculo quede despejado. Los primeros, por desgracia bastante abundantes, tampoco dudan en acelerar para amedrentar a los peatones que esperan a los lados y a veces realizan peligrosas maniobras con el fin de esquivar a los pesados que les interrumpen el paso. En cuanto a los peatones, son mayoría los que aceleran el paso para retrasar el tráfico lo menos posible e incluso dan las gracias a los coches que han tenido la gentileza de detenerse, pero también existe un curioso perfil de viandante que reduce al mínimo el paso para dejar constancia de quién tiene preferencia. Más allá de estos perfiles, lo cierto es que numerosos pasos de cebra de Santiago resultan muy peligrosos para los conductores y viandantes normales por el simple hecho de que están pintados de una forma deficiente o carecen de iluminación, de forma que muchos automovilistas se ven con frecuencia sobresaltados al toparse con peatones que no habían visto hasta tenerlos casi encima. La rúa Virxe da Cerca es, en este sentido, peligrosísima cuando todavía no ha amanecido o empieza a anochecer, y lo mismo ocurre en otras zonas del Ensanche, Vite o Fontiñas. ¿Tanto costará iluminar como Dios manda los cruces conflictivos? Al parecer, sí. O a lo mejor lo que ocurre es que resulta más rentable llenar la ciudad de radares y de cámaras inteligentes... especializadas en multar.

BEATRIZ CASTRO/Periodista