Firmas

Alabanza
de aldea

    • 14 may 2020 / 00:54
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego

    DE pronto ha llegado el prestigio a la aldea, la olvidada aldea. La segunda residencia, que dicen ahora. Y, para muchos, la primera, y la única. Después de habernos hecho fieramente urbanos, el virus nos está empujando a la filosofía de la aldea, ese lugar al que algunos sólo van por las verbenas. Nada en contra de la ciudad, Fray Antonio de Guevara me perdone, pero no deja de ser significativo que de pronto queramos volver al campo, como los romanos hartos de Roma y sus desagües que se echaban al alfoz. No hace ni un par de meses que el campo se moría, la soledad inmensa de la España vaciada era pieza codiciada en los telediarios, el mundo interior permanecía en absoluta quietud. Dicen que en muchos lugares el confinamiento habrá sido parecido a cualquier día, porque la distancia social la cumplen desde hace décadas, sin mayores esfuerzos. Alguna ventaja tendría que tener el campo deshabitado. Pero envejecido también: y ahí, las ventajas son más bien pocas, pues el virus se ha ensañado con los viejos, con los que hicieron tanto por este país, se los ha llevado con la inmensa injusticia de la muerte. Más injusta aún esta muerte por contagio, sin despedidas.

    Algunos viejos se han mantenido a pie firme en pueblos donde aún luce la piedra y el adobe, las vigas de madera y los perros echados frente a la lumbre. No veían a nadie, como cuando las nevadas, sólo al cartero. Lo demás es pasar el día en calles solitarias, si hay suerte hablar con alguien, sin acercarse mucho, sentarse en los poyos o en los ribazos, recoger leña, ver los telediarios, que enseñan los males del mundo, y algún programa amable que ilumina la cocina. Muchos han resistido a pie firme en la soledad de los pueblos perdidos donde nacieron, o donde se casaron, y se congratulan de no haberse mudado un día a la ciudad moderna, el día que les dijeron que aquello se acababa y que había que ir a sitios con más calefacción.

    De pronto, escucho alabanzas de la aldea. Lo que hemos abandonado y vaciado, lo que hemos reducido a la nada, pensando sólo en el glamur de las ciudades, ahora se empieza a poner de moda. Quién nos iba a decir que el virus nos iba a hacer redescubrir el campo, las casas deshabitadas donde un día jugamos, creyendo que aquel era, en realidad, el centro del universo. Leo que en las inmobiliarias la gente pide chalets, casas con paredes y techos propios, no compartidos, huertas con higueras. Leo que muchos piensan en los lugares donde nacieron, cuando las mascotas no se llamaban así, porque eran los animales de la casa, desde siempre. No me digan que esta maldad pandémica y el miedo a la multitud van a devolver un poco de sangre a las venas del campo desolado, casi muerto. Sería como un milagro.

    Leo un reportaje en el que se avisa del estado del parque español de la vivienda, de los muchos años, décadas, que hemos pasado reduciendo los espacios que habitamos, acostumbrándonos a una vida de chotis, en una baldosa, mirando quizás con envidia esa pasión por la casa con jardín de los anglosajones. Quién sabe si de pronto nos vamos a lanzar a repoblar el campo, las casas con corrales y con huertos. El miedo al virus ha despertado la alabanza de aldea. Como en el Romanticismo, vuelve la naturaleza. Pero me dicen que tendrá que ser naturaleza con wifi.

    TEMAS
    Tema marcado como favorito
    Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.