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Ante todo, la libertad

    • 25 sep 2022 / 00:01
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    ES duro pensar que un país que tuvo a Mussolini pueda estar a punto de encumbrar a algunos que podrían considerarse sus herederos. Hoy, justo hoy, me refiero. Los humanos somos extraordinarios, pero también nos puede la niebla y la confusión. La de este tiempo es abrumadora. Y muy triste.

    Ignoro si nos puede el lado más primate en tiempos de crisis. Impera la salvación, la lucha por la vida, el alimento y, si llega el caso, la exclusión de otros que no son ni más ni menos que nosotros. Sean extranjeros o no (ser extranjero es una construcción mucho más política que cultural). Puedo entender la desesperación y la desafección que produce esta tremenda crisis, aprovechada por los que siembran la discordia en las democracias. Y en Europa, que a pesar de la propaganda de los grandes simplificadores es hoy más necesaria que nunca. Perdemos libertad por la tensión del mundo y el continente se dirige a un nuevo militarismo: eso ya es toda una derrota.

    Y, sin embargo, hay que salvaguardar la libertad. Sobre todas las cosas. Es la verdadera misión de una construcción civilizada y abierta como la europea, con todos sus problemas, con todos sus errores. La libertad, primero. Que la propaganda tóxica crezca tiene que ver, precisamente, con la libertad, por paradójico que parezca. Pueden decir aquello que nunca querríamos suscribir, tienen la capacidad de dañar la democracia porque viven en ella. Pero también es cierto que poco a poco va calando el mensaje, es una lluvia fina de lodo y barro, que penetra en los huesos cuando la realidad resulta incómoda, cuando la realidad se vuelve difícil. El día que descubramos el tamaño del daño, el veneno del miedo, será demasiado tarde.

    Leí cosas sobre la inteligencia artificial estos días. Parece que las máquinas escriben novelas, pintan cuadros y también crean ciencia. No me parece mal, no voy en contra de la tecnología. Pero me acordé del lado humano de la imperfección. En este nuevo mundo puritano y simple, donde todo se analiza sin matices, de manera extremada y pueril, en medio de mucho ruido que conviene a los nuevos inquisidores, creo que ha llegado el momento de valorar la imperfección y la duda. Esa perfección que el nazismo enarbolaba, la supuesta perfección de una raza, la frialdad de aquellas construcciones militares, los discursos vergonzantes, todo eso puede volver. Por eso el arte, aunque busca lo excelso, tiene ese punto de fragilidad, ese lugar donde lo humano brota y emociona más que toda la peligrosa perfección del mundo.

    Vivimos en un tiempo que empieza a comprar mensajes enfermizos, empujado quizás por la frustración, por el miedo, esa arma definitiva de la que se han valido, y se valen, todos los grandes totalitarios, todos los charlatanes que prometen poder y gloria a costa de los otros. Las soluciones rápidas, el derecho a imponerse por la fuerza, el avasallamiento frente al pensamiento, el torpe maniqueísmo frente a la inteligencia: eso venden. ¿Vamos a permitir que tantos siglos de civilización, que este crisol de culturas, esta elaborada forma de vivir, caiga en manos de cualquiera que pisotee la libertad? ¿Seremos tan torpes de comprar épicas caducas, de sacar brillo a todas las lanzas herrumbrosas, de hacer del odio una forma de vida?

    Por eso nos jugamos mucho. En Ucrania y no sólo allí. También dentro de la aseada Europa, donde se siembra sin disimulo la manzana de la discordia.

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