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‘Brexit’, realismo y pandemia

    • 24 may 2020 / 23:01
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    LA tercera ronda de negociación sobre el brexit entre Reino Unido y la Unión Europea que concluyó hace poco más de una semana ha dejado poco espacio para la esperanza. Los cerca de cuarenta comités paralelos continúan trabajando sobre ámbitos estratégicos, pero hasta la comunicación telemática que ha forzado la pandemia que azota el Continente ha ralentizado el diálogo y la interacción entre las partes. La futura relación comercial entre Londres y Bruselas ha caído en un punto muerto difícil de superar. Y lo peor es que queda poco, apenas unas semanas, para que el Gobierno británico logre evitar la humillación de tener que solicitar una nueva prórroga más allá del 31 de diciembre de 2020. El Acuerdo definitivo de salida tendría que estar delineado para finales de junio. Y nada hace pensar que este objetivo se logre en cinco semanas. En Reino Unido, además, se ha juntado el hambre con las ganas de comer. Pues los confusos cálculos de caída del crecimiento nacional derivados del brexit, se ven ahora más ennegrecidos por el desplome económico que acarreará la crisis del coronavirus.

    Es cierto que las cifras en Reino Unido indican una caída del PIB en el primer trimestre del año inferior a la sufrida por el conjunto de la UE (2 % frente al 3,3 %), pero todo apunta a que esta ventaja se difuminará en el segundo período económico, pues no debemos olvidar que las medidas de confinamiento, y el parón industrial, productivo y de consumo, llegaron al país insular más tarde que a la mayoría de los socios de la Unión. La relación entre Londres y Bruselas aparenta haberse infantilizado, con ataques cruzados de culpabilidad y falta de realismo. Una especie de “y tú más” que nos recuerda las disputas de patio de colegio refinado. Porque, si bien la colaboración en materia nuclear civil, o en el ámbito de la aviación y el transporte aéreo, van por buen camino, ni siquiera la asunción de un marco jurídico parcialmente común, o una predisposición hacia unos derechos laborales justos, evitan la inseguridad jurídica de una competencia potencialmente desleal, una fiscalidad discrecional, unos estándares medioambientales convenencieros, y unas futuras ayudas de Estado quizá ventajosas en suelo británico.

    De ahí que pensemos que Reino Unido no busca tanto convertirse en un socio leal, cuando en un duro competidor de la UE. No hay más que observar el modo partidista con el que pretende afrontar la cuestión pesquera y los atípicos pactos sólo ‘anuales’ de acceso a sus caladeros, para constatarlo. Aspectos, éstos, de gran ‘calado’, que los británicos tratan de minimizar quejándose del trato injusto que están sufriendo aparentemente sus ciudadanos en territorio de la Unión a la hora de recibir asistencia sanitaria por la covid-19, o de formalizar homologaciones y adquisiciones varias. La inminente cuarta ronda de negociación se presenta más que decisiva.

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