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Cando éramos sostibles

    • 12 abr 2021 / 01:00
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    EL tantas veces sorpresivo azar ha hecho coincidir en estos primeros días de abril dos referencias relacionadas con el medio rural gallego y que suponen –la una desde su secular y trascendental aportación científica y la otra como incipiente y esperanzada experiencia de futuro– otros tantos mojones por donde debe conducirse la realidad de un territorio y unas gentes harto cansadas de hacer frente a todas las adversidades, singularmente las que provienen del sempiterno desprecio gubernamental.

    En ambos casos, y como también suele ocurrir, ajenas a todo intervencionismo oficial; más aún, nacidas ambas como referentes imprescindibles en los que la oficialidad debería mirarse en vez de continuar por el trillado y tan esclerótico camino de la sobreabundancia de leyes, una burocracia asfixiante o la ejemplificación con más palo que zanahoria.

    La primera de las referencias alude al 1 de abril de 1921, fecha de la fundación de la Misión Biológica de Galicia por iniciativa de la Junta de Ampliación de Estudios. La Misión, ubicada en sus primeros años en Compostela y desde 1927 en Pontevedra, continúa a día de hoy como centro del CSIC (1939) dedicada a investigaciones y trabajos de biología aplicados a la agricultura y ganadería de Galicia.

    Pero, con ser excepcionales dichas tareas, más que su importante bagaje científico y su impresionante fondo documental, en la Misión Biológica hay que celebrar que hubiera supuesto el primer hito de la Investigación en Galicia, que lo hiciera sobre aquella actividad más directamente relacionada con la realidad socioeconómica y por un hombre, Cruz Gallástegui –alumno del nobel (1933) Thomas Hunt Morgan–, verdadero artífice de esa próspera realidad como su primer director.

    Más modesto en sus expectativas pero enlazando con idénticas premisas de rigor y compromiso, acaba de presentarse en la Universidad compostelana la primera publicación del Laboratorio Ecosocial do Barbanza, un proyecto en el que participa el grupo de investigación HISTAGRA de la USC y que ha sido alentado por la Fundación Ría, con el apoyo de la Fundaciones Banco Santander y Juana de Vega. La publicación, más nostálgica en el título –“cando éramos sostibles”– que en un sugerido conformismo melancólico, pretende precisamente escudriñar en ese pasado sostenible para “poner en valor las formas de manejo del territorio llevadas a cabo históricamente por las comunidades locales e impulsar iniciativas que se rijan por los mismos principios de sostenibilidad”.

    Experiencias ambas, en sus concretas y acaso no homologables ambiciones, que sí enlazan en convencimiento y propuestas con lo más preclaro, pero olvidado, de nuestra tradición intelectual, desde Sarmiento a Cornide o Colmeiro, de Labrada a Díaz de Rábago o Rof Codina, cuya recuperable actualidad es dudoso que haya traspasado la infranqueable barrera de una oficialidad más preocupada del parecer que del ser.

    David Chipperfield, “gallego por voluntad”, nos recordó en su discurso al recibir el Gallego del Año otorgado por este periódico que “la estrategia tradicional gallega de pequeña escala es el modelo que todo el mundo reconsidera como el futuro” y la imagen “de un país moderno que muestra a otros cómo equilibrar el desarrollo económico y la consideración de su capital natural”. Y, frente a la culposa incredulidad de la oficialidad, en esa tarea anda embarcado desde la Fundación Ría que alentó y preside.

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