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Denuncias en la Cumbre Iberoamericana

    • 24 abr 2021 / 01:00
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    LA XXVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada estos días pasados en el Principado de Andorra ha puesto de manifiesto, una vez más, los problemas tanto estructurales como coyunturales de América Latina. El impacto del SARS-CoV-2 llegó en el peor momento, cuando tanto el centro como el sur del Continente vecino experimentaban un proceso transformador con profundas desigualdades y desequilibrios a nivel económico y político. Ahora, la COVID-19 ha evidenciado la dependencia comercial de todos los países latinoamericanos y caribeños, así como las carencias de la mayoría de sus sistemas sanitarios.

    Y éste fue, precisamente, el tema principal de unos debates multilaterales centrados en el impacto económico y social de la pandemia, y en los problemas para frenar los contagios debido a la falta de unas vacunas que están siendo acaparadas por un grupo reducido de países: las grandes potencias europeas, árabes, asiáticas y hasta norteamericanas.

    En este sentido, sorprende el modo en que Estados Unidos, con Joe Biden a la cabeza, sigue ninguneando a la práctica totalidad de sus vecinos continentales. El programa nuclear iraní, la guerra en Yemen, los vínculos con Israel, la guerra comercial con China, las tensiones con Rusia, los acuerdos con Reino Unido, y la convenenciera presión hacia la Unión Europea y dentro de la OTAN, constituyen los objetivos prioritarios de la política exterior de Washington y de su nueva Administración. Cuba y Venezuela, desde luego, tendrán que esperar; e incluso los hasta ahora socios aventajados de EE. UU., como Brasil, Colombia, o El Salvador, perciben con asombro la desatención de la gran potencia. Todo ello, pese al mercado potencial que supone una América Latina con casi el 9 % de la población mundial (unos 670 millones de habitantes).

    Al igual que el republicano Donald Trump, hoy día una mayoría del Partido Demócrata prefiere reorientar la influencia el país hacia contextos menos necesitados de asistencia técnica y económica, y más provechosos desde un punto de vista político, comercial y geoestratégico. El resultado es un centro y un sur americanos que sufren un desplome de su PIB conjunto de en torno al 8,5 %, lo cual supone una recaída brutal en lo que al aumento del paro y el incremento de la pobreza se refiere. Los números oficiales facilitados son estremecedores, con cerca de 80 millones de nuevos pobres, y casi tres millones de pymes destruidas.

    Por eso países como República Dominicana, Guatemala, Bolivia, Argentina, Costa Rica, Ecuador, y hasta Chile, reclamaron una mayor solidaridad con las vacunas (América Latina registra el 30 % del total de fallecidos por COVID-19, y el proyecto Covax de la ONU no es suficiente), al tiempo que algunos (Paraguay, Uruguay, Colombia, Ecuador, y también Chile) aprovecharon, pese al apoyo cubano a la espantada de Maduro, para lamentar y denunciar la presencia incluso telemática de Venezuela en la Cumbre (a través de Delcy Rodríguez), debido a la falta de libertad, y al desprecio a la democracia y a los derechos humanos que existe en la República Bolivariana.

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