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Después de la batalla

    • 11 may 2021 / 01:00
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    LAS elecciones madrileñas tuvieron tan fuerte impacto por cuanto concurrían en ellas circunstancias que forzaron a los líderes políticos a comprometerse como nunca en comicios regionales. Se jugaba en ellas además de la capital, una forma de entender la lucha con la pandemia, saber si Ciudadanos saldría incólume tras su giro táctico en Murcia, conocer la fuerza real de Podemos con Iglesias solo en su viejo feudo, y, por parte de Sánchez, tratar de romper tras el fracaso murciano el que tenía (por otro estrepitoso fallo de cálculo) por el eslabón débil de la cadena autonómica del PP.

    El planteamiento gubernamental como batalla contra el fascismo y el de Ayuso como defensa de la libertad crearon una polarización hasta entonces solo promovida con éxito por Iglesias y Sánchez para justificar en un mal mayor inasumibles alianzas. Sánchez tropezó con la horma de su zapato por la capacidad de Ayuso –una castiza de zarzuela con carácter–, de moverse desafiante en tal terreno. La neutralidad en casos de polarización –como decía Koestler– no es posible por la dificultad para argumentar objetivamente.

    En tan cargado “invernáculo emocional” (al punto que el director del organismo demoscópico neutro y público llegó a hacer una apasionada defensa de parte frustrado por su fracaso para dirigir la opinión) Vox y más aún Cs quedaron neutralizados, como el desconcertado candidato local del PSOE, que nunca supo si debía decir cosas moderadas o radicales hasta que también se le instó a llamar a detener el fascismo. Beneficiadas de tanta torpeza –rematada por un análisis de la derrota como asunto de madrileños de bares y copas– fueron Ayuso y la candidata de Errejón, más desinteresada en la pandemia de lo que como médico se pretendía pero cuyo éxito innegable fue evitar una alianza suicida con Iglesias.

    Haría mal Casado si creyese que tiene todo encarrilado. Vox tiene un nicho estable de opinión, que atiza el separatismo, basado en el descontento por el insuficiente contenido nacional de las políticas de Estado, en parte evidente y en parte como herencia del tradicionalismo nacional-conservador que miró con recelo 1978 y particularmente las autonomías. Arrimadas, en su razonable deseo de dar ese giro que su partido debió haber dado hace años si quería ser, no entendió que no era posible ya en una situación tan polarizada que hacía imposible la neutralidad. En todo caso la situación en un par de años seguramente será insostenible a Sánchez.

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