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El galleguito y la galleguita

    • 10 nov 2022 / 01:00
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    CON frecuencia proclamamos el orgullo de pertenencia. “Me siento orgulloso de ser gallego” decimos u oímos a cada instante. O catalán, andaluz, madrileño o de cualquier parte del mundo, según sea el origen de quien habla. Más correcto sería decir satisfecho, pues no es mérito propio nacer donde has nacido. Ahora bien, si consideramos que orgullo y satisfacción son sinóninos, y así creo que se emplea casi siempre, démoslo por bueno. Lo malo es cuando evocamos nuestro gentilicio con intención supremacista. Y mucho peor si se hace en sentido inverso: desacreditar al prójimo por el lugar en que vio la luz.

    A lo largo de los siglos, a los gallegos se nos rebajó a la categoría de seres inferiores por eso, por nacer en Galicia. Una de las acepciones del significado del término así lo recogía el Diccionario de la Real Academia Española. Fue eliminado, en consonancia con el discurso políticamente correcto, pero en el subconsciente de algunas personas todavía persiste. El último episodio lo protagonizó Iglesias esta pasada semana. Calificó a Feijóo de “galleguito”, no precisamente en sentido cariñoso. El líder de Podemos, cuyos diagnósticos políticos son generalmente para tener en cuenta, pierde toda autoridad cuando insulta. Lo mismo sucedió con su vinculeira (heredera única) Yolanda Díaz, cuya estrategia y proyecto tildó de “estúpido”.

    En ambos casos puede haber debate, no cabe duda. En el primero, sobre si Feijóo se deja comer terreno por Ayuso o si de lo que se trata es de que la madrileña repita presidencia, mejorando resultados. Me inclino por lo segundo, porque la prioridad del momento para el partido del galleguito es obtener unos buenos resultados en autonómicas y municipales, antesala de las generales. Con esta visión coincide Iglesias cuando le reprocha a su pupila, tal vez la galleguita, su pasotismo ante la primera cita electoral del calendario, dentro de tan solo medio año. Coincido con el diagnóstico de Iglesias. No se pueden disociar ambas convocatorias y la candidata in pectore de Unidas Podemos, Podemos Sumar o como se llame en su momento, a la presidencia del Gobierno no puede agazaparse como oyente en la primera batalla a dar.

    A la supuesta condición de gallego como ser inferior también se agarra Sánchez para explicar que Feijóo pudiera ser presidente de la Xunta pero proclamar que no está capacitado para serlo del Gobierno de España. Es el mismo pensamiento de Iglesias expresado de forma más sibilina. Son muchos los factores por los que se alcanza la presidencia de un país. Que en Feijóo hayan confiado los gallegos en cuatro ocasiones no significa que automáticamente lo haga el resto de españoles. Son muchos los factores a tener en cuenta, incluidos los de carácter coyuntural y la situación del entorno en que nos movemos a nivel internacional, pero desacreditar directamente a las personas, sobre todo a quienes ejercen libremente su derecho al voto, no le va a beneficiar. El mejor arma de un presidente es gobernar bien.

    El efecto Feijóo existe. Se produjo en las elecciones andaluzas y se refleja en las encuestas, la última de ayer mismo. La realizada por la Generalitat de Cataluña recoge, además de la victoria del PSC, un importante incremento del PP en esa comunidad. Pasaría a ser la cuarta fuerza política en unas elecciones autonómicas, más que triplicando su representación parlamentaria. ¿El efecto Feijóo será suficiente para alcanzar el Gobierno de España? No le va a ser fácil, pero con estas ayudas de Iglesias y Sánchez un poco más cerca sí lo tiene.

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