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El PP por dentro

    • 20 feb 2022 / 01:00
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    EL espectáculo que está dando la dirección del Partido Popular con su disidencia respecto a la actuación de la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en un tema en el que, parece ser, se halla implicado un hermano suyo, pone de evidencia una falta de autoridad interna que, estoy seguro, haría bramar al fundador del Partido, Manuel Fraga, y que, desde luego, tampoco, puede merecer el beneplácito de los más recientes presidentes del mismo, José María Aznar –que ya se ha manifestado al respecto– y Mariano Rajoy.

    Aquí deben rodar cabezas y ya la dimisión de Ángel Carromero en el Ayuntamiento de Madrid es un síntoma de la mano dura que debe imponerse en el Partido que representa y aúna al centro derecha español, porque sin disciplina interna ninguna formación política puede aspirar a hacerse con el poder y no es algo que sólo interese a los afiliados a la misma sino que implica a todo el electorado español, que tiene el legítimo derecho de reivindicar unos partidos políticos serios, fuertes y consolidados que inspiren confianza y seguridad en la ciudadanía.

    Como es lógico no se va a entrar en el meollo de la denuncia interna formulada contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, que habrá de merecer el oportuno trámite de esclarecimiento y, en su caso, la consiguiente exigencia de responsabilidad, pero sí habrá de denunciarse la torpe actuación política que comporta sacar a la luz pública actuaciones como la denunciada en este caso, dando con ello un enorme balón de oxígeno al partido en el Gobierno, el que no estando, precisamente, en horas altas, puede sin embargo realizar una gran campaña pro domo sua.

    Una parte importante del electorado español, que vota al PP, no sale de su asombro al comprobar la escasez de inteligencia política que caracteriza al equipo directivo que, al día de hoy, está dirigiendo esa formación del centro-derecha español. No puede extrañar que el seno de los llamados barones del partido crezca la desazón, el desánimo y hasta la indignación, pero ellos pueden ser los mejores catalizadores del descontento existente e imponer los cambios que la situación demanda. Esperemos que así sea.

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