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En el adiós a Domingo Villar

    • 19 may 2022 / 01:00
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    UNO sigue preguntándose si es cierta la máxima clásica de que los dioses se llevan pronto a aquellos que aman. Puede ser el caso, pero hacen un gran mal a esta tierra, pues la privan de uno de sus mejores escritores, de una persona que logró, con un lenguaje contenido y musical, construir una literatura de género que, sobre todo, discurría por territorios amados y conocidos.

    Si la muerte es siempre injusta (él, que tanto la manejó en sus escritos), lo es mucho más cuando se trata de un hombre joven, con una carrera literaria extraordinaria, llevada sin ruidos ni gestos ampulosos, cortada ayer por un giro cruel de la rueda de la Fortuna. Hace poco aún escribía uno aquí una breve reseña de Algúns contos completos (Galaxia), con los linograbados de Carlos Baonza, que él explicaba no como un paréntesis propiciado por la pandemia, sino como un dulce homenaje a los amigos, pues todos habían oído alguna vez esas historias de su boca.

    Pero, sobre todo, Domingo Villar era un novelista de novela negra. Y de gran éxito. A praia dos afogados (Galaxia, Siruela en castellano) supuso para él un lugar confortable en el universo literario. Su lugar en el mundo. Y en ese mundo, siempre estaba Vigo y sus aledaños. El territorio fundacional, el territorio conocido y querido, en el que construía las historias de un personaje que queda ya como uno de los nuestros, como uno de los inolvidables: Leo Caldas. Sus historias ya no tendrán quien las escriba, pero seguirán, continuarán de alguna forma en la imaginación de sus muchísimos lectores.

    Domingo Villar demostró cómo todos los territorios son, en realidad, universales. Construyó su imaginario literario en esa dimensión doméstica, como otros grandes de la novela negra, como Camilleri, por ejemplo, pero hizo que esa mirada se expandiera hacia el océano, porque sin el océano no se entiende la obra de Domingo Villar.

    Resulta duro pensar que se haya ido tan pronto, pero, con egoísmo, los lectores nos quejamos de todas las historias futuras que su muerte nos arrebata. En 2019 lo entrevisté a propósito de O último barco. Me habló entonces de su largo silencio. Tenía varios motivos para aquel silencio (en esos años murió su padre, por ejemplo), pero, lo resumió como una cuestión de autoexigencia. “Si no estoy convencido de lo que hago, prefiero esperar. ¡Mi nombre es el que va a estar en la portada!”, me dijo riendo. Estaba orgulloso de hacer novela negra de otra manera. “Mis novelas son policiacas por dentro, pero por fuera son cuentos de amor por un lugar y una gente. Creo que eso se nota. Escribo desde el cariño y la nostalgia”, decía encantado.

    Le pregunté si siempre había querido escribir novela negra. “Lo que pensé es que la novela negra me permitía mirar alrededor y contar cómo era el mundo. Había leído mucho a Montalbán, a Camilleri, a Mankell... Me gustaba la idea de pasarlo todo por el tamiz local”. Y, sobre todo, nos deja al inspector Caldas, su hombre ahora en la tierra, al que Barxas llamó “antihéroe gallego” en un artículo para El País en 2011. “Todos los personajes tienen algo del autor. Cuando escribo cosas que no me pertenecen, hay una voz que me avisa y me dice: “eso no”. A Caldas, si tuviera que describirlo, diría que es, sobre todo, compasivo”, contaba Villar en aquella entrevista.

    Como dijo ayer Irene Vallejo, al ver partir su barco: “que el océano te sea leve”.

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