Esa Navidad que aguarda

CLAMÁBAMOS por una Navidad sobria y hete aquí que este año nos ha sido impuesta. Denostábamos del consumismo empachador y rechazamos el lado llorón de la Navidad. Había insatisfacción, medio tapada por los percebes. Me estomaga el sentimentalismo aunado a la enchenta de marisco y sidra. Añoraba algo, quizá lo que ahora nos ofrece la Navidad de hogaño: visitas restringidas, reuniones limitadas, menos pasta en el bolsillo, un centollo para seis.

La adversidad propicia que recuperaremos valores preteridos, entre otros el espíritu de la Navidad. ¿Dónde está ese espíritu, si alguna vez lo hubo? Buscamos debajo de las cintas de colores que envuelven esa baratija que nos regalaron el año pasado y aparecen unas fruslerías y poco espíritu.

Hubo que seguir hurgando y al cabo de un rato purificador descubrimos cinco figurillas de barro que proceden de la casa familiar: son dos bestias junto a un pesebre donde abrigan a su hijo recién nacido unos padres pobres de Palestina; de lejos se acercaban unos poderosos honrados a lomos de cabalgaduras. Y caeremos en la cuenta de que lo que diciembre conmemora es que ha nacido un Niño que salva al Mundo de la Desolación. Y recuperamos la Esperanza.

El asomo a la trascendencia es nulo en series y películas
del momento; en pandemia
los enfermos mueren como perros, sin asistencia espiritual. Quitada la espiritualidad la Navidad es indigesta.

Nos reinventamos en cada generación y recuperamos vigor después del desastre. Después de la tempestad vuelve la calma, detrás del virus llega la vacuna.

Hemos sido humillados, ahora somos más reflexivos y menos arrogantes. La Realidad es ancha y necesita del Espíritu y sus propias manifestaciones.

Celebraremos la Navidad
alrededor de la estufa si no
hay calefacción central, man-daremos un wasap a la residencia donde está blindada la abuela y enviaremos mails a los primos. Beberemos alcohol de sidra y cantaremos un villancico al Rey de la Paz.