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Reseña Musical

Fagot y piano, ganadores del “Concurso de Solistas del Conservatorio Superior de A Coruña”

    • 28 nov 2020 / 00:00
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    Concierto de la”OSG” dirigido por José Trigueros en el Coliseum de A Coruña, del que fueron solistas el fagotista Esteban García Vidal y la pianista Hwat Vilariño García, ganadores del Concurso de Solistas del Conservatorio Superior de A Coruña y que interpretaron respectivamente el “Concierto para fagot en Si b. M. K.191” y el “Concierto para piano nº 27, en Si b M. K. 595”, obras de W.A. Mozart, a las que precedió la obertura de la ópera de D.Cimarosa “I traci Amanti”, elaborada sobre un libreto de Giuseppe Palomba, para estrenarse en el Teatro Nuovo de Napoles, en la primavera de 1793, y repetir dos años después en Padua, con otro nombre “Il padre alla moda, ossia lo sbarco di Mustanzir Bassá”. A Lisboa llegara en la temporada siguiente, y como no podía ser menos, recibirá un nuevo encabezamiento, convirtiéndose entonces en “Gli turchi amanti”. Será la posteridad quien reserve un espacio con garantías, gracias a “Il matrimonio segreto”, en toda su dimensión una ópera buffa, con prémiere en el Teatro de la Corte vienés y que en nuestro país, acabará subiendo a escena en el Teatre de la Sta Creu, de Barcelona, en 1793. Esa obertura pertenece al período en el que el autor servía en la corte napolitana, logrando ser reconocido por óperas como “Gli Orazi ed i Curriazi”, o “La astuzie femminili”, mientras se entregaba a polémicas cívicas para las que compuso un himno que le traería problemas.

    El fagotista Esteban García Vidal, tuvo para sí el “Concierto en Si b M.191”, obra de sus años juveniles, compuesta cuando contaba con 18 años, en su natal Salzburgo y en un trabajo en el que al solista, acompañan orquesta de cuerdas, oboe y trompas. Serán las memorias las que nos recuerden que tras los viajes a Italia, concluidos en marzo de 1773, y los paréntesis necesarios en Viena y Munich, por obligados compromisos, permanecerá en Salzburgo en medio de una apacible indolencia. Cuatro años entre inevitables dudas para un talento que no deja de lamentarse, por lo que los planes de fuga, estarán a la orden del día, tema del que dará noticia al círculo de sus íntimos y de las autoridades que velan por su situación. Una vida provinciana resumible en dos trazos: Durante estos años, en los que se producen significativas mutaciones (como siempre las vueltas a casa eran amargas, pero fecundas desde el ángulo de la elaboración), ven la luz composiciones que inauguran géneros musicales aún inexplorados por Mozart, como el “Concierto para piano K.175” y el “Quinteto para cuerda K. 174”, su primer trabajo para instrumento de viento con solista, Obra en la que se detecta la pura influencia del estilo salzburgués, caracterizada por su clara sencillez.

    El Concierto para fagot en Si b M. K. 191”, atrajo la atención de Dommett quien sabrá apreciar el carácter de aventuras melódicas y convencionales, pero antes de sacar conclusiones apresuradas, conviene recordar que, en las obras anteriores, Mozart había compuesto músicas adecuadas a su competencia musical, mientras que para este concierto ha intentado escribir una página virtuosística para un instrumento muy lejano de sus modernas peculiaridades. Otro avezado colega de la crítica, confesará que parece como si viéramos a los duendes y gnomos evocados por el sonido del instrumento. Un concierto con abundancia de lagunas en lo que se refiere a detalles precisos sobre el mismo, recibió el encargo al tiempo que la “Sonata para fagot y chelo K. 292”, en una atención para el barón Thaddäus von Dürnitz, de Munich, uno de aquellos potentados que, a la vez, destacaba especialmente como pianista y fagotista en horas libres.

    El “Concierto para piano nº27, en Si b M. K. 595”, destinado a la solista de la jornada, fue un trabajo escrito en Viena en 1791 y entre los analistas que han escrito sobre la obra, siempre vendrá bien recurrir a los Massin. Este último concierto fue tocado por Mozart en la primavera de aquel año, en el domicilio del clarinetista Baher, aunque nada aclara sobre el primitivo destino: ¿se escribió para un alumno, como dice Girdlestone? ¿O Mozart espera, una vez más en vano, dar una academia? ¿O quizás (lo que nos parece más probable) piensa componerlo en el posible viaje a Inglaterra, o en la gira prevista para el verano siguiente en dirección al Rin? Jamás hasta ahora había sado Mozart tatas modulaciones tonales tantos pasajes continuos del mayor al menor para sonreír entre lágrimas. Jamás sus medios técnicos han sido más simples, más alejados de todo virtuosismo o de toda innovación en su arquitectura. Con este concierto comienza un período de desprendimiento estilístico que va a extenderse a las últimas obras. En vísperas de escribir “La flauta mágica”, para un teatro de barrio, la estética mozartiana se hace deliberadamente popular. No es pues por casualidad si al mismo tiempo, el curso de la Revolución Francesa, suscita ecos cada vez más amplios en todos los ambientes demócratas de Europa. Una obra que esencialmente, no se compuso para el lucimiento del autor pero fue habitual en el ámbito de aquellas academias enteramente suyas, tal cual había sucedido con los primeros éxitos vieneses.

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