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Feminismo y 8 de marzo

    • 01 mar 2021 / 01:00
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    LA lucha por la igualdad, la defensa de los derechos de las mujeres, y la protección de su integridad, van mucho más allá de celebraciones que puedan o no tener lugar un día al año. Es verdad que las manifestaciones de cada 8 de marzo se han convertido en símbolo de una batalla social que aún no ha sido plenamente conquistada; pero no son más que un emblema, fácilmente sustituible por otras conmemoraciones en tiempos de pandemia, como parece ser aconsejable este año.

    Se entiende que muchos colectivos feministas consideren que manifestarse en las calles de nuestras ciudades es un signo de solidaridad y lucha por los derechos de las mujeres, pero no cuesta tanto programar este año, puntualmente y dada la situación sanitaria, otras formas de expresión a través de redes sociales, medios de comunicación, e incluso desde nuestros balcones, que cumplan el propósito de recordar a la ciudadanía las tareas pendientes de nuestra sociedad en materia de género.

    De hecho, para muchas quedarse en casa en plena crisis sanitaria es prueba de verdadera solidaridad con todas esas mujeres que están diariamente arriesgando sus vidas. Me refiero a las enfermeras, limpiadoras y médicas que continúan agotadas asistiendo a los contagiados en los hospitales; a las cuidadoras de los mayores en las residencias; a las profesoras que educan a nuestras hijas; o a las trabajadoras de superficies comerciales. Deberíamos incluso pensar en las camareras, hosteleras y empresarias que ven cómo sus negocios se paralizan cada vez que hay un rebrote de contagios. Porque salir a la calle a manifestarse por los derechos de las mujeres, aunque sea con precaución, puede conllevar un riesgo real para la ya difícil situación de muchas de ellas.

    No podemos escudarnos en el hecho de que han tenido lugar manifestaciones de colectivos ultras o de ‘negacionistas’ insolidarios, pues uno de los principios que históricamente ha caracterizado al feminismo ha sido la sororidad entre los distintos colectivos que agrupa. Por eso lamentamos ver ahora cómo se enfrentan entre sí quienes priorizan el mensaje político que conlleva salir a la calle, frente a quienes recuerdan que ser feminista es preservar todos los días del año, de forma real y efectiva, el bienestar de todas las mujeres.

    Lamentablemente, el 8 de marzo no es el único motivo de disensión, sino que leyes tan importantes como la ley Irene Montero (la del “sólo sí es sí”), o la propuesta de ley ‘Trans’, están siendo utilizadas como arma arrojadiza entre colectivos feministas. La primera acaba de recibir un duro informe por parte de los miembros del CGPJ; pero, al igual que está ocurriendo con el borrador de la ley ‘Trans’, feministas y juristas reputadas ya habían señalado deficiencias jurídicas que debían ser subsanadas antes de su tramitación. Es una pena comprobar que se está arriesgando el principio de hermandad que tanta fuerza, seriedad y prestigio ha aportado al feminismo.

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