Firmas

Filosofía de microondas

    • 28 oct 2021 / 01:00
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    NO SÉ cómo terminará lo de la reforma laboral, lo mismo que no sé cómo terminará lo de las eléctricas. Este es un mundo rato y preocupante: hay coches, pero no hay chips. Hay vino, pero no hay botellas. Resulta que dábamos muchas cosas por sentadas (también nuestra superioridad como especie, nuestra mirada altiva), y la realidad o el mercado van poniendo las cosas sobre las íes. Ese concepto de ‘dominar la historia’, que tanto éxito tiene en los discursos maniqueos y superficiales, tiene que ver con la inmediatez de la política, que quiere cortoplacismo y tuits: todo se mide en procesos electorales, como si la vida tuviera algo que ver con eso.

    Dominar la historia significa, básicamente, ignorar todo lo anterior. La reinvención de la realidad está marcha, se proyecta en las pantallas a todo color, se cuela en las redes con un lenguaje de batalla, pero a menudo es un decorado. La gran tentación es reescribirlo todo, creer que empezamos de nuevo. Y que cualquier tiempo pasado fue peor. Pero es una falacia, no sólo alimentada por el adanismo, sino por la velocidad del presente, por el vértigo, por la furia destructiva de los que creen que llevamos tiempo equivocados.

    Puedo entender el ansia renovadora de los jóvenes. Pero no creo que esa renovación consista en hacer ‘tábula rasa’, como si todo lo nuevo anulase necesariamente lo viejo, como si lo antiguo y lo anticuado fueran la misma cosa. Ese impulso de fervor por la novedad, la que sea, mientras enmiende la plana al siglo pasado, y a los anteriores, se curará en cada uno de los líderes con la edad, o eso esperamos, pero algunos filósofos, por ejemplo, también algunos escritores, los denostados intelectuales, esa gente, insisten en que la política se ha llenado de escribidores urgentes, hacedores de frases, y que la inteligencia, al ver el panorama, ha saltado por la ventana.

    Habrá de todo, desde luego, pero la sensación es que se discute más sobre el nombre de las cosas que sobre ellas mismas, sobre cómo aparecen esas cosas en los titulares, en los eslóganes, en las redes y en las pantallas. Es posible que los políticos, incluso los partidos, se hayan contagiado del lenguaje de las redes, imiten, por interés, eso de las recompensas inmediatas, que tiene que ver con el auge del infantilismo dialéctico. La reflexión lleva tiempo, exige un fondo cultural e intelectual, implica escuchar a los otros (algo que rara vez se hace, en este tiempo de egos sordos), no aguanta la verborrea inane ni la catarata de descalificaciones, y por eso la reflexión lo tiene crudo. Lo malo de la filosofía es que se cuece a fuego lento. Hoy se prefiere la filosofía de microondas (que se calienta mucho en poco tiempo), y con ella nos desayunamos. El pensamiento ‘fast food’ nos ha colonizado, porque es fácil y barato, como toda la retórica contemporánea de la simpleza, que abomina de los matices, siempre tan pesados, y también del pasado, el que sea, al que juzgan demasiado solemne, formal, encuadernado en cuero.

    Algunos creen que Sánchez, después de su itinerario personal y de los equilibrios de la coalición, ha regresado a la Historia. Sus últimos movimientos, salvo alguna cosa, anuncian la vuelta a la casa del padre, con poder, pero sin encuestas. Yolanda Díez, gran competidora, no sólo construye una nueva identidad en esos terrenos en los que atisba un frente amplio, o como se llame, sino que ha hecho de la reforma laboral (y de esa lucha con Calviño) la marca de su nuevo liderazgo. Sin partido, o casi, porque ella también regresa a su propia historia, que es en la que cree.

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