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Gracias, papa Francisco

    • 27 oct 2022 / 01:00
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    NO le ensalzo por haber alabado a los 12 misioneros redentoristas que fueron asesinados o ejecutados, pero en cualquier caso matados, en el verano de 1936. Es lógico que el papa conozca ese dato y que alabe la vida consecuente de esos testigos de Cristo, que perdieron su vida terrena por disposición de aquellos que tenían entonces el poder. Le ensalzo por lo que ha significado para mí su comentario en el complemento del Angelus del último domingo, al comentar su beatificación. Gracias a esas noticias que nos llegan del Vaticano, he podido enterarme de lo que no llegaría a conocer por la prensa ordinaria, a la que accedo a menudo.

    Leo en estos días referencias a las resoluciones de nuestros gobernantes y asociados, como el retirar de la iglesia de La Macarena, a la mayor brevedad posible, los restos mortales de Gonzalo Queipo de Llano y Francisco Bohórquez. Estas noticias, que ocupan diversas páginas, quizás priven de un hueco a otros datos sobre acontecimientos reales como los miles de muertes de curas y monjas, sobre todo en tiempos de la guerra civil, y no precisamente a manos de cristianos practicantes.

    La realidad de tales muertes se intenta hoy ignorar, como si no fuera objeto de la memoria histórica: menos mal que a esas personas, que habían servido desde la fe a quienes las martirizaron, las recuerda la Iglesia como ejemplo para una sociedad como la nuestra, necesitada de testigos.

    Los misioneros redentoristas, que tienen su sede principal en la Casa San Alfonso de la Vía Merulana, de Roma, han popularizado el icono de la Virgen del Perpetuo Socorro –un icono de la pasión–, que muestra a la Virgen María con Jesús en brazos agarrándose a ella, mientras se percibe en su madre una tristeza contenida. La razón es que tiene al lado al arcángel San Gabriel, que lleva en sus manos una cruz con triple travesaño y cuatro clavos, referencia directa a la muerte de su hijo en el Calvario; y que, del otro lado, está San Miguel portando una lanza, la esponja con una caña y un frasco para el vinagre y la mirra, alusivos también a la crucifixión de Cristo.

    Aunque el cristianismo tenga como horizonte la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, para salvar al hombre, y el cristiano convencido esté dispuesto a morir con Cristo, dando testimonio de él al mundo de hoy, no por ello hemos de justificar ni silenciar las muertes violentas, llevadas a cabo a lo largo del tiempo. Si somos imparciales en el análisis de la historia, los medios de comunicación no pueden dejar en el olvido una buena parte de ella. La felicidad que el Señor les haya concedido a los mártires no nos exime de hacerlo; y, si la sociedad ha de pedir cuentas de lo que sucedió en el pasado, no puede reducirse a lo que vaya más en consonancia con su ideología.

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