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Guerra de cestas tenemos

    • 22 ene 2023 / 01:00
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    LA España celtibérica recobraba para mí renovada y típica existencia, y no ya de lugar “vacío” o marginado, sino de nuestras habituales y esperpénticas trifulcas de garrotazos, pucherazos, caciquismos y otras menudencias. Eso pasaba días atrás, cuando asistía yo a la tortura de un telediario y el locutor de turno pasó a informar de un cicatero y pueblerino incidente ocurrido en un pueblo de León, en plenas fiestas navideñas. El Ayuntamiento, de gobierno socialista y talante generoso, conciliador con la oposición pepera, adquirió una partida de cestas navideñas para repartir entre los integrantes del gobierno municipal. Todos contentos, pues, con el equitativo reparto, pensará el ingenuo lector. Pues no.

    Así, el locutor dio paso a un concejal pepero que, no sin evidente pesadumbre por la engañifa de los pesoes, declaró la jugarreta: los beneficiados de la oposición constataron estupefactos que la cesta –pesoe lucía un poderoso jamón ibérico, mientras en la de la oposición, un esmirriado salchichón. El citado concejal decía: “ellos, un jamón que pasaba de los sesenta euros; nosotros, una mortadela de dos” (reproduzco fielmente la frase). Sin embargo, no se refirió a la posibilidad de que tan ostentosa diferencia se extendiese a otros componentes de la cesta como turrones, licores, mazapanes, quesos, etc.

    El cómico atropello político-gastronómico (cachondeo aparte) no deja de ser un síntoma de cómo están las cosas entre el personal y a qué niveles llegamos. Al rival, la humilde mortadela de aquellos bocadillos de posguerra que, hace ahora unos cuarenta años, aún se repartían entre aquellos gallegos que sobrevivían en su Centro durante el castrismo cuando llegaba a La Habana alguno de nuestros jerarcas políticos.

    En el Ferrol donde yo vivía estas cestas navideñas se ofrecían en los economatos a los empleados de Bazán, Astano o Marina, con el consiguiente perjuicio para comercios y supermercados, que veían cómo las tarjetas para poder comprar pasaban con frecuencia a manos de quienes no tenían tal derecho. Y la situación no solo se producía en el ámbito de los comestibles. En fin, no faltaban algunas al pie de aquellas plataformas donde los guardias urbanos dirigían la circulación desde una cómoda altura

    Hay que fomentar noticias como esta, entre el sonrojo y la sonrisa, que tanto nos hacían reír en desternillantes situaciones de Gila, Tip y Coll, Esteso, Chiquito de la Calzada, Pajares, Eugenio, Toni Leblanc y, en el terreno de la prensa, el genial Mingote, el gran Forges, Chumy Chúmez, Máximo, Perich, Cesc, Sumers y el no menos genial Martínmorales que atacaban con saña en las páginas que iban de La Codorniz, dirigida por Álvaro de la Iglesia, hasta El Jueves, Por favor, Hermano lobo y otras. Los políticos –ya desde la Transición– incapaces de aceptar las puyas de los humoristas, acabaron con la libertad de humor. ¿Se puede vivir sin humor? Sí, pero se vive peor. Pues eso.

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